Crónica de la celebración eucarística en acción de gracias por los 90 años de Gustavo Gutiérrez

11 de Junio de 2018

[Por: Rosario Hermano]




La celebración de toda una comunidad

 

El miércoles pasado (6 de junio) viajé rumbo a  Perú para participar de la eucaristía en acción de gracias por los 90 años de Gustavo Gutiérrez.

 

Fui con la intención de acompañar en la celebración y de hacerle presente los saludos de muchas y muchos compañeros de caminhada –como dicen los brasileños– del quehacer teológico latinoamericano que nos habían hecho llegar sus mensajes llenos de vivencias, recuerdos, anécdotas y reconocimientos; en síntesis llenos de mucho trabajo y vida compartida. 

 

Entre los saludos a  Gustavo, de los que fui portadora, estaban los de Leonardo Boff, Sergio Torres, Jon Sobrino, Pedro Trigo, Diego Irarrázaval, Cecilio De Lora, Víctor Codina, Pablo Bonavía, Juan Hernández Pico, Pablo Richard, José Oscar Beozzo, Pedro Acevedo, Paul DabeziesRafael Luciani, Maria José Caram, Ana Varela, Elsa Tamez y nuestra coordinadora de Amerindia, Socorro Martínez Maqueo.

 

De alguna manera me sentía feliz por ser portadora de tantos recuerdos, afectos y hermandad. Me sentía testigo de esta historia de salvación que se podía entretejer en conjunto desde los diferentes textos recibidos y que emerge desde las bases de nuestra fe, la fidelidad y el amor a Dios y a los pobres por lo que tanto trabajaron y trabajan estos hermanos y hermanas en la fe.

 

Llegué a la iglesia de Santo Domingo una hora antes del comienzo y ya estaba casi llena, lo que me llamó mucho la atención. Quizá mirado desde mi perspectiva uruguaya me dio la impresión de que era demasiado temprano para que hubiese tanta gente. En realidad esto era solo un preámbulo de todo lo que acontecería después. 

 

Fui viendo cómo los presentes se encontraban y se reconocían con gran alegría. Según pude saber, varios de los participantes llevaban mucho tiempo sin verse. Se iban encontrando y reconociendo por sus nombres, por el curso en el que habían participado juntos, por las provincias a las que pertenecían –Chiclayo, Piura, entre otras, eran nombres que resonaban–  y por las luchas que juntos habían dado. 

 

De a poco la iglesia se comenzó a llenar de luz y calor, de sonrisas y fraternidades, de atención a todos los detalles ya que todo estaba preparado con gran cariño y con la participación de muchas personas que vibraban desde el comienzo con todo lo que había para celebrar. 

 

Al comenzar la celebración el Nuncio Apostólico, con demostración de mucha alegría y emoción, leyó el mensaje del Papa Francisco, destacando, muy claramente que no era un saludo protocolar desde Roma sino que era intención del Papa establecer públicamente su reconocimiento a los aportes de Gustavo a la vida de los pobres, a la Iglesia y a la humanidad. Esto produjo los primeros aplausos que surgieron espontáneamente pero con gran intensidad por parte de los presentes. A lo largo de la eucaristía este hecho se repitió, fue interrumpida en varios momentos  por aplausos espontáneos. 

 

Esta celebración senti-pensada en el estilo austero y sencillo que caracteriza a Gustavo, nunca lo puso a él en el centro y no fue un desborde de halagos o elogios, muy merecidos  por cierto, pero que seguro al homenajeado no lo hubieran hecho sentir cómodo. Se percibía que se trataba de celebrar en conjunto ya que los reconocimientos eran para toda la comunidad, para “el rebaño fiel”, para “la nube de testigos” y para el amor a Dios que es la fuente generadora y el origen de todo.

 

Sentí que estaba siendo testigo de un momento histórico de una iglesia que tiene una gran resiliencia, que encontró en el amor al pobre e insignificante su sentido y razón de ser, porque en ellos se manifiesta de forma privilegiada la presencia de Dios y que fue capaz, desde la lucidez, intuición, profetismo y fidelidad evangélica de Gustavo como Padre Fundador de la Teología de la Liberación, y de tantos otros, dar un aporte esencial a la iglesia universal y a la sociedad.

 

Al final de la ceremonia Gustavo tomó la palabra y se refirió al texto de Miqueas como inspirador, “respetar la justicia, amar al otro y caminar humildemente con tu Dios”. Para mí  –decía Gustavo– esto siempre ha  sido importante y con su humor característico nos afirmba: “yo he tenido callos y allí uno se da cuenta que ha caminado”, y volviendo a la teología decía “para mí la teología es como escribirle una carta de amor a Dios, a la Iglesia de la que formo parte y al pueblo mismo del que formo parte también”.  Finalmente, culminaba diciéndonos, ¿porqué uno es tan terco en el esfuerzo de reflexión en teología?  Y se contestaba afirmando “porque es amor”.

 

Muchas veces sentimos y nos lamentamos que los reconocimientos no llegan en vida. Aquí no sólo llegaron desde sus compañeros de camino, de sus compañeros de “alegrías y tribulaciones” sino también desde Roma, y más específicamente del sucesor de Pedro. La expresión “se hizo justicia” emergió con fuerza y fue un sentimiento compartido y celebrado.

 

Luego de la Eucaristía se invitó a todos los presentes a un brindis en el claustro y a poder encontrarse allí personalmente con Gustavo. Los saludos, que duraron más de una hora y media, fueron un gran cierre para la celebración. Era el momento del encuentro, del reconocimiento de hacer memoria, de vida, sueños y esperanzas compartidas

 

No puedo terminar esta pequeña crónica sin agradecer a todas y todos los hermanos y hermanas peruanas, sobre todo del Bartolomé de las Casas y de CEP que la hicieron posible y a Dios que me permitió ser testigo de una forma de ser Iglesia y comunidad que sigue reafirmando y alimentando el amor a Dios y él. 

 

Quiero dar gracias a Dios por la existencia de Gustavo, por su vida dedicada a escudriñar la voluntad del Dios en América Latina, por ayudarnos a recordar que eso no es posible fuera de la realidad. Gracias por haberse preguntado y habérnoslo hecho preguntar: “¿Dónde dormirán los pobres?”, y por hacernos conscientes de que el compromiso con los pobres es un elemento constitutivo de la fe cristiana. Gracias por su terquedad, como él mismo dice, en perseverar, “en medio de noches oscuras e inviernos eclesiales” como afirma Víctor Codina, en la fidelidad al Dios de la historia. 

 

Para terminar  me voy a apropiar de una frase que una teóloga uruguaya utiliza con frecuencia y es de autoría de un cantautor compatriota,  el Sabalero, que dice: “lindo haberlo vivido pa poderlo contar”. Eso es lo que sentí y lo que siento. Fue uno de esos días en que la gratitud hacia Dios y hacia todas las personas que allí estaban y en tantos otros lugares a través de la transmisión en vivo, fue vivida con mucha intensidad; fue un día de regocijo, de paz, de comunión y de reconocimiento que valió la pena haberlo vivido así tal como se vivió, con sencillez, agradecimiento y confianza en Dios.

 

Rosario Hermano

Montevideo, 11 de junio de 2018

 

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