El don imprescindible

12 de Enero de 2018

[Por: Pablo Bonavía]




‘Les aseguro  que esta viuda ha dado más que nadie… 

 ella dio lo que tenía para vivir’    Lucas 21, 3-4

 

Hemos dicho muchas veces que la clave para asumir la opción por los pobres radica en reconocer en los excluidos no sólo sus carencias sino su poder, su insustituible poder. Entendiendo por poder no la fuerza para imponer a los demás los propios intereses sino el dinamismo capaz de desencadenar la más honda e imprescindible fuente de humanización: la capacidad de hacernos mutuamente sujetos. A partir de relaciones que logran escapar al criterio mercantil de la utilidad desencadenan un gratuito y mutuo reconocimiento que permite emerja lo más valioso de nuestro convivir. Nos introduce en el misterio de la dignidad de lo humano. 

 

Reconocer este poder nada tiene nada que ver con idealizar a los pobres y pequeños. Sabemos que la lucha por sobrevivir en medio de la desigual carga que soportan con su persistente dosis de violencia, la permanente presión para ascender en la pirámide social mediante la explotación de los más débiles, el espectáculo del despilfarro de los ricos, la ausencia de perspectivas de cambio social, terminan por inducir a muchos pobres a actuar también de formas deshumanizantes y violentas. Lo que queremos afirmar es que aun en esas condiciones muchos pobres logran generar vida, dignidad, solidaridad, alegría, belleza, y un sentido radical de dignidad personal para ellos y para los demás

 

En la raíz del reconocimiento de esta fuerza de los pequeños no hay una ideología abstracta, una visión ingenua o cierto altruismo bonachón: se trata de algo que se encuentra como una realidad sorprendente cuando entramos en su mundo dispuestos a desabsolutizar nuestras categorías, criterios y programas. Dispuestos a quitarnos del ojo la viga sociocultural de superioridad que nos enceguece. Una historia personal sencilla, vivida hace años en cierta parroquia popular de Montevideo, quizás puede arrojar alguna luz en este sentido.

 

Apenas llegué a la comunidad cristiana de Las Acacias como cura varias personas me sugirieron que fuera a visitar a Julio César.  Era un adolescente de familia pobre que desde hacía meses estaba prácticamente inmóvil como consecuencia de una enfermedad que le había ido paralizando poco a poco todos sus músculos. Era importante ir a darle ánimo, trasmitirle esperanza, acompañar a su familia, decirle que Dios estaba presente en medio de su sufrimiento. Sentí que no podía fallar como ser humano y como ministro de la comunidad. Durante días me preparé anímicamente para la visita y hasta ensayé varias veces lo que debía decirle. Lo importante, me parecía, era trasmitirle fuerza y dar con las palabras justas.  Era lo que había hecho hasta ese momento como asesor en el medio universitario y en distintas responsabilidades asumidas en organismos pastorales. En todos esos espacios mi preocupación había sido ofrecer lo mejor de mí en cada encuentro o actividad pero demasiado centrado en mi rol y sin poder evitar lo que ahora descubro como una postura paternalista. 

 

El encuentro con Julio César me cambió para siempre. Yo esperaba encontrarme con un muchacho deprimido, enojado con la vida y con Dios, centrado en sus crecientes dolores preocupado por las molestias que provocaba en su familia (a esa altura ya no podía siquiera darse vuelta solo en la cama) y quejándose porque ya no podía jugar al fútbol con los amigos como años antes. Él por el contrario me recibió con una sonrisa de oreja a oreja, trasluciendo una profunda alegría de vivir, casi despreocupado de lo que le estaba tocando afrontar, dándome la bienvenida al barrio y preguntándome cómo me sentía yo en la nueva situación. Más aún: hablándome con entusiasmo de un cumpleaños de 15 al que lo habían invitado al sábado siguiente:  sus amigos lo llevarían en una silla de ruedas y además haría de disk jockey. Yo que iba a darle ánimo, a intentar buscar explicaciones a su sufrimiento, a hablarle de Dios… descubrí que Dios me estaba dando una lección a través de quien se supone era digno de lástima y sólo podía presentar discapacidades.

 

Julio César no era un héroe. Tampoco un superdotado. Era alguien que precisamente por no haberse aislado en su discapacidad, con la compañía y solidaridad de su familia, de muchos amigos del barrio y de la comunidad cristiana, había logrado descubrir en medio de su dolor algo decisivo: los pequeños,  los que no cuentan,  tienen una capacidad de transformación de sí mismos y de la realidad que el mundo de los satisfechos no conoce y sin embargo necesita como fuente insustituible de dignidad.  

 

Para muchos de nosotros compartir aquellos años con Julio César y su entorno significó aprender que el ser frágiles, limitados, pobres, no ha de vivirse como una deprimente condena sino como la posibilidad de conectar con una fuente radical de dignidad, de valor y de fuerza.  Más aún: descubrir  la debilidad como lugar privilegiado de la misericordia y la solidaridad.  El lugar donde reside el Padre vivido y anunciado por Jesús, el Dios que se oculta en la pequeñez, pues ‘siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza’ (2 Cor 8,9).

 

Desde esta perspectiva lo más importante no es lo que los incluidos de la sociedad podemos dar a los pobres sino lo que ellos pueden darnos a todos. La pregunta entonces es: ¿qué pueden ofrecernos quienes materialmente nada tienen?  La práctica social y pastoral en los medios populares nos ha permitido encontrar la respuesta:  quienes no tienen cosas para dar sólo pueden… darse a sí mismos. Y en ese darse a sí mismos ofrecernos lo que más necesitamos en el humano convivir. Es lo que Jesús invitó a descubrir a sus discípulos en el gesto de aquella viuda pobre que echó unas pocas monedas en el arca del templo mientras los ricos hacían grandes donativos: ‘Les aseguro que esta viuda ha puesto más que todos’.  Había ofrecido lo que tenía para vivir.  Había dado dándose a sí misma. Y Jesús supo ver en ella algo decisivo: entre los muchos dones que podemos intercambiar hay uno que ofrecen los pequeños y es el único realmente imprescindible…  

 

 

Imagen: https://4.bp.blogspot.com/-2-dDZphz3Bc/Uqs7vX2IUAI/AAAAAAAADmg/0_Eapq_4TdE/s1600/Asentamiento2.JPG 

 

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