17 de Abril de 2018
[Por: Rosa Ramos]
“¿Dónde está tu hermano?” (Gén.4, 9)
“Quédate con nosotros, Jesús,
que da miedo tanta oscuridad…
Somos rostro de un Dios trinitario
que aparece cuando hay comunión,
cuando somos todos solidarios,
cuando el pobre es sujeto y señor…”
(Himno de un Congreso Eucarístico en Argentina)
Quiero compartir con los lectores hoy una experiencia pascual y lo que me ha movido. Litúrgicamente, seguimos en Pascua. La Iglesia nos regala distintos tiempos para ahondar año a año en el sentido de la Vida de Jesús, rostro de su Abba, y promotor de su “reinado”.
No se trata –sólo– de repetir rituales, sino de profundizar y purificar la fe, lo cual es posible si celebramos esos Misterios del Amor desde nuestra historia personal, comunitaria, pública y política, actuales. Desde nuestras vicisitudes e indignaciones concretas, pero preñadas de porfiada esperanza, cobra su sentido vital la Pascua de Jesús, y con la suya también la nuestra y la de la creación ya en marcha –aunque más lenta de lo que quisiéramos–.
Este tiempo pascual me encontró en otras tierras y en contacto con otras culturas y realidades, aunque quizá no son tan otras que las de mi tierra. Pero sí me conmovieron conduciéndome a reflexionar y rezar lo que titulo aquí como “Misterios y ministerios”.
Existe sin duda un misterio de iniquidad, al que hacía referencia San Pablo (2Tes. 2, 7). Un misterio de mal que se arraiga destruyendo la vida, personas, generando pecado, es decir deshumanización, y lo hace por oscurecimiento, yo diría esquizofrenia, escisión, entre un plano y otro de las propias culturas y conciencias.
Así en un pueblo muy religioso y devoto, puede anidar simultáneamente un huevo de serpiente que da lugar a corrupción, violencia, sometimiento, violación de mujeres y niños, crímenes, desaparición de personas. Junto con la trata humana, es un flagelo en nuestros días.
Escuchar relatos, leer datos, asomarme a ese mundo tan oscuro, con oído y corazón, no sólo duele, también desconcierta, interpela convicciones sobre el ser humano, la evolución, en suma sobre nuestra propia humanidad. Pero es necesario mirar de frente esas realidades, este clamor de las víctimas que también hoy sube el cielo. (Ex. 3, 7)
Es necesario mirar y denunciar estas estructuras de pecado que anidan silenciadas en las familias, incluso en las aparentemente honorables, barrios, y ciudades, en muchos casos “normalizadas” por ser parte de la cultura de un pueblo (cuando, por ejemplo, considera a la mujer y a los menores como propiedad al estilo medieval con derecho a vida, muerte, abuso). Es necesario ir al fondo, cuestionar estructuras sociales, económicas, y también las públicas, que parecen ser ciegas, y son cómplices, o al menos muy lentas en reaccionar para dar solución a estas situaciones de miseria humana, e injusticia flagrante.
No voy a dar detalles, seguramente los lectores saben muy bien a qué me refiero, y conocen situaciones e historias concretas donde se hace patente este misterio de iniquidad.
Pero también es importante recordar el otro Misterio, el del Amor, ese que sobreabunda, que mantiene la vida y la mecha de la esperanza encendida. El Misterio de un Dios que camina con nosotros animándonos, sosteniéndonos; lo hace suscitando diversos carismas y servicios en medio de su pueblo, tanto hoy como ayer. Y aquí entra lo de los ministerios.
Existe un ministerio profético, un servicio al pueblo “para anunciar y denunciar”; para gritar fuerte “en nombre de Dios” y actuar con firme voluntad en medio de las crisis y desvíos. También para anunciar buenas nuevas y alentar la esperanza. Ese profetismo que Dios anima desde antaño -en el Credo profesamos que el Espíritu Santo habló por los profetas- continúa.
La Pascua renueva nuestra fe en el Espíritu que sigue resucitando hoy y que sigue hoy “haciendo labor”, sosteniendo el duro ministerio de ser profetas (Jeremías se lamenta, pero también confiesa la seducción del amor de Dios, y no abandona la misión).
Tuve la gracia de conocer días pasados a una mujer profeta, una religiosa, que por unos es admirada, llamada, buscada, para hacer “resonar” alto y en altas esferas, las denuncias de violaciones a los Derechos Humanos; y por otros es odiada y perseguida. Es así la suerte de los profetas, del propio Jesús… y más cercanos en el tiempo de nuestros mártires. No trabaja sola, ella es la voz más reconocida en las denuncias, pero trabaja en equipo (como Moisés con Aarón, Myriam y muchos más, como Jesús con su comunidad…), conteniendo a las víctimas, educando, comunicando, despertando conciencias tanto sobre casos concretos como sobre mentalidades que permiten la propagación del mal y/o la impunidad.
Asimismo agradezco ser testigo del ministerio del acompañamiento. Cuántas religiosas y consagradas viven insertas en medio de realidades duras, en barrios con pocos servicios o difícil acceso a los mismos. Lo hacen silenciosamente, solidariamente, compartiendo la vida de la gente, las luchas, los duelos, los temores, y las esperanzas, la vida que nace, que crece y avanza porfiadamente.
Más personas de las que imaginamos, jóvenes profesionales o con “otras posibilidades” manteniendo sus trabajos, su casa, su familia, optan -son llamados/as por el Espíritu de Dios-, por vivir de puertas y corazón abiertos, atentas a las necesidades de los más vulnerables, compartiendo con ellos su saber, sus energías, sus recursos, pero sobre todo su amor sanador. “Sólo el amor alumbra la maravilla… sólo el amor convierte en milagro el barro….”.
En medio de estos dos misterios, el de iniquidad que nos desconcierta, y el de un Amor siempre mayor, que confirma el proyecto de vida abundante y vence -como nos lo recuerda la Pascua-, valoro otro ministerio, el de la animación y celebración. Muchos sacerdotes, religiosos/as y laicos/as, ofrecen este servicio también fundamental en medio de los conflictos. La comunidad que celebra y canta entre sonrisas y lágrimas alimenta la fe, la esperanza y el amor, purificándolos.
Necesitamos en nuestros pueblos y comunidades -¡y los tenemos!- testigos profetas, acompañantes fieles, y animadores que celebran con tanta alegría como humildad la experiencia pascual.
Las vidas de estos hermanos y hermanas, su presencia, sus gestos y palabras valientes, el brillo matinal de su rostro y su canto, nos recuerdan que el resucitado es el crucificado y que los crucificados de hoy deben ser liberados, encontrados, restituidos, dignificados. ¡Menos mal que existen! Parafraseando a Bertolt Brecht.
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