01 de Marzo de 2018
[Por: Sofía Chipana Quispe]
Estas palabras que ofrezco surgen del deseo profundo de conexión con la Fuerza de la Vida, que para las regiones altas de Los Andes se siente en los campos verdes y las flores de los productos propios de nuestras tierras, que nos llevan a compenetrarnos con los ropajes de colores de las mujeres que danzan con sus polleras multicolores, y dejarnos llevar por la música que surge desde los instrumentos de viento que se conectan con la fuerza propia de la fecundidad de nuestros territorios. Es el tiempo del juego, del encuentro, del compartir, de la fiesta.
Pero también siento que se trata de una fiesta que cobija ciertas nostalgias, porque la tierra a quién ofrecen sus mejores ofrendas, ya no es la misma, pues requiere de más químicos para seguir produciendo, como comentan las mujeres agricultoras que llegan a las ferias populares, pues para los pueblos con mayor vínculo con el cosmos, provoca mucho dolor, mientras para los que se sumaron a las cadenas agrícolas comerciales no importa, a fin de sacar mayor provecho de la tierra, mejor, noción que sin duda, es impulsada por el consumo de las grandes ciudades que piensan que el vivir bien, es sinónimo del derroche y la “abundancia”, que se presenta como un paradigma de vida al que se debe acceder.
Mientras algunos/as en las ciudades van presentando la ostentosidad y una serie de inventos que puedan satisfacer los supuestos placeres de la vida, hay otras vidas que las van sosteniendo a través de una serie de cuidados a fin de seguir restableciendo el equilibrio y la armonía necesaria. Como acontece en esa fiesta que se conoce como carnavales, que para el contexto Andino, es la Anata, el tiempo del juego, en torno a la producción de la papa, uno de los alimentos que sustenta el sistema social del mundo andino porque marca el ciclo agrícola que genera una serie de relaciones. Aunque, no es exclusiva, ya que los rituales están dirigidos a todos los sembríos que están floreciendo, por lo que se busca agradecer a la generosidad de la Pachamama por medio de ofrendas, e intentado agradar a las y los espíritus protectoras/es que habitan en los sembríos, las casas y los animales domésticos, adornándoles con flores, globos, serpentinas, y ofreciéndoles libaciones.
Se trata de una fiesta larga, primero de ámbito familiar y ritual, para luego extenderse a la comunidad, al pueblo, donde se organizan las fiestas comunitarias que se reúnen en el centro del pueblo donde danzan varios días acompañados de instrumentos de viento y juegos entre las/os más jóvenes. Es posible que esta fiesta haya durado más días, ya que en la actualidad se corta, con el primer domingo de cuaresma, según el calendario litúrgico del cristianismo, aunque en la fiesta es resinificado como el día de tentación, sobre todo para las/os solteras/os.
Esta festividad como las otras que son parte del ciclo agrícola en los Andes, han vivido sus modificaciones en su relación con el cristianismo, pero lo más rico de cada una de ellas, es que conservan el anhelo profundo de los dos principios de vida, restablecer el equilibrio necesario a fin de armonizar la vida, que sólo es posible reconocer en la medida en que se supere la herencia colonial, que permitirá sentirnos y conectarnos con el propósito para el que estamos en nuestro paso por el cosmos, y que cada uno/a puede aportar de diversas maneras desde los diversos territorios.
Si bien en los territorios andinos altos, estamos en el tiempo de vínculo con los frutos de la tierra que ya tienen cuerpo y requieren ser cuidadas para que alcancen su madurez a fin de que puedan seguir nutriendo a los diversos cuerpos. Me conecto con los diversos territorios que celebran la fiesta de los carnavales a lo largo del territorio que está atravesada por la fuerza telúrica de la cordillera de Los Andes, pero también desde esa fuerza de la vida, me sumo al caminar de los pueblos desplazados de Venezuela con los que compartimos territorialidad Andina, mientras unos damos gracias por estar en el territorio ancestral y agradecemos por la fertilidad de la tierra y sus frutos que son intercambiados de un territorio a otro, el pueblo desplazado tiene que dejarlo para atravesar las diversas fronteras a fin de buscar el buen vivir, no son pocos, son muchos esperando salir de sus tierras de origen y ser acogidos en los territorios que se presentan como de “promesa”, sin juzgar a la acogida de las poblaciones solidarias, pero genera cierta sospecha el supuesto apoyo “humanitario” de Colombia y Perú, y los otros países receptores del pueblo desplazado, habrá que ver a qué intereses corresponde.
Impresiona escuchar que los pueblos de raíces caribeñas y afrodescendientes, hayan perdido hasta lo más elemental que es celebrar entorno a la comida, porque no encuentran los elementos necesarios para su preparación, en sus propios territorios. Y nos preguntamos, ¿cómo es que se llegó a esa situación?, las mujeres agricultoras con las que comparto la vida, se preguntan qué llevó a que estos hermanos y hermanas, hayan perdido su contacto con sus tierras y territorios, para que no tengan la producción que cubra aunque sea sus necesidades básicas; si bien se sabe que la mayoría de nuestros países depende de la producción de los otros, tenemos que asumir que en nuestros territorios y mucho más en Venezuela y los países vecinos, se fue perdiendo los intercambios necesarios que no sólo generan ganancias, sino relaciones.
En este cosmos que habitamos, en la que todo está mediado por una economía monetaria de algunos imperios, que por demás está mencionarlos, y que a nombre de supuestas “democracias” rompen las relaciones entre unos pueblos y otros, nos desafía a no perder de vista que, la compleja realidad que vive el pueblo venezolano, deriva de las consecuencias políticas no sólo recientes, como se nos hace creer, sino de las que la antecedieron porque siguieron con mucha fidelidad las políticas hegemónicas que se imponen más allá de sus territorios, y que en estos tiempos buscan volver a fin de apoderarse de los mal llamados recursos naturales, y en el caso específico de Venezuela el Petróleo, esto sin negar los aciertos y desaciertos de los que plantean la segunda independencia.
Que el espíritu de la fiesta de vínculo con la Fuerza de la Vida, que acabamos de vivir en estos territorios, pueda convocar a las comunidades humanas solidarias a fin de sostener la Vida, y que circulen las palabras andantes que alerten la intervención gestada por el poder hegemónico del Norte, que se disfraza de discurso “democrático” de “derechos humanos” y de “apoyo humanitario”. Que la dignidad del pueblo venezolano que se presenta en los diversos territorios, buscando tierra, conserve la esperanza de ver florecer sus tierras en las que aún se encuentra su corazón y posiblemente muchos de los seres que ama. Que sus tonadas y su alegría los/as vincule con la fuerza del cosmos que va acompañando su peregrinaje sostenida por la fuerza del retorno.
Imagen: http://newenazul.blogspot.com.br/2011/11/cuando-las-cabezas-de-las-mujeres-se.html
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