22 de Junio de 2018
[Por: Leonardo Boff | Texto en español y en portugués]
La amplitud de la crisis brasilera es de tal gravedad que nos faltan categorías para ponerla dilucidarla. Tratando de ir más allá de los clásicos abordajes de la sociología crítica o de la historia, me he valido de la capacidad explicativa de las categorías psicoanalíticas de “luz” y de “sombra” generalizadas como constantes antropológicas, personales y colectivas. Ensayé una comprensión posible que nos viene de la teoría del caos, capítulo importante de la nueva cosmología, pues de este caos, en situación de altísima complejidad y juego de relaciones, irrumpió la vida que conocemos, inclusive la nuestra. Esta se ha mostrado capaz de identificar aquella Energía Poderosa y Amorosa que sustenta todo, el Principio Generador de todos los Seres y abrirse a Él con veneración y respeto.
Me preguntaba qué otra categoría estaría en el repositorio de la sabiduría humana que pudiera traernos alguna luz en las tinieblas en las cuales todos estamos sumergidos. Entonces me acordé de un sugerente diálogo entre el gran historiador inglés Arnold Toynbee y Daisaku Ikeda, eminente filósofo japonés (cf. Elige la vida, Emecé. B.Aires 2005), que se realizó durante varios días en Londres. Ambos creen en la realidad del karma, sea personal, sea colectivo. Prescindiendo de las distintas interpretaciones que se le han dado, me parecía haber encontrado aquí una categoría de la más alta antiguedad, manejada por el budismo, el hinduismo, el jainismo y también por el espiritismo para explicar fenómenos personales y colectivos.
Karma es un término sánscrito originalmente que significa fuerza y movimiento, concentrado en la palabra “acción” que provoca su correspondiente “reacción”. Este aspecto colectivo me pareció importante, porque, no conozco (puedo estar equivocado) en occidente ninguna categoría conceptual que dé cuenta del devenir histórico de toda una comunidad y de sus instituciones en sus dimensiones positivas y negativas. Tal vez, debido al arraigado individualismo, típico de Occidente, no hemos tenido condiciones de proyectar un concepto suficientemente abarcador.
Cada persona está marcada por las acciones que ha praticado en la vida. Esa acción no se restringe a la persona sino que connota todo el ambiente. Se trata de una especie de cuenta corriente ética cuyo saldo está en constante cambio según las acciones buenas o malas realizadas, vale decir, los “débitos y los créditos”. Incluso después de la muerte, la persona, en la creencia budista, carga con esta cuenta por más renacimientos que pueda tener, hasta poner a cero la cuenta negativa.
Toynbee le da otra versión que me parece iluminadora y nos ayuda a entender un poco nuestra historia. La historia está hecha de redes relacionales dentro de las cuales se inserta cada persona, ligada a las que la precedieron y a las presentes. Hay un funcionamento kármico en la historia de un pueblo y sus instituciones según los niveles de bondad y justicia o de maldad e injusticia que produjeron a lo largo del tiempo. Este sería una especie de campo mórfico que permanecería impregnándolo todo. No se requiere la hipótesis de los muchos renacimientos porque la red de vínculos garantiza la continuidad del destino de un pueblo (p.384). Las realidades kármicas impregnan las instituciones, los paisajes, configuran a las personas y marcan el estilo singular de un pueblo. Esta fuerza kármica actúa en la historia, marcando los hechos benéficos o maléficos. C.G.Jung en su psicología arquetípica notó de alguna forma tal hecho.
Apliquemos esta ley kármica a nuestra situación. No será difícil reconocer que somos portadores de un pesadísimo karma, en gran escala, derivado del genocidio indígena, de la superexplotación de la fuerza de trabajo esclavo, de las injusticias perpretadas contra gran parte de la población negra y mestiza, lanzada a la periferia, con familias destruidas y corroídas por el hambre y por las enfermedades. El viacrucis de sufrimiento de esas hermanas y hermanos nuestros tiene más estaciones que el del Hijo del Hombre cuando vivió y padeció entre nosotros. No hace falta mencionar otras maldades.
Tanto Toynbee como Ikeda concuerdan en esto: “la sociedad moderna (incluídos nodotros) solo puede ser curada de su carga kármica a través de una revolución espiritual en la mente y el corazón” (p.159), en línea de justicia compensatoria y de políticas sanadoras con instituciones justas. Sin esta justicia mínima no se deshará la carga kármica Pero ella sola no es suficiente. Es necesario el amor, la solidaridad, la compasión y una profunda humanidad para con las víctimas. El amor será el motor más eficaz porque, en el fondo él “es la última realidad” (p.387). Una sociedad incapaz de amar efectivamente y de ser menos malvada jamás deconstruirá una historia tan marcada por el karma. Este es el desafío que la crisis actual nos suscita.
Es lo que pregonan los maestros de la humanidad, como Jesús, San Francisco, Dalai Lama, Gandhi, Luther King Jr y el Papa Francisco. Solo el karma del bien redime la realidad de la fuerza kármica del mal.
Si Brasil no hace esta reversión kármica permanecerá de crisis en crisis, destruyendo su propio futuro.
*Leonardo Boff escribió El destino del hombre y del mundo, 12. ed., Vozes 2012.
Traducción de Mª José Gavito Milano
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O peso kármico da história do Brasil
A amplitude da crise brasileira é de tal gravidade que nos faltam categorias para elucidá-la. Tentando ir além das clássicas abordagens da sociologia crítica ou da história, tenho-me valido da capacidade elucidativa das categorias psicanalíticas da “sombra”e da “luz” generalizadas como constantes antropológicas, pessoais e coletivas. Ensaiei uma compreensão possível que nos vêm da teoria do caos, capítulo importante da nova cosmologia, pois deste caos, em situação de altíssima complexidade e jogo de relações, irrompeu a vida que conhecemos, inclusive a nossa. Esta mostrou-se capaz de identificar aquela Energia Poderosa e Amorosa que tudo sustenta, o Princípio Gerador de todos os Seres e abrir-se a Ele em veneração e respeito.
Perguto-me que outra categoria estaria no repositório da sabedoria humana que nos poderia trazer alguma luz nas trevas nas quais estamos todos mergulhados. Foi então que me lembrei de um diálogo instigante entre o grande historiador inglês Arnold Toynbee e Daisaku Ikeda, eminente filósofo japonês (cf. Elige la vida, Emecé. B.Aires 2005) que durou vários dias em Londres. Ambos creem na realidade do karma, seja pessoal, seja coletivo. Prescindindo das várias interpretações dadas a ele, me parecia ter encontrado aqui aqui uma categoria da mais alta ancestralidade, manejada pelo budismo, hinduismo, jainismo e também pelo espiritismo para explicar fenômenos pessoais e coletivos.
O karma é um termo sânscrito originalmente significando força e movimento, concentrado na palavra “ação” que provocava sua correspondente “re-ação”. Este aspecto coletivo pareceu-me importante, por que, não conheço (posso estar equivocado) no ocidente nenhuma categoria conceptual que dê conta de um sentido de devir histórico de toda uma comunidade e de suas instituições nas suas dimensões positivas e negativas. Talvez, devido ao arraigado individualismo, típico do Ocidente, não tenhamos tido as condições de projetarmos um conceito suficientemente abrangente.
Cada pessoa é marcada pelas ações que praticou em vida. Essa ação não se restringe à pessoa mas conota todo o ambiente. Trata-se de uma espécie de conta-corrente ética cujo saldo está em constante mutação consoante as ações boas ou más que são feitas, vale dizer, os “debitos e os créditos”. Mesmo depois da morte, a pessoa, na crença budista, carrega esta conta por mais renascimentos possa ter, até zerar a conta negativa.
Toynbee dá-lhe outra versão que me parece esclarecedora e nos ajuda entender um pouco nossa história. A história é feita de redes relacionais dentro das quais está inserida cada pessoa, ligada com as que a precederam e com as presentes. Há um funcionamento kármico na história de um povo e de suas instituições consoante os níveis de bondade ejustiça ou de maldade e injustiça que produziram ao largo do tempo. Este seria uma espécie de campo mórfico que permaneceria impregnando tudo. Não se requer a hipótese dos muitos renascimentos porque a rede de vínculos garante a continuidade do destino de um povo (p.384). As realidades kármicas impregnam as instituições, as paisagens, configuram as pessoas e marcam o estilo singular de um povo. Esta força kármica atua na história, marcando os fatos beneficos ou maleficos. C.G.Jung em sua psicologia arquetípica notara, de alguma forma, tal fato.
Apliquemos esta lei kármica à nossa situação. Não sera difícil reconhecer que somos portadores de um pesadíssimo karma, em grande escala, derivado do genocídio indígena, da super-exploração da força do trabalho escravo, das injustiças perpretadas contra grande parte da população, negra e mestiça, jogada na periferia, com famílias destruídas e corroídas pela fome e pelas doenças. A via-sacra de sofrimento desses nossos irmãos e irmãs tem mais estações do que aquela do Filho do Homem quando viveu e padeceu entre nós. Excusado é citar outras maldades.
Tanto Toynbee quanto Ikeda concordam nisso:”a sociedade moderna (nós incluídos) só pode ser curada de sua carga kármica, através de uma revolução espiritual no coração e na mente(p.159), na linha da justiça compensatória e de políticas sanadoras com instituições justas. Sem esta justiça minima a carga kármica não se desfará. Mas ela sozinha não é suficiente. Faz-se mister o amor, a solidariedade a compaixão e uma profunda humanidade pra com as vítimas. O amor será o motor mais eficaz porque ele, no fundo “é a última realidade”(p.387). Uma sociedade incapaz de efetivamente amar e de ser menos malvada, jamais desconstruirá uma história tão marcada pelo karma. Eis o desafio que a atual crise nos suscita.
Não apregoram outra coisa os mestres da humanidade, como Jesus, São Francisco, Dalai Lama, Gandhi, Luther King Jr e o Papa Francisco? Só o karma do bem redime a realidade da força kármica do mal.
E se o Brasil não fizer essa reversão kármica permanecerá de crise em crise, destruindo seu próprio futuro.
Leonardo Boff escreveu O destino do homem e do mundo, 12. ed., Vozes 2012.
Imagem: https://laguaalfuturo.wordpress.com/2016/11/03/karma-la-ley-del-bumeran/
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