25 de Diciembre de 2017
[Por: Juan José Tamayo]
El 24 de diciembre de 1999 publiqué en el diario EL PAÍS el artículo “El nacimiento del Mesías”, que tuvo una excelente acogida y provocó un fuerte impacto tanto entre personas creyentes como no-creyentes. 18 años después he hecho consultas sobre la bibliografía reciente en torno al tema y he comprobado que existe una coincidencia básica con los datos expuestos en el artículo de entonces. Por eso he decidido publicarlo de nuevo actualizando algunos análisis e incorporando la siempre lúcida reflexión de Ernst Bloch, que acentúa aspectos sociales del nacimiento de Jesús de Nazaret, hoy olvidados en las celebraciones religiosas, que se quedan en la formalidad litúrgica sin creatividad alguna, y en las celebraciones laicas, que con frecuencia no hacen otra que degenerar en consumismo. Como dice el viejo adagio latino: Corruptio optimi pessima.
Las recientes investigaciones sobre el judaísmo de la época de Jesús, y muy especialmente las llevadas a cabo en torno al Nuevo Testamento, han hecho importantes aportaciones en torno al Jesús histórico. Los métodos histórico-críticos (historia de las formas, historia de la redacción) e histórico-sociológicos y antropológicos (antropología cultural, historia social y económica, ciencias sociales), aplicados al estudio de la literatura cristiana primitiva, han contribuido a cuestionar algunas de las tradiciones más arraigadas en el cristianismo ya bimilenario. Dos de ellas son la fecha y el lugar de nacimiento de Jesús; la primera se encuentra en la base del calendario de Occidente; la segunda constituye uno de los motivos principales de la Navidad.
Apenas contamos con documentos históricamente fiables que nos informen sobre el nacimiento de Jesús. Por una parte, los historiadores romanos y judíos no nos han dejado ninguno. Por otra, dentro de los escritos del Nuevo Testamento, sólo los evangelistas Mateo y Lucas hablan de él en dos textos independientes entre sí, que son conocidos como “relatos de la infancia”. Ellos han alimentado la piedad cristiana popular y el imaginario colectivo de Occidente, y son una importante fuente de inspiración de poetas, artistas y narradores. A su vez, han sido objeto de crítica –también de burla– en entornos culturales racionalistas y secularizados, ajenos al mundo de los símbolos y los mitos.
Se trata, en realidad, de dos textos que pertenecen a un género literario peculiar, el de los relatos de nacimiento e infancia de los grandes héroes –tanto judíos como paganos–, que poseen una gran dosis de fantasía, aparecen envueltos en múltiples motivos legendarios y nos familiarizan con el mundo de lo sobrenatural y milagroso: apariciones de ángeles, concepción virginal, estrella que guía la ruta de los magos, precocidad del niño Jesús, escenas truculentas como el asesinato de los inocentes, etc.
Entre ambos relatos se observan importantes divergencias, e incluso contradicciones, por ejemplo, en la información sobre los viajes de María y José, en los esquemas geográficos, que están en la base de las narraciones sobre el nacimiento de Jesús, etc., que ponen seriamente en cuestión su historicidad. Su plan literario responde a una intención teológica bien concreta, que más adelante explicitaré. Son, además, textos aislados, a los que no vuelven a referirse ni los evangelios citados ni los otros dos. Tampoco la primera predicación cristiana incorpora lo descrito en ellos.
Con todo, hay algunos datos que los especialistas tienden a considerar históricos. Este es el caso de la fecha del nacimiento de Jesús. Mateo (2, 1) y Lucas (1, 5) coinciden en que Jesús nació durante el reinado de Herodes el Grande, que gobernó Judea, Idumea, Samaría, Galilea, Perea y otras regiones de Haurán, del año 37 al 4 antes de Cristo. Mateo sugiere que pudo nacer al final de dicho reinado. La fecha más verosímil está entre el 4 y el 6 antes de Cristo. Ésa parece ser la más acorde con otros datos cronológicos de la vida de Jesús proporcionados por los Evangelios.
Sin embargo, nuestro calendario no se atiene a esas fechas. El error se debe al cálculo incorrecto realizado por el monje del siglo VI Dionisio el Exiguo, que fue quien fijó la división de la historia en dos etapas: antes de Cristo y después de Cristo. Él propuso que los cristianos debían establecer la cuenta de los años partiendo del nacimiento de Cristo, y no desde el reinado de Diocleciano, emperador romano que había perseguido a los cristianos con especial severidad, como tampoco desde la fundación de Roma (ab Urbe condita). Pero se equivocó en cuatro o seis años a la hora de fijar la fecha de la muerte de Herodes el Grande y, en consecuencia, también la del nacimiento de Jesús.
Si damos por buena la fecha del 6 al 4 antes de Cristo –y parece que hay que darla, porque el consenso entre los expertos es muy elevado–, el dos mil aniversario del nacimiento de Jesús tuvo lugar ya lugar entre el 1994 y 1996.
En cualquier caso, la fecha es solo aproximada. Lo que no debe de extrañar, ya que lo mismo sucede con otros personajes relevantes de la época grecorromana, por ejemplo: Nerva, Trajano, Herodes Antipa, Poncio Pilato. Ahora bien, teniendo en cuenta que Jesús fue, según la certera observación de John P. Meier, “un judío marginal”, en la historia grecorromana, esta aproximación cronológica me parece más que suficiente.
Mateo (2,1) y Lucas (2,4-7) coinciden también en señalar a Belén como lugar de nacimiento de Jesús. Sin embargo, este dato no parece histórico. Para esta valoración me atengo al cualificado criterio del prestigioso biblista católico Raymond E. Brown, autor de El nacimiento del Mesías (original: The Birth of the Messiah, Nueva York, 1979, vers. cast.: Cristiandad, Madrid, 1982), para quien “las probabilidades están más frecuentemente en contra de la historicidad que en favor de ella”. Dicho criterio es ampliamente compartido, hoy, por los expertos.
Conviene recordar a este respecto que, fuera de los relatos de la infancia de Mateo y Lucas, Belén no vuelve a ser citado en los Evangelios ni en Hechos de Apóstoles como lugar de nacimiento de Jesús. Sólo en el Evangelio de Juan encontramos un texto que recoge las discusiones de los judíos en torno a la procedencia del ‘Cristo’ y muestra la desconfianza de quienes no aceptaban su origen galileo (7,41-42). Aun dentro de su ambigüedad, dicho texto viene a confirmar que Jesús no era oriundo de Belén, sino de Galilea, zona fronteriza considerada pagana (era llamada ‘Galilea de los gentiles’) por los judíos ortodoxos e, históricamente, ámbito de importantes movimientos revolucionarios.
El lugar concreto de nacimiento de Jesús parece ser el pueblo de Nazaret, perteneciente a la Baja Galilea. En numerosas ocasiones, los Evangelios y el libro de Hechos de los Apóstoles presentan a Jesús como oriundo de ese pueblo y le llaman el Nazareno. Ahora bien, Nazaret no era una aldea de cuento, un pueblecito de fábula, un lugar de ensueño donde viviera apaciblemente la ‘sagrada familia’. Era una tierra conflictiva, rebelde, donde se tejieron esperanzas y sueños de liberación, en clave de resistencia frente al Imperio romano. Ahí nació Jesús y en ese clima creció y se educó.
Aun cuando no debemos excluir taxativamente a Belén como lugar de nacimiento de Jesús, creo puede afirmarse con John P. Meier, uno de los más cualificados investigadores en torno al Jesús histórico de nuestra época, que ese dato no debe entenderse como un acontecimiento histórico, sino como una afirmación teológica en la modalidad de un relato histórico –que sólo lo es en apariencia– cuya pretensión es mostrar la mesianidad y el origen davídico de Jesús. (John P. Meier, Un judío marginal, tomo I, EVD, Estella, Navarra, 1998, 230). El Mesías, según el profeta Miqueas, debía nacer en Belén de Judá, patria del rey David. Así respondían los evangelistas a los judíos que no podían creer en un mesías nacido en Galilea.
Mi intención con este artículo ha sido evitar la confusión entre lo histórico, lo legendario y lo mítico en el caso del nacimiento de Jesús de Nazaret, si bien debe reconocerse que los tres niveles se encuentran aquí entremezclados y cada uno ejerce su función no excluyente. No se olvide lo que decía con razón el filósofo de la esperanza Ernst Bloch: “También Prometeo es un mito” y como tal portador de utopía, que creo es aplicable a los relatos del nacimiento de Jesús. Además, aun reconociendo que “Jesús está rodeado por el mito”, afirma la existencia de material histórico en los relatos evangélicos de la infancia y lo comenta de esta guisa:
Se adora a un niño que ha nacido en un establo. De modo más próximo, más bajo, más secreto no puede hacerse refractar ninguna mirada hacia lo alto Y a la vez el establo es real, nos e ha inventado este origen tan mínimo del fundador. La leyenda no pinta la miseria, y desde luego, ninguna miseria que se prosigue a lo largo de toda una vida. El establo, el hijo del carpintero, el visionario entre la gente humilde, la ejecución del final, todo ello está tejido con material histórico, no con el material dorado que la leyenda prefiere (El principio esperanza, tomo 3. Trotta, Madrid, 2007, 376)1.
Juan-José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid. Sus últimos libros son: Invitación a la utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis (Trotta, 2012, con varias reimpresiones); Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (Fragmenta, 2013); Religión, razón y esperanza. El pensamiento de Ernst Bloch (Tirant lo Blanch, 2ª ed., 2015, 2ª ed.); Religión, género y violencia (Dykinson, 2ª ed., 1ª reimpresión); Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, septiembre 2017).
Cita
El texto citado se encuentra en el epígrafe “Fundador, surgido del espíritu de Moisés y del Éxodo completamente coincidente con su buena noticia: Jesús, Apocalipsis, Reino”, del tomo III de El principio esperanza, que Bloch introduce con el siguiente texto de Thomas Müntzer, el teólogo anabautista de la Revolución de los Campesinos: “A muchas gentes les parece que es una poderosa y gran fantasía. Porque no pueden juzgar sino que es imposible que pudiera ponerse en marcha y ejercitarse tal cosa, que los ateos sean arrojados del sillón del juicio y alzados a él lejos y toscos [...]. Que es lo que nos ocurrirá y pasará a todos con la llegada de la fe, que nosotros, hombres de carne y terrenos, nos convertiremos en dioses por haberse hecho hombre Cristo, de tal manera que somos con Él discípulos de Dios, enseñados y deificados por Él mismo, más aún, convertidos total y plenamente en Él, para que la vida terrena gire hacia el cielo” (Filipenses, 3), Thomas Müntzer, “Manifestación explícita”, en Tratados y sermones, introducción y traducción de Lluís Duch, Trotta, Madrid, 2001, 149ss.
Imagen: http://www.periodistadigital.com/imagenes/2013/12/19/navidad.jpg
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