21 de Diciembre de 2017
[Por: Carolina Vásquez Araya]
Tan buena, correcta y supremamente piadosa esa sociedad cuya prioridad ha sido proteger la vida desde la concepción. La defensa del óvulo fecundado se ha transformado en una bandera de batalla contra todo intento de reformar la ley y hacerla más humana, sin reparar en las inmensas desigualdades que enfrenta la mayoría de la población, especialmente las niñas, niños, adolescentes y mujeres privados de recursos y ante un destino incierto. Cuando esos embarazos no deseados o provocados por incesto y violaciones traen niños al mundo, estos llegan en total desventaja: desnutridos y rechazados. Pronto crecerán abandonados y, con el transcurrir del tiempo, se transformarán en niñas, niños y jóvenes privados de educación y oportunidades. Entonces, esa misma sociedad que los defendió con tanto ardor, exige para ellos el más cruel e injusto de los castigos: la pena de muerte…
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