El vientre de una comunidad (o una comunidad-vientre)

22 de Marzo de 2018

[Por: Francisco José Bosch]




[Las crónicas de las mingas de teología popular por NuestrAmérica continúan. Es el turno de Argentina, de mi ciudad natal, del terruño que me vio crecer. Allí fue posible realizar diferentes encuentros, con distancia en el tiempo. Esta crónica buscan contribuir a la misma pregunta inicial, ¿Dónde ponemos el ojo para hacer teología? Los relatos sobre lo oculto y su cocina, toma II, Argentina…]

 

Mar del Plata es la ciudad que vio a la poetisa Alfonsina Storni tragarse todo el mar. Una estatua de piedra la recuerda, frente al mar que la vio desaparecer para siempre. En esa ciudad de la soledad y las tristezas, también se cultiva un enorme caudal de vida desde sus barrios. Tanta vida que las comunidades tienen forma de vientre. Esta es la historia de la comunidad Santa Teresita, del barrio Belgrano, en los márgenes de ‘La feliz’.

 

Los que en las periferias viven y creen, organizaron una peregrinación por alguna de sus comunidades para formarnos-escuchándonos. Y con un sencillo itinerario, un grupo de mujeres y hombres nos encontramos para creer juntos, para pensarnos y para buscar nuevos caminos. 

 

Primera estación: Frenar y Sentir  en el barrio Parque Palermo

 

Hombres y mujeres de las comunidades de base de las periferias de Mar del Plata. Una pequeña capilla en uno de los barrios marginalizados y señalados como ‘´peligrosos’ en la ciudad. Allí un espacio para despertar los sentires como inicio de un camino de auto-formación de las comunidades. 

 

La primera estación: FRENAR Y SENTIR. Detener el vértigo del día a día, el peso de lo cotidiano, la fuerza arrolladora de la realidad, que nos pasa por encima. Frenar y sentir, antes de pensar la realidad, antes de ponerla en debate, antes de ingresar en la polémica. ‘Parar la pelota’ como dicen en los potreros, pararla para poder escuchar el cuerpo que cargamos y nos carga. 

 

Siempre desconcierta la propuesta que no pasa por la palabra: ‘vamos a tomarnos de las manos y bailar con el compañero’. Una consigna fuera del tarro, desubicada para lo que estamos acostumbrados, pero profundamente necesario dentro de una iglesia que cercenó el cuerpo, que mutilo la fe de nuestra carne. 

 

Frenar antes de sentir para poder parar con el movimiento insensible que la ciudad impone. Vivir en un mundo que ‘pica carne humana’ exige parar. Y en comunidad eso se vuelve un desafío enorme: parar y mirarnos, parar y tocarnos, parar e intuirnos. Parar para poder mirar el mundo del revés en el que estamos inmersos. Parar para que el silencio nos encuentre con la mística que sostiene cada una de nuestras luchas por el reino. Parar porque también necesitamos el abrazo que reconforta en ese mínimo instante de tregua. 

 

Allí pudimos repasar nuestro día y tener un registro de nuestra escucha: ¿Qué escuchamos hoy?, ¿de quién?, y  ¿dónde? Fue un primer momento de levantar la oreja, de reconocer en la memoria voces-rostros, voces-miradas, voces-silencios. Salieron a relucir frases de vecinos, de la tele, del cura, de los hermanos. Frases del cotidiano que van construyendo imaginario. Voces que están grabadas en nuestros cuerpos.

 

Segunda estación: un territorio vientre en el Barrio Belgrano

 

Otro barrio de la ciudad, otra comunidad que recibe. Muchxs niñxs dan la bienvenida, jugamos un buen rato. Luego entramos al salón y de aquí en más utilizaré el plural femenino de forma incluyente, porque ese mediodía las mujeres no solo fueron mayoría sino que demostraron que sostienen al mundo con su fe luchada y comprometida. 

 

Todas hicimos un círculo. Estábamos listas para arrancar, enlazadas por una soga que nos unía en círculo, que nos invitaba a construir un equilibrio colectivo, dinámica, travieso. Alrededor corrían más de 12 niñas, jugaban a la mancha, a la escondida, a tantas cosas. Nosotras también jugábamos para iniciar este encuentro. 

 

El objetivo era claro: queríamos mirar la realidad de nuestras comunidades, nuestros sagrados territorios de compromiso creyente. Allí nos ayudaría la cartografía colectiva, esta herramienta que permita visualizar el imaginario que puebla nuestros espacios, que ayuda a pensar la vida desde el territorio, que permite sembrar la fe en un contexto y unas relacionas fundamentales. Desde allí miramos a cada comunidad, haciendo el mapa de nuestra tierra sagrada. 

 

Cada una fue presentado su mapa: lugares, actores, relaciones, acciones, sentires y pensares. Rostros e historias que iban dando sentido a la vida de las comunidades en medio de los barrios olvidados de ‘La Feliz’. Todos los mapas fueron delineando el rostro sencillo de una iglesia pobre y entre los pobres, hasta que la comunidad anfitriona tomó la palabra y su mapa habló por si solo:

 

Un grupo de mujeres con niños a upa, cargando, regañando, chistando, preparando una merienda, cebando mates y presentando su mapa. Todas ellas mujeres. Todas. Todas ellas pobres, todas. Todas ellas miembras de la comunidad eclesial de base, Santa Teresita del barrio Belgrano. 

 

Ellas tomaron el afiche donde habían dibujado con crayones su mapa, y luego de disculparse por sus malos trazos y los rayones de los niños, el mapa habló por si solo: un vientre emergía de entre las flechas que señalaban las relaciones que hacían fecunda a la comunidad. Alfredo, hermano de otra comunidad, lo vio enseguida y le brillaban los ojos. Todos los sentimos claro: la vida de esas mujeres se había hecho mapa con forma de vientre. 

 

Tercera estación: Encuentro diocesano de CEBS en Santa Rita

 

Última estación: encontrarnos. En Mar del Plata y Batan conviven comunidades de base en diferentes zonas. El encuentro diocesano fue en la parroquia donde veníamos realizando la peregrinación-taller. Fue un espacio de encuentro, de recargar la mística, de una liturgia llena de símbolos que reforzaron el convencimiento y las energías para seguir andando. 

 

En ese encuentro, con animadores de cada una de las comunidades de la parroquia, tuvimos un encuentro breve para entregar el material de los talleres para que cada comunidad pudiera mirar ‘el corazón de su fe, su entramado bendito’. Allí nos quedó planteado, en ese último breve encuentro, la necesidad de ir a escuchar las buenas noticias que acontecen en nuestras comunidades. 

 

Y allí están, hombres y mujeres, en las periferias de ‘La Feliz de Alfonsina’, leyendo las sonrisas, escuchando las miradas, sintiendo la compañía. Porque ser compañeros entre nosotros es ser compañeros con el Buen Jesús… y allí, las buenas noticias emergen en medio de los viernes santos que pueblan nuestros barrios. 

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