04 de Enero de 2018
[Por: Víctor Codina, SJ]
El papa Francisco en diversas ocasiones ha hablado de la acedia pastoral, pero para muchos la acedia es algo desconocido. Para comprender el significado de la acedia hemos de recordar que los autores cristianos latinos medievales (por ejemplo, Gregorio Magno), siguiendo la tradición monástica, agrupaban los vicios en los 7 llamados pecados capitales, el último de los cuales era la pereza, contra la cual estaba la virtud de la diligencia.
Pero esta afirmación empobrecía la experiencia, mucho más profunda de los primitivos monjes del desierto, como Juan Casiano, que en lugar de pereza hablaban de acedia, que no es simplemente pereza sino desánimo, cansancio vital, tristeza profunda, desengaño, falta de entusiasmo y de sentido en la vida, angustia, tedio vital.
Hoy diríamos que la acedia está emparentada con la depresión psicológica, con la desolación espiritual (Ignacio) y la náusea existencialista (Sartre). La acedia se convertía en verdadera tentación para los monjes ya que cuestionaba su vocación monástica. Y para los monjes el ardiente sol del mediodía del desierto era un momento propicio para estas crisis vitales, que ellos llamaban “demonio meridiano” (Salmo 91,5-6) y que luego se aplica a las crisis de la mitad de la vida (Taulero, Jung, Grün…), cuando muchos matrimonios se rompen, sacerdotes dejan el ministerio, consagrados y consagradas abandonan la vida religiosa.
La acedia es mala consejera, por esto se recomienda no hacer mudanza en tiempo de desolación, serenarse, descansar y dormir, no huir a otro lugar, conocerse a sí mismo, orar, aceptar la voluntad de Dios como hizo Jesús en la oración del huerto de Getsemaní. Hay que mantener la esperanza y volver a las fuentes y raíces de la vida humana y cristiana, aceptar la realidad, recobrar la alegría.
El Papa Francisco enumera las causas y remedios de la acedia o desánimo pastoral (La alegría del evangelio 81-83): el miedo al compromiso, el exceso de actividades mal vividas y sin motivaciones adecuadas, la falta de espiritualidad, el tener proyectos y sueños irreales, el perder el contacto con el pueblo, la impaciencia, el inmediatismo, el pragmatismo superficial, la desilusión y la tristeza, el no aceptar la contradicción, el fracaso y la cruz. Frente a esta situación Francisco nos invita a reaccionar, a renovar el encuentro con Cristo y con el pueblo, volver a la alegría del evangelio, no ser cristianos de cuaresma sin pascua. Lo contrario de la acedia es la esperanza: “¡No nos dejemos robar la esperanza!” (La alegría del evangelio, 86).
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