04 de Febrero de 2018
[Por: Marcelo Barros]
Ya en esa semana, por muchas ciudades de nuestro continente, bloques carnavalescos hacen ensayos para la fiesta. Las personas preparan disfraces y empiezan a preparar los bailes de Carnaval. Algunos grupos religiosos ven en eso pura alienación, o incluso tentación del diablo.
Sin duda, ocurren abusos, sea en la explotación de un erotismo meramente comercial, sea en el uso indebido de bebidas y drogas. También, como en diversos fenómenos de masa, puede haber en estos días un aumento de la violencia. Sin embargo, sea como sea, toda fiesta, incluso la más aparentemente mundana, reúne a las personas en una expresión de alegría. Por eso, tiene una dimensión noble y, podemos decir: espiritual.
De un modo u otro, todas las culturas valoran la fiesta como signo y anticipación del pleno y definitivo encuentro con la divinidad. Conforme al cuarto evangelio, Jesús mismo anticipó su hora de actuar y su Pascua. Transformó agua en vino simplemente para que no faltara alegría en una fiesta de bodas (Jn 2). Jesús dijo también que los tiempos del reinado divino vienen al mundo y por eso todos deben alegrarse. El Espíritu Divino hace de nuestra vida, incluso sufrida, una fiesta de amor. Lo que caracteriza a la fiesta es la libertad de jugar, el derecho de subvertir la rutina y de expresar alegría y comunión, a través de una comida deliciosa, una música contagiosa y una danza que unifique cuerpo y espíritu.
En la Biblia judía, los salmos aluden a la danza como forma de oración. A pesar de eso, parece que la danza no siempre ha sido muy valorada en las liturgias. En las sinagogas, el uso varió mucho. En épocas más recientes, principalmente en fiestas como la de la Simchá Torá, la fiesta de la "alegría de la Ley", la danza es el rito central. Nilton Bonder, rabino brasileño explica: “Bailamos con la Torá y no nos damos cuenta cómo bailamos con la vida y que la danza revela mucho de nuestro ser más profundo”.
La danza es más que un método. Es camino de meditación interior y comunitaria. Indica apertura del ser humano a la trascendencia. Un dervixe dijo al escritor griego Nikos Kazantzakis: “Bendecimos al Señor, bailando. La danza mata al ego y una vez que el ego está muerto no hay más obstáculos que le impidan unirse a Dios”.
En toda América Latina y Caribe, las danzas son ancestralmente practicadas por las religiones originales (indígenas y afrodescendientes). Muchas veces, además de ser una forma de orar con el cuerpo, sirven también como instrumentos de sanación y equilibrio para la vida. El Carnaval y sus bailes pueden ayudarnos a hacer de nuestra vida un baile de comunión, ensayo de un mundo nuevo posible.
Hoy, en muchos grupos, se revaloriza la danza sagrada. Lamentablemente, este modo de hablar puede separar lo sagrado y lo profano. Como toda actividad humana, la danza también puede tornarse instrumentalizada en espectáculos de mal gusto. Sin embargo, si, en su erotismo, ella es humana y humanizadora, repone las energías del amor en un equilibrio unificador de la persona y de la comunidad. Puede ser señal de la bendición divina e instrumento de cura del cuerpo y del espíritu.
Tanto en el Carnaval, como en el día a día, es importante valorar los ritmos, músicas y danzas de cada cultura. Un cántico de la Edad Media cantaba: “Dancen, donde sea que estén. Entren en el ritmo liberador. Dancen la vida y el amor. Como hasta en la cruz tuve que danzar y vencí la amargura y el desespero del dolor. Me torné, así, de toda danza la fuente y el primor”.
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