El papa Francisco en claroscuro. Cinco años después de su elección (2)

27 de Marzo de 2018

[Por: Juan José Tamayo]




En el análisis de los cinco años de pontificado de Francisco del artículo anterior (publicado en este blog el 23 de marzo de 2018) destaqué el cambio llevado a cabo en materia social con su crítica al capitalismo y en la reflexión sobre la Casa Común con su crítica al antropocentrismo, tanto el interno al cristianismo como el moderno, que colocan al ser humano en el centro como dueño y señor con derecho a usar y abusar de la tierra. 

 

En este artículo voy a analizar los límites y las carencias de Francisco en tres aspectos que me parecen fundamentales: la lentitud en la reforma de la Iglesia, el mantenimiento del clericalismo y la marginación de las mujeres

 

La organización eclesiástica sigue siendo jerárquico-piramidal y está muy alejada de las prácticas democráticas que caracterizaron otros periodos del cristianismo –preferentemente en los primeros siglos–. Francisco ha creado –es verdad– una comisión de cardenales para que le asesoren en la reforma de la Iglesia, pero la composición de la misma no me parece la más adecuada para el propósito que se propone. ¿Por qué? En primer lugar, porque todos los miembros de la misma son varones, clérigos y “príncipes de la Iglesia”. 

 

En segundo lugar, porque la comisión está coordinada por el cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa (Honduras), que apoyó el golpe de Estado contra el legítimo presidente de su país Manuel Zelaya y no ha denunciado con la energía necesaria la fraudulenta e ilegítima reelección del actual presidente de su país Juan Orlando Hernández. La comisión nace, así, marcada por la contradicción ¿Cómo va a contribuir a la reforma de la Iglesia alguien de tan alto rango eclesiástico que se muestra irrespetuoso con la democracia política en su país? La contradicción está instalada en la propia comisión.

 

En tercer lugar, en la comisión no hay seglares, ni hombres ni mujeres, ni teólogos ni teólogas, ni personas que representen a las congregaciones religiosas, ni miembros de los movimientos cristianos de base. Con estas ausencias es muy difícil, por no decir imposible, que se produzcan cambios en los diferentes niveles de la organización eclesiástica, empezando por las parroquias y los obispados y terminando por el Vaticano. 

 

El Papa no pierde ocasión de criticar con razón el clericalismo, pero en la práctica sigue manteniéndose la mentalidad y la práctica clericales. El clero controla todos los ámbitos de la vida eclesial y no facilita cauces de participación real y efectiva de los seglares, que son mayoría en la Iglesia. Sigue pendiente la reforma de la Curia, que es una de las instituciones eclesiásticas más conservadoras y que más se oponen a los cambios propuestos por Francisco. Mientras los seglares no asuman las riendas de la Iglesia, está seguirá instalada en el clericalismo, que se apropia de la eclesialidad y se la niega a los seglares.    

 

En lo referente a las funciones, lugar y papel de las mujeres en la Iglesia católica, se mantiene el inmovilismo de los Papas anteriores. Las mujeres siguen siendo mayoría silenciada. El discurso utilizado sobre ellas es el de la excelencia: se dice que son la armonía del universo, que son más importantes que los obispos y los sacerdotes y otras lindezas por el estilo, pero no se les reconoce función directiva alguna. Son excluidas del ministerio ordenado, del acceso directo a lo sagrado: No se les permite asumir puestos de responsabilidad, donde se toman las decisiones importantes.

 

No participan en la elaboración de la doctrina teológica y de la moral. No se les reconocen los derechos sexuales y reproductivos. Viven en una permanente minoría de edad. La teología feminista está marginada. Se descalifica la teoría de género llamándola despectivamente “ideología de género”, cuando se trata de una teoría con una sólida fundamentación antropológica, filosófica, sociológica, etc. y se tiende a responsabilizarla de la disolución de la familia y e incluso de la destrucción de las propias mujeres. El patriarcado religioso sigue instalado en la cúpula de la Iglesia, en su organización, sus instituciones, sus actitudes y sus prácticas

 

Quienes gobiernan la Iglesia son las “masculinidades sagradas” y los gobernantes fundamentan su poder en el carácter masculino de Dios. El resultado es el que ya describiera la pensadora feminista norteamericana Mary Daly: “Si dios es varón, el varón es Dios”. El patriarcado religioso, al que yo llamo “Extremoduro”, legitima el patriarcado político y social. La estructura patriarcal sigue intacta.

 

Francisco se ha reunido en varias ocasiones con los movimientos populares y ha asumidos sus principales reivindicaciones que resume en las tres “T”: “Trabajo, Techo, Tierra”. Ha tenido encuentros con las comunidades indígenas. Nunca se ha reunido, empero, con los movimientos feministas, ni con las teólogas feministas cristianas. A lo más que ha llegado es a reunirse con las “superioras” de las Congregaciones religiosas y a proponer, a petición suya, el estudio de la posibilidad de introducir el diaconado femenino que, a mi juicio, no es un avance, sino el mantenimiento de las mujeres en un estado de permanente subalternidad al servicio del clero.

 

¿Exagero? No. Lo confirma el diario oficial del Vaticano L’ Osservatore Romano en una investigación llevada a cabo por su publicación mensual “Mujeres, Iglesia Mundo” –que, a decir verdad, no goza de estima en el mundo patriarcal del Vaticano–, donde se recogen testimonios de monjas al servicio de cardenales, obispos y hombres de Iglesia en general que afirman ser tratadas a menudo como sirvientes.

 

Lucetta Scaraffia, directora de la publicación, feminista católica y profesora de Historia en la Universidad La Sapienza afirma: “Dentro de la Iglesia las mujeres son explotadas”. El propio Francisco expresa su dolor por la marginación de las mujeres en la Iglesia católica y reconoce en La alegría del Evangelio que “es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva” (n. 103).  

 

En el libro Diez cosas que Francisco propone a las mujeres, el Papa expresa una doble preocupación:

 

- que “siga persistiendo cierta mentalidad machista, incluso en las sociedades más avanzadas, en las que se consuman actos de violencia contra la mujer, convirtiéndola en objeto de maltrato, de trata y lucro, así como de explotación en la publicidad y en la industria del consumo y de la diversión".

 

- que “en la propia Iglesia, el papel de servicio al que todo cristiano está llamado se deslice, en el caso de la mujer, algunas veces, hacia papeles más bien de servidumbre que de verdadero servicio".

 

Así es. Incluso hay obispos que demonizan literalmente a los movimientos feministas. Es el caso del obispo español de San Sebastián, Juan Ignacio Munilla, quien, con motivo de la convocatoria de la huelga de las mujeres el pasado 8 de marzo, osó afirmar que “el “demonio” había “metido un gol desde sus propias filas” al feminismo “radical o de género”, al que reprochó su defensa del aborto libre y gratuito y del lesbianismo y el bisexualismo.

 

Hay con todo alguna excepción a los comportamientos discriminatorios contra las mujeres. En un gesto de solidaridad con ellas mujeres, el cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, afirmó comprender que las mujeres hicieran huelga el 8 de marzo, alegando que “hay que defender sus derechos” y que “lo haría también, lo hace también de hecho, la Santísima Virgen María”. 

 

Mientras no se produzca la democratización de las estructuras eclesiales y no se dé el paso de la discriminación de las mujeres a la igualdad de género, el cambio de paradigma eclesial que pretende llevar a cabo Francisco se habrá quedado a medio camino o, peor aún, habrá fracasado. 

 

 

Imagen: http://www.tn8.tv/europa/445834-papa-francisco-cinco-anos-papado-reformista/ 

 

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