13 de Abril de 2018
[Por: Juan José Gravet]
Quería contarles una experiencia, que quizás ha sido una de las más difíciles para mí. Cuando terminé la secundaria, el primer trabajo que conseguí fue el de empleado administrativo de una empresa metalúrgica. Y allí tenía que atender la gente que venía, era telefonista, escribía a máquina (hace más de treinta años), y todas las cosas que hace un empleado administrativo, pero tenía que atender a la gente! Aprendí muchas cosas allí, muchas. Pero hay una que aprendí, que es la que más me costó porque no es bueno esto. ¿Qué aprendí? A mentir. Pero no porque yo quería mentir, tenía que mentir porque el jefe me decía: “no estoy”, y estaba. “Decile que no estoy…!” Y yo tenía que poner la cara. “No está!”. Y cada vez que ocurría esto yo sentía algo, se me revolvía todo adentro; no estaba acostumbrado a esto, pero con el paso del tiempo, - si bien allí estuve muy poco, un año -, pude ir viendo que uno puede irse acostumbrando a la mentira. Y como que, no pasa nada. Le decimos: “una mentira piadosa”. Me acuerdo que una vez vino un hombre de Tucumán a hablar con el dueño de la empresa y me dijo: “No, no estoy”. Y se tuvo que volver. Y el que puso la cara fui yo. O sea que, adentro golpea todo esto…
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