04 de Mayo de 2018
[Por: Juan Manuel Hurtado López]
Estamos alrededor de un pozo y frente a la Santa Cruz. Dos arcos hechos de varas y adornados con grandes hojas verdes y con flores cubren el pozo y dan forma al marco de la celebración del Día de la Santa Cruz. En el piso y sobre juncia está formado el Altar Maya con sus seis velas de colores. La roja al oriente, la negra al poniente, la blanca al norte y la amarilla al sur. En el Centro las velas azul y verde, representando a Dios, que en la cultura maya es invocado como Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra. Son las dos jícaras, la jícara azul: el cielo, la jícara verde: la tierra. Ahí es el lugar de encuentro entre el caminar de Dios, simbolizado por el sol que va de oriente a poniente y el caminar de la humanidad que va de norte a sur, para juntos tejer la historia: Dios y la humanidad, y así construir la perfecta armonía, el Sumak kawsay (quechua) lequil cuxlejalil, en tzeltal, el Buen Vivir.
Alrededor del Altar están sembradas 26 velas de color blanco. Este número es múltiplo de 13, los 13 peldaños que componen el cielo y la tierra en la cosmovisión maya, es decir: la totalidad. La oración que está a punto de iniciar el Principal es total.
Es una oración para agradecer a la madre tierra el regalo del agua, la vida, los frutos, los alimentos. Es una oración para pedir perdón por todos los daños que hacemos los humanos a la madre tierra y al agua. Es una oración de súplica para que nunca falte el agua, la vida, la salud, la amistad, la concordia, la paz en las familias, en la comunidad. Es una oración para que siempre haya frutos. Por eso ahí están las mazorcas de maíz.
Cuando el Principal inicia la oración, ya está el sonido de los tambores, de las flautas, del caracol, el agradable humo del incienso, y de vez en cuando escuchamos el estallido de un cohete. Reinan la armonía, la paz, la contemplación. El Principal va desgranando su oración con vehemencia, con movimientos de sus manos suplicantes, con inclinaciones. Los demás acompañamos con un silencio apretado de sentimientos, emociones y asertivo.
La oración se prolonga. Mientras, el redoblar de los tambores, el sonido de la flauta y del caracol son apenas eco de la intensidad de la oración. Cuando ésta termina, el Principal hace incensar las ofrendas y luego las arroja dentro del pozo: son cuatro cubos grandes de sal para que nunca falte el agua en el pozo y bastantes pétalos de flores. Besamos la Madre Tierra y hacemos tres momentos de baile ritual acompañados por los músicos tradicionales y el sonido de las sonajas.
Ahora se comparte a todos los presentes el alimento ritual: pat’s: tamales de masa de maíz con capas de frijoles molidos dentro y un cafecito. No hay nada que rompa la armonía de esta oración, todos los elementos están perfectamente ensamblados: el tiempo, el espacio, Dios, el hombre y la mujer Es una verdadera liturgia como culto integral al Dios de la vida.
La celebración del día de la Santa Cruz continuó en otro pozo donde también está plantada la cruz y luego compartimos la comida en la mesa de la fraternidad. Luego siguió la música tradicional con la guitarra, el violín, la flauta y las sonajas.
Es el homenaje a la Santa Cruz, es la oración a la hermana agua. Esta es la versión indígena de la celebración de la Santa Cruz el día 3 de mayo.
Por todos los símbolos que entran en esta oración, la celebración de la Santa Cruz se convierte en una evocación de la vida. Vida para todos y todas, vida para la creación, vida como alabanza al Dios de la vida. La cruz cristiana como manantial de vida, Jesucristo que desde la cruz nos alcanzó de una vez para siempre la vida plena a todos y todas. La cruz donde fue vencida la misma muerte.
A este propósito, traigo a colación que René Girard escribió un libro profundo y esclarecedor: “Vi a Satanás caer como el rayo” y hace la exégesis del texto: “Ahora es el juicio del mundo; ahora el amo de este mundo va a ser echado fuera” (Jn 12,31) y dice que en la cruz Jesucristo arrancó para siempre el poder al diablo.
La cruz como final del poder del mal y nacimiento de la vida para siempre.
Foto: III Jornadas Teológicas de Amerindia Centroamérica, México y El Caribe
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