México: Una juventud creyente y combativa (en cuerpo y alma)

29 de Mayo de 2018

[Por: Francisco José Bosch]




[En la cuarta crónica dejamos Sudamérica y la aventura teológica continua en Mesoamérica. Los jóvenes de México, que son muchos más que 132 y que no olvidan a ninguno de los 43, nos dan su cátedra. Aprenderles en los dos días de minga de teología popular, fue mirar juntos y de frente la mirada de cada dolor con rostro de joven. Desde Santiago en la Araucanía del sur de América, hasta los 72 en busca de sus sueños en el norte de México. Por ellos, por ellas, ponemos el cuerpo y el alma]

 

Somos hijos de una fe combativa y sembrada en NuestrAmérica. Nos han enseñado del compromiso histórico que reviste creer en un carpintero asesinado, nos han recordado que  lo suyo fue una revolución juvenil contra un mundo senil, y entre los jóvenes de las CEB eso puede palpitarse rápido. Más difícil ha sido acompañar en el manejo del conflicto, en enseñar la ética del cuido en medio de la lucha, la pedagogía de la piel para el dialogo con el que piensa diferente… algo de eso sucedió con 20 jóvenes de diferentes partes de México reunidos en la Ciudad Autónoma de México, en octubre de 2017. 

 

De la vida al teatro

 

La capacidad crítica de la sangre nueva es viento fresco en cada generación. En un México convulso y golpeado por los sismos en 2017, ‘entre la incertidumbre y la esperanza’ nos encontró la minga de teología popular con jóvenes. Fue un fluir en el encuentro, un viajar por miradas, por una ritualidad cargada de nombres, territorios, calendarios. Fue realmente un espacio de poner-en-común lo caminado, lo aprendido, lo luchado, lo creído. 

 

En medio de ese camino, el cuerpo tuvo su lugar para hablar, y sí que habló: hicimos un ejercicio de teatro imagen del teatro del oprimido para condensar algunos movimientos que cada joven iba trayendo al encuentro. Recuperar al cuerpo es una de las tareas más urgentes de nuestro tiempo: superando cualquier platonismo cristianizado, huyendo de los sensacionalismos emocionales desencarnados, queremos enfrentar en colectivo y desde abajo, la enorme tarea de escuchar nuestros cuerpos, templos del espíritu santo, para ver que tiene el buen Dios para decirnos. 

 

Vale la pena hacer un alto aquí: estamos peleando con miles de años de herencia, con la pesada cicatriz abierta que todavía nos supura, de la grotesca justificación eclesiástica de la opresión de nuestras carnes. Recuperar una antropología bíblica que supere los dualismos y nos permita abrazarnos en cuerpo y alma… en esa tarea el teatro nos ha servido en las mingas para comenzar a despertarnos. 

 

Volvamos al taller. Volvamos a la dinámica de teatro planteada. Una sencilla imagen quedo delineada: un conflicto de una comunidad de base con un párroco. Conflicto que cruza en la práctica la mayoría de comunidades, que todas han vivido en algún momento de su camino. A fin de cuentas, un conflicto con el poder. 

 

Del teatro a la lucha

 

La escena contaba con los dos polos del conflicto, una situación histórica con diferentes lecturas y lugares asumidos, aliados de ambos lados, y la necesidad de repensar la estrategia para transitar el conflicto. Allí sucedió lo más interesante: la madurez de estos jóvenes para no creerse ‘dueños de la verdad y la victoria’, una manera de estar parados en su juventud y en su historia que nos regalará muchos frutos. 

 

Desarmada la imagen, montados los mapas, relatadas las historias de sus comunidades, ese teatro se volvió vida: cada uno y cada una vivían en su contexto aquello que había sido dramatizado. Habíamos podido escenificar de manera genérica, un conflicto que tiene nombres, rostros, calendarios y geografías específicas para cada comunidad. Habíamos podidos mirarnos desde afuera estando dentro del conflicto, habíamos podido repensar la estrategia en estos tiempos de reaccionarios y violentos. 

 

 

Que la luz de esta juventud nos alimente de esperanza para permanecer en la lucha y más temprano que tarde, tener la victoria del abrazo largo. 

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