Dios: Padre maternal y Madre paternal

31 de Enero de 2018

[Por: Leonardo Boff | Texto en español, portugués e italiano]




Existencialmente hablando, Dios es el nombre que simboliza aquella tiernísima Realidad y aquel Sentido amoroso capaz de llenar la incompletitud del ser humano. Dios solo tiene sentido si emerge de nuestro radical deseo que para Aristóteles y Freud es infinito. 

 

Esa Suprema Realidad (el Reale realissimum de los pensadores medievales) fue expresada en el contexto de la cultura del patriarcado: Dios se presenta como masculino. Como consecuencia, todas las grandes religiones históricas se estructuraron en el código patriarcal. Por eso, tales lenguajes necesitan ser hoy despatriarcalizados si queremos tener una experiencia totalizadora de lo sagrado. En eso las mujeres pueden ser nuestras maestras y doctoras.

 

Todos hemos sido ayudados por el descubrimiento de la existencia, antes puesta en duda, de una fase matriarcal de la humanidad, ocurrida hace unos 20 mil años. Las divinidades eran todas femeninas. Esto significó un giro en la reflexión teológica. Hoy sólo hacemos justicia a nuestra experiencia de lo Divino si la traducimos en términos masculinos y femeninos simultáneamente. En un lenguaje inclusivo Dios emerge como Padre maternal y como Madre paternal. Como Dios-Él y Dios-Ella, en el decir de muchas feministas.

 

Obviamente “Dios” sobrepasa las determinaciones sexuales; sin embargo, hay valores positivos presentes en esta forma de nombrar a Dios. Masculino (animus) y femenino (anima) son principios estructuradores de nuestra identidad.

 

Todas las palabras del diccionario no pueden definir a Dios, pues Él sobrepasa a todas. Vive en la dimensión de lo inefable. Ante él más vale callar que hablar y vivir una actitud de respeto y de devoción.

 

Estimo, sin embargo, que no podemos renunciar a la palabra “Dios” en razón del rico significado semántico de su origen sánscrito (di) y griego (theós): la luminosidad que se irradia en nuestra vida (el significado de di en sánscrito) o la solicitud para con todos los seres, quemando con su bondad toda malicia cual fuego purificador (el sentido originario del theós griego).

 

Las mujeres se impusieron a sí mismas la tarea: cómo pensar lo divino, la revelación, la salvación, la gracia, el pecado, a partir de la experiencia de las mujeres mismas, es decir, a partir de lo femenino. En el contexto de la teología de la liberación, la pregunta es: ¿cómo pensar a Dios a partir de la mujer pobre, negra y oprimida?

 

En este campo ha habido contribuciones notables. En primer lugar, las mujeres mostraron cuán patriarcal y machista es el discurso considerado normal y oficial que penetró en la catequesis, en los discursos oficiales e incluso en la teología erudita. Rara vez los teólogos-hombres han tomado conciencia de su lugar social-sexual-patriarcal.

 

La teología todavía dominante constituye una elaboración que los hombres, como hombres, hacen de lo Divino. Es una teología poco espiritual, a diferencia de la teología femenina que es más narrativa, marcada por la inteligencia cordial y la espiritualidad.

 

A partir de la experiencia de lo femenino, el discurso teológico se volvió más existencial, inclusivo e integrador de lo cotidiano. Una cosa es decir Dios-Padre. En esta palabra resuenan arquetipos ancestrales ligados al orden, al poder, a la justicia y a un plan divino. Y otra cosa es decir Dios-Madre. Esta palabra evoca experiencias originarias y deseos arcaicos de protección, de útero acogedor, de misericordia y de amor incondicional.

 

Mientras la religión del Padre introduce el infierno, la religión de la Madre hace prevalecer la misericordia y el perdón.

 

Finalmente, cabe preguntar: ¿en qué medida lo femenino/masculino son caminos de la humanidad hacia Dios y en qué medida lo femenino/masculino son caminos de Dios hacia la humanidad? Sólo tenemos acceso integral a Dios mediante lo femenino y lo masculino, pues “son a su imagen y semejanza”.

 

Ya C. G. Jung y Paul Ricoeur observaron que lo masculino y lo femenino sobrepasan el ámbito de la razón. Entran en la dimensión de lo Profundo incognoscible, es decir, del misterio. Hay, por lo tanto, cierta afinidad entre la realidad Dios y la realidad femenino/masculino, porque ambas son misterio, aunque Dios es siempre mayor (semper maior).

 

Si lo femenino/masculino son perfecciones, entonces se anclan en Dios. Si es así, lo femenino/masculino adquieren dimensiones divinas.

 

La teología plantea todavía una pregunta radical: ¿a qué están llamados, en el plan último de Dios, lo femenino y lo masculino? Es una cuestión irrenunciable.

 

En una formulación extremadamente abstracta y generalista, pero verdadera, podemos decir: todas las religiones, por los caminos más diversos, prometen una plenitud y una eternización de la existencia humana, masculino/femenina. Serán Dios por participación, al decir del místico san Juan de la Cruz. Será una fusión con la Suprema Realidad que es amor y juego de relaciones recíprocas. El Cristianismo se suma a esta comprensión bienaventurada llamándola el Reino de la Trinidad.

 

*Leonardo Boff escribió El rostro materno de Dios, Paulinas, Vozes 2012.

Traducción de Mª José Gavito Milano

 

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Deus: Pai maternal e Mãe paternal

                                          

Existencialmente falando. Deus é o nome que simboliza aquela terníssima Realidade e aquele Sentido amoroso, capaz de preencher a incompletude do ser humano. Deus só tem sentido se irromper do nosso radical desejo que para Aristóteles e Freud é infinito.

 

Essa Suprema Realidade (o Reale realissimum dos pensadores medievais) foi expressa no contexto da cultura do patriarcado: Deus comparece como masculino. Em consequência, todas as grandes religiões históricas se estruturaram ao redor no código patriarcal. Por isso, tais linguagens precisam ser hoje despatriarcalizadas se quisermos ter uma experiência totalizante do Sagrado. Nisso as mulheres podem ser nossas mestras e doutoras.

 

Fomos todos ajudados pela descoberta da existência, antes posta em dúvida, de uma fase matriarcal da humanidade, ocorrida há cerca de 20 mil anos. As divindades eram todas femininas. Isto significou uma virada na reflexão teológica. Hoje só fazemos justiça à nossa experiência do Divino se a traduzirmos em termos masculinos e simultaneamente femininos. Deus emerge numa linguagem inclusiva   como Pai maternal e como Mãe paternal. Como Deus-Ele e de Deus-Ela no dizer de muitas feministas.       

 

Obviamente “Deus” ultrapassa as determinações sexuais, no entanto, vigoram valores positivos presentes nesta forma de nomear Deus. Masculino (animus) e feminino (anima) são princípios estruturastes de nossa identidade.

 

Todas as palavras do dicionário não conseguem definir Deus, pois Ele ultrapassa a todas. Vive na dimensão  do inefável. Diante dele mais vale calar do que falar; cabe viver uma atitude de respeito e de devoção.

 

Estimo, no entanto, que não podemos renunciar à palavra “Deus”em razão do rico significado semântico de sua origem sânscrita (di) e do grego (theós): a luminosidade que se irradia em nossa vida (o significado de di em sânscrito) ou a solicitude para com todos os seres, queimando com sua bondade toda malícia qual fogo purificador (o sentido originário do theós grego).

 

As mulheres se impuseram a si mesmas a tarefa: como pensar o Divino, a revelação, a salvação, a graça, o pecado, partir da experiência das mulheres mesmas, vale dizer, a partir do feminino. No contexto da teologia da libertação, a questão é: como pensar Deus a partir da mulher pobre, negra e oprimida?

 

Nesse campo houve contribuições notáveis. Antes de mais nada, as mulheres mostraram quão patriarcal e masculinista é o discurso dito normal e oficial que penetrou na catequese, nos discursos oficiais até na teologia erudita. Raramente os teólogos-homens conscientizaram seu lugar social-sexual-patriarcal.  

 

A teologia ainda dominante constitui uma elaboração que os homens, como homens, fazem do Divino. Normalmente a teologia masculina é racional e busca o sistema. Ela é pouco espiritual, em distinção da teologia feminina que é mais narrativa, marcada pela inteligência cordial e pela espiritualidade.

 

A partir da experiência do feminino, o discurso teológico ficou mais existencial, inclusivo e integrador do cotidiano. Uma coisa é dizer Deus-Pai. Nessa palavra ressoam ancestrais arquétipos ligados à ordem, ao poder, à justiça e a um plano divino. Outra coisa é dizer Deus-Mãe. Nessa invocação emergem experiências originárias e desejos arcaicos de aconchego, de útero acolhedor, de misericórdia e de amor incondicional.

 

Onde a religião do Pai introduz o inferno, a religião da Mãe faz prevalecer a misericórdia e o perdão.  

 

Por fim, cabe perguntar: em que medida o feminino/masculino são caminhos da humanidade para Deus? E em que medida o feminino/masculino são caminhos de Deus para a humanidade? Só temos um acesso integral a Deus mediante o feminino e o masculino, pois  “são à sua imagem e semelhança”.

 

Já C. G. Jung e Paul Ricoeur observaram que o masculino e feminino ultrapassam o âmbito da razão.  Entram na dimensão do Profundo, incognoscível, vale dizer, do mistério. Há, portanto, certa afinidade entre a realidade Deus e a realidade feminino/masculino, porque ambos são mistério, embora Deus é sempre maior (semper maior).

 

Se o feminino/masculino representam perfeições, então se ancoram em Deus. Se assim é, o feminino/masculino adquirem dimensões divinas.

 

A teologia planteia ainda uma questão radical: a que são chamados, no plano último de Deus, o feminino e masculino? Esta questão é irrenunciável.

 

Numa formulação extremamente abstrata e generalista, mas verdadeira, podemos dizer: todas as religiões, por caminhos, os mais diversos, prometem uma plenitude e uma eternização da existência humana, masculino/feminina. Serão Deus por participação, no dizer do místico São João da Cruz. Será uma fusão com a Suprema Realidade que é amor e jogo de relações recíprocas. O Crisitianismo se soma a esta compreensão  benaventurada chamando-a o Reino da Trindade.

 

Leonardo Boff escreveu O rosto materno de Deus,Vozes, 2012.

 

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Dio, Padre materno e Madre paterna 

 

Ragionando in termini esistenziali, Dio è il nome che simbolizza quella dolcissima realtà e quel senso amoroso capaci di colmare la finitudine dell’essere umano. Dio ha senso solo se fa irruzione nel nostro più profondo desiderio, che per Aristotele e Freud è infinito.

 

Tale Suprema Realtà (il reale realissimum dei pensatori medievali) è stata concepita in un contesto di cultura patriarcale: Dio appare come maschio. Conseguenza: tutte le grandi religioni storiche si sono strutturate intorno a un linguaggio patriarcale. Perciò quel linguaggio ha bisogno di essere destrutturato e aggiornato se proprio vogliamo arrivare aun’esperienza totalizzante del sacro. In questo le donne possono essere nostre maestre e insegnanti.

 

Noi tutti siamo stati aiutati dalla scoperta che realmente è esistita una fase matriarcale dell’umanità, attiva circa ventimila anni fa, cosa che in passato veniva messa in dubbio. Le divinità erano tutte femminili. Questo ha significato una sterzata nella riflessione teologica. Oggi facciamo giustizia, e niente di più, allanostra esperienza del Divino se la traduciamo in termini maschile e simultaneamente femminile. Dio emerge in un linguaggio inclusivo: padre materno e madre paterna, Dio/Lui e Dio/Lei secondo l’espressione di molte femministe. 

 

Ovviamente “Dio” oltrepassa le connotazioni sessuali, pertanto sono in vigore valori positivi presenti nella forma di dare un nome a Dio. Maschio (animus) e femmina (anima) sono principi strutturati della nostra identità.

 

Tutte insieme le parole del dizionario non riescono a definire Dio, perché Lui le supera tutte. Vive nella dimensione dell’ineffabile. Davanti a lui è più opportuno tacere che parlare; è necessario vivere un atteggiamento di rispetto e di devozione.

 

Credo comunque che non possiamo rinunciare alla parola “Dio” per il ricco significato semantico dovuto alla sua origine sanscrita (di) e greca (Theòs): la luminosità che si irradia nella nostra vita (il significato di ‘di’ in sanscrito) o la sollecitudine verso tutti gli esseri che brucia nella sua bontà ogni malizia come un fuoco purificatore (il senso originario di theòs greco).

 

Le donne si sono imposte il compito: pensare il Divino, la rivelazione, la salvezza, la grazia, il peccato, partendo dall’esperienza delle donne stesse, vale a dire, a partire dal femminile. Nel contesto della teologia della liberazione, la questione è: come pensare Dio a partire dalle donne povere, nere e oppresse?

 

In questo campo si sono avuti contributi notevoli. Prima di tutto le donne hanno mostrato quanto patriarcale e maschilista è il discorso detto normale e ufficiale che penetrato nella catechesi, nei discorsi ufficiali e perfino nella teologia degli studiosi. Raramente i teologi – uomini hanno coscientizzato il loro posto sociale – sessuale – patriarcale. 

 

La teologia ancora oggi dominante costituisce un’elaborazione che gli uomini, in quanto uomini, fanno del Divino. Normalmente la teologia maschile è razionale e cerca il sistema. Essa è poco spirituale, al contrario della teologia femminile che è più narrativa, segnata dall’intelligenza cordiale e dalla spiritualità. 

 

A partire dall’esperienza del femminile, il discorso teologico è risultato più essenziale, inclusivo e integratore del quotidiano. Una cosa è dire Dio-padre. In questa parola risuonano ancestrali archetipi legati all’ordine, al potere, alla giustizia e a un piano Divino. Altra cosa è dire Dio-madre. In questo evocazione emergono esperienze originarie e desideri arcaici di protezione, di utero accogliente, di misericordia e di amore incondizionato. 

 

Dove la religione del padre introduce l’inferno, la religione della madre fa prevalere la misericordia e il perdono.

 

Infine, ci dobbiamo domandare in che misura il femminile-maschile sono sentieri di Dio per l’umanità? Abbiamo un solo accesso integrale a Dio mediante il femminile e il maschile, dato che “sono a sua immagine e somiglianza”.

 

Già C.G. Jung e Paul Ricoeur osservavano che il maschile e femminile oltrepassano l’ambito della ragione. Entrano nella dimensione del Profondo, inconoscibile, vale a dire del mistero. Esiste pertanto una certa affinità tra la realtà Dio e la realtà femminile-maschile, perché tutte e due sono mistero, sebbene Dio sia sempremaggiore, (semper maior).

 

Se il femminile-maschile rappresentano perfezioni, allora sono ancorati in Dio. Se è cosi femminile-maschile acquisiscono dimensione Divine.

 

La teologia propone ancora una questione radicale: a che cosa sono chiamati, nel piano ultimo di Dio, il femminile-maschile? Questa questione è irrinunciabile.

 

In una formulazione estremamente astratta e generalista, ma autentica, possiamo dire: tutte le religioni per più diversi sentieri promettono pienezza e eternità dell’esistenza umana, maschile-femminile. Saranno Dio per partecipazione, nel dire del mistico San Giovanni della Croce. Sarà una fusione con la Suprema Realtà che è amore e un insieme di relazioni reciproche. Il cristianesimo si somma a questa comprensione beata chiamandola il Regno della Trinità.

 

 

Traduzione di Romano Baraglia e Lidia Arato.

 

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