El todo está en la parte que está en el todo (2) o acerca de la esperanza en cada esfuerzo cotidiano

29 de Enero de 2018

[Por: Rosa Ramos]




“Ontem um menino que brincava me falou
que hoje é semente do amanhã...

Vamos lá fazer o que será”

Gonzaguinha

 

Si en la entrega anterior fui un tanto abstracta, en esta aterrizaré el planteo a situaciones muy concretas, donde “se deja ver” el principio hologramático de Edgar Morin: “El todo es más que la suma de las partes… el todo está en la parte que está en el todo”1

 

A decir verdad, la entrega anterior también venía de una experiencia concreta, pero la abstraje y generalicé afirmando que el Amor está presente en todos los amores –y hasta en sus intentos frágiles-. Hoy tomaré el camino inverso, partiré de experiencias puntuales para afirmar que la Esperanza, con mayúscula, se entreteje y se ve en la complejidad cotidiana, donde los contrastes y contradicciones parecen vencer –y negar las esperanzas-. Ya expusimos que otro principio de Morin es el principio dialógico. Por este motivo y camino comencé con unos versos de una canción popular brasileña cuya traducción, no textual sino de sentido, sería: “Ayer un niño jugando me reveló que el hoy es semilla del mañana… Vamos allá, a hacer lo que será”. 

 

Para ubicar las experiencias comienzo con unas pinceladas del tiempo, enero, y del espacio: Punta del Este, el balneario más famoso y opulento de Uruguay, lugar elegido para veraneantes de todo el mundo, en especial argentinos, brasileños y paraguayos, pero donde no faltan los europeos que llegan la primera vez en Cruceros y luego lo elijen por destino de algunas vacaciones de verano –incluso algunos como morada de jubilados-. Allí se pueden ver circular coches de alta gama, locales comerciales de las más prestigiosas marcas, con precios acordes, así como restaurantes y hoteles cinco estrellas. Pero también veranean allí uruguayos con distintos poderes adquisitivos, pues hay precios para todos los gustos y bolsillos, y se puede disfrutar de las maravillosas playas con muy poco dinero. Y de paso detener la mirada, contemplar, dejarse tocar por algunas realidades para ahondar en ellas, y  también “ver más allá”, o ver el todo en historias mínimas, casi siempre invisibilizadas. Eso me sucedió.

 

El trabajo de Luis (nombre ficticio que le adjudico aquí) es acompañar paseos en yate, animar a los turistas, sacarles fotos, informar -no siempre con precisión-, pero ante la gran ignorancia de la mayoría, sus relatos resultan interesantes. Su frescura y entusiasmo me persuadió de que sería bueno conversar con él. De paso publicito que es muy recomendable el paseo ida y vuelta desde el puerto de Punta del Este a Portezuelo, deteniéndose mucho frente a Casa Pueblo, obra arquitectónica emblemática, creación del artista plástico uruguayo Carlos Páez Vilaró (1923-2014).

 

Por supuesto no conversé con Luis acerca de lo que veíamos desde ese mar-océano azul, le interrogué sobre su vida para “ver más” o atisbar lo que intuía. A los 18 años había dejado su Salto natal para buscar vida en el sur, concretamente en ese puerto: “porque en los puertos siempre hay trabajo”. Han pasado 10 años desde entonces, ha desempeñado diferentes tareas que me relató con orgullo, subrayando cuánto había aprendido con cada una. También me habló de sus sueños de nuevos trabajos. Se lo veía feliz, en una tez muy oscura y curtida por el sol, sus ojos también oscuros brillaban, esos ojos y su sonrisa muy blanca eran realmente un canto de esperanza que invitaba a la alabanza. Vi en ellos a tantos jóvenes luchadores, aquí y en todas partes. Escuchándolo pensé en los que emigran aún más lejos…

 

María (otro nombre ficticio) de unos 40 años, en la tradicional Feria Artesanal de la Plaza Artigas, vende pequeños llaveros, hechos cada uno con dos monedas en desuso. Su aspecto era diferente al de los demás artesanos, se notaba una mujer muy humilde por su aspecto y hasta por su dentadura. “¿Es muy difícil moldear metal para darle formas curvas?”, “El trabajo se hace a golpes”, dijo, y me contó que era su primera vez en la feria, viajando a diario desde el departamento de Canelones… unos cuantos kilómetros… salía de su casa a las 16 hs para regresar a las 2 de la mañana… todos los días… Vaya sacrificio “para probar suerte este año que hay mucha gente”. Lo juzgué demasiado para el bajísimo precio al que vendía sus obras.

 

Mientras conversé con ella nadie más le compró, espero que sí logre vender y recuperar la inversión en costos y tiempos invertidos. Aunque María no formuló ninguna queja al respecto, disfrutó de la conversación, del interés por sus creaciones, por su origen y desplazamientos. Quizá nadie le había preguntado antes sobre ella misma, lo normal es preguntar por los precios de la mercadería, comprarla o no, y seguir el recorrido. Los pobres suelen tener más tiempo para conversar, eso también es una realidad. El tiempo es una de sus riquezas, junto con su porfiada esperanza. María “se me apareció” como otra revelación del Todo-Esperanza, repetida en la lucha diaria de tantas mujeres, en diversos tiempos y tierras.

 

Finalmente les compartiré de Fernando –pongámosle ese nombre-. Lo dejaron muy temprano en la playa con gran cargamento. Con infinita paciencia y precisión armó la “boutique” de ropas playeras, tardó una hora y media en tenerla lista. Sobre un trípode de metal colocó una caña tacuara de unos 4 metros, luego, uno a uno 12 ganchos, y en cada uno iba atando cuidadosamente una percha que sostendría 6 prendas. Lo observaba una muchacha que empezaba ese día a trabajar con él, la llamaré Lucía, porque nombres como Magdalena o Isabel no serían creíbles en una veinteañera. El muchacho le dijo “tenemos que colocar 72 prendas”.  Y sí, los cálculos daban justos. Ella lo ayudó luego en esa tarea. 

 

Desde la corta distancia donde estaba les pregunté si ese trabajo de hora y media debían hacerlo al empezar el día y luego deshacerlo a la nochecita (sin contar el esfuerzo físico que implica trasladar por las playas el peso de esa gran carga). Fernando me explicó que no, que eso lo hacía porque era una caña nueva, y me mostró como luego sólo tenían que bajar las 12 perchas y se colgaban: “así no se arrugaban las prendas” y me mostró. Se veía contento y visiblemente orgulloso de su trabajo, quizá también de poder explicarlo. Ah!, otro dato, la mísera ganancia: 100 $ (3, 5 US) por prenda vendida. Lucía me contó que era de Montevideo, pero que hacía un año y pico vivía en la zona. Le pregunté si allí tenía más trabajo, me dijo que no, que sólo en temporada estival abundaba, pero argumentó que es un lugar “muy tranquilo, aquí se vive distinto” -además de hermoso-. Estos jóvenes me recordaron la despedida de la murga Falta y Resto de hace unos cuantos años que invitaba a darle alegría al corazón: 

 

“Tienen en la mirada una ilusión cada día, son la esperanza final de vencer el dolor: los adolescentes. Aquel viejo sueño ya se ha derrumbado y (pero) entre sus ruinas brotó la nueva semilla adolescente, y hoy por el mundo vuelve a empezar la revolución: Crear, construir, aunque te equivoques no dejes de luchar por ser feliz...

 

En suma, el Todo -la Esperanza, en este caso, incluso la escatológica-, se dejó ver en esta otra cara de Punta del Este en los encuentros-diálogos referidos con trabajadores, podría referir otros, pero tres es un buen número. Suelo conversar con la gente, en especial con la que pocos dedican tiempo a escuchar; me gusta preguntarles sobre sus trabajos, opciones, cotidianidad, sueños: sentidos de vida en el fondo. Hace unos años tuve la oportunidad de compartir unos días en Fortaleza, Brasil, con el teólogo Fray Betto y encontré un nuevo motivo para hacerlo, digamos la fundamentación teológica. Observé que él conversaba más con los empleados que con los expositores y participantes. Dijo a modo de explicación: “un país, una ciudad, un pueblo, la realidad en fin, se conoce conversando con los que hacen las tareas de servicio”.

 

La Esperanza está en las esperanzas, en esas apuestas cotidianas por la vida, en los riesgos que asumen los pobres, en las horas que trabajan, en el modo de hacerlo como si se les fuera en ello la vida, ¡y se les va! Pero construyendo: “vamos ya a hacer lo que será” (lo que soñamos y queremos que sea, porque creemos que es bueno).

 

 

Revelan lo Trascendente y por tanto dan un sentido no quimérico a la Esperanza: “en el sentimiento de contingencia, de belleza del mundo, de injusticia irreparable de las víctimas, se descubre la existencia de Dios, pues sólo contando con ella pueden ser comprendidas en toda su verdad.” (Andrés Torres Queiruga en el mismo texto ya citado).

Citas

 

1 Y de paso recuerdo que las apariciones del Resucitado que nos relatan los evangelios utilizan la expresión “se dejó ver” y aluden a la experiencia fuerte de los primeros cristianos que confirmó su fe en el Dios revelado por Jesús-. Cito a Andrés Torres Queiruga en Repensar la resurrección: “…la experiencia puede ser real sin ser empírica; o, mejor, sin que su objeto propio tenga sobre ella un efecto empírico directo. Se trata de experiencias cuyo objeto propio (no empírico) se experimenta en realidades empíricas”.

 

 

Imagen: http://lh4.ggpht.com/_HrOrb7hIQLM/SXdwJ2wBOgI/AAAAAAAAGYw/F32hjbkYcsc/manos%20unidas%20jovenes.jpg?imgmax=640 

Procesar Pago
Compartir

debugger
0
0

CONTACTO

©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.