15 de Enero de 2018
[Por: Rosa Ramos]
“… Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura…”
San Juan de la Cruz´
El Cántico de San Juan de la Cruz plantea un diálogo amoroso del alma o del su mismo, “self”, con Dios. No voy yo a analizar ese Cántico ni a su autor, ríos de tinta han corrido, de manos de especialistas. Mi intención, más modesta, es continuar de algún modo con el tema del amor de la entrada anterior en relación con uno de los principios fundamentales de Edgar Morin. Y desde allí tomaré los versos citados.
Morin, es un pensador francés aún vivo, cercano ya a los 100 años, creador -o quizá el mentor más conocido- del Pensamiento Complejo. El cual supone un cambio de paradigma a nivel epistemológico, metodológico, educativo, pero quizá también ontológico.
“La realidad no es simple, es compleja”, afirma, de ahí que para estudiarla en necesario superar el método cartesiano que fue el que asumió luego la ciencia hasta el siglo pasado, con pretensión de objetividad y distancia de un sujeto que conoce, ajeno al objeto a conocer.
Es necesario ensayar un nuevo método que se va abriendo camino con este nuevo paradigma que propone abordar la realidad en su real complejidad, sin reducirla, sin simplificarla y sin dividirla: una mirada menos esquizofrénica y más holística. Mirada más atenta y abierta al flujo continuo de la vida, a la coexistencia de lo diverso y hasta de lo opuesto, al cambio sutil y al Todo complejo que lo configura y sostiene.
Uno de los principios enunciados por Edgar Morin es precisamente el principio hologramático: “El todo es más que la suma de las partes” Las partes son partes de un todo, hacen al todo, pero es el todo -en cierta relación- quien da sentido (s) a las partes. Pensemos en una familia, un océano, una orquesta tocando, lo que hace al todo es la relación, la interrelación y coexistencia de lo diferente. En ellas –solo separables metodológicamente- está el holograma.
“El todo está en la parte que está en el todo”. En cada célula está el ADN. Pero las células viven en el todo, sea tejido, órgano, sistema, o en organismo tan complejo como una persona.
Por otra parte, es asombroso y maravilloso contemplar diversos todos de nuestro universo y su semejanza… Aluden quizá a un patrón de organización más allá de esas mismas formas (foto)
Esa “presencia y figura” de la que habla San Juan de la Cruz es Dios. Pero es también cada persona, o puede serlo. Quizá esta es la gran noticia del tiempo de Navidad que acabamos, un Dios eterno en un recién nacido: Jesús, un bebé, en un insignificante rincón del mundo, dominado por un gran imperio, en un momento histórico determinado… es Dios! Encarnado, acaeciendo, poniendo su tienda entre nosotros! Algunos pudieron descubrir la presencia “buena” y “nueva” de Dios en la carne tierna y frágil de un niño. Epifanía pequeña, concreta, real, y “amable”, del Todo, que alguna vez será Todo en todos.
Ahora empezamos litúrgicamente el tiempo ordinario -mi preferido-. Creo que este es el tiempo de aprender a descubrir lo divino en todo, en todos, en lo cotidiano, en lo simple. Cada triunfo del amor, y, siendo más audaces podríamos decir: cada ensayo de amor, buscando el bien mayor posible en su contingencia y circunstancia, es ya “presencia en figura” de Dios, al que podemos dar muchos nombres sin agotarlo; porque no se agota el Amor ni la Vida en ninguna expresión, siendo real en las múltiples formas.
“Debes amar el tiempo de los intentos, debes amar la hora que nunca brilla y si no, no pretendas tocar lo cierto. Sólo el amor engendra la maravilla. Sólo el amor alumbra la maravilla. Sólo el consigue encender lo muerto…” Canta Silvio Rodríguez.
En todos los amores nos ama Dios, en todos los amores amamos a Dios. El amor embellece, sana, crea, vivifica. El amor… siempre ama… o, de otra forma: el amor nunca pasará. ¿Demasiado simple? ¡Quizá! ¿Pero no estamos hablando desde el Pensamiento Complejo? Vaya contradicción! O no?!
Otro de los principios de Edgar Morin es el principio dialógico: los contrarios no se anulan, coexisten y se enriquecen sin dejar de ser contrarios. Las contradicciones son fecundas. Vivimos de muerte, morimos de vida…, dice parafraseando a Heráclito y no son expresiones poéticas vacías, ni vanas. Nuestras células viejas mueren generando vida, para que vivamos. Pero un día de tanta vida, de gastarla viviendo, moriremos. O acaso resucitaremos. O, lo que sea amor en nosotros resucitará.
El big bang explotando genera universos, el grano rompiéndose en la oscuridad de la tierra produce brotes y frutos que verán la luz y alimentarán… hasta que vuelvan a desintegrarse para dar nueva vida… Vivimos heridos de muerte y amenazados de vida. En un planeta y en un momento de mucha muerte, no obstante, cada día estalla la vida porfiadamente.
Los contrarios coexisten y se enriquecen en el Cántico del místico español: la herida de amor de Dios es a la vez anhelo de consumación y plenitud. El anhelo implica carencia, espera de lo que no es, no obstante la herida de amor es también vida, realidad, sin excluir el plus esperado. Presencia y ausencia, deseo y oblación generosa… herida abierta pariendo vida.
El anhelo mismo contiene, o es, en figura lo anhelado. Misterio que nos sobrepasa y atrae, o tal vez lo que los científicos llaman hoy y admiran como Complejidad.
Vivimos amando y atisbando o barruntando lo eterno en lo fugaz, lo perfecto en lo imperfecto.
Muy bien lo expresa el poeta argentino Roberto Juarroz:
¿Cómo amar lo imperfecto,/ si escuchamos a través de las cosas/ cómo nos llama lo perfecto? ¿Cómo alcanzar a seguir/ en la caída o el fracaso de las cosas/ la huella de lo que no cae ni fracasa?/ Quizá debamos aprender que lo imperfecto/ es otra forma de la perfección:/la forma que la perfección asume/ para poder ser amada.
Quizá esta entrega les resulte un tanto abstracta… simplemente recíbanla y dejen que cale buscando resonancias –y/o disonancias que anhelen consonancias-. Ya en la próxima entrega volveré al estilo más narrativo.
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