Romero, el palabrero de Dios (toma II)

12 de Diciembre de 2017

[Por: Francisco José Bosch]




[Las segundas partes siempre son malas: hundido en la soledad personal y en la guerra entre pandillas y gobierno en nuestra colonia, abril de 2015 vio nacer esta crónica de la tragedia del proyecto de fraternidad de Dios para los hombres y la esperanza en los gritos de lxs pobres. Estas líneas cierran la trilogía reflexiva sobre el oficio de la teología, sus diferentes caminos y los sujetos protagonistas de este quehacer amoroso].

 

Una comunidad se reúne en jueves Santo. Desde temprano corta la calle, dibuja sobre el caliente asfalto, tiñe quintales de sal y hace un altar-alfombra: Romero al centro, a su derecha el gran Polín (campesino mártir e inspirador de Monse) y a su izquierda una mujer embarazada en su avanzada edad (una tal Isabelita). También hay niños, niñas. La noche se acerca y la comunidad se reúne en una pequeña casita del violento oriente de El Salvador. En oscuridad realiza un rito clandestino, contenido en un libro que tiene más de 2000 años, y que es un pacto de servicio con los últimos, con las ninguneadas. No hay fotos, no hay grandes palabras, solo gente se lava los pies, algunas lágrimas, niños, jóvenes y ancianos. Y sí, hay abrazos en nombre del Santo de América, de los que militaron su causa, desde abajo y desde siempre.

 

El pueblo del Santo HOY

 

Romero será beatificado en medio de una situación social realmente crítica. En medio de nuevas masacres, los gritos de las celebraciones se mezclan con los gritos de madres enterrando a sus hijos, en uno de los países con mayor índice de asesinatos del mundo. Romero, es San Romero de los desaparecidos, de los torturados, de los masacrados y vivimos un convulsionado tiempo, que exige algo más que llamarlo “Mártir por amor”. De frente a su legado, a su “ser testigo” (mártir) del loco de Galilea, el dolor nos exige VER – OIR – GRITAR. Quizás así, recuperemos la bella tradición de ser palabreros de Dios, como Isaías, como Jesús, como Romero, como las Pueblos.

 

La profecía como escuela de gritos

 

Hace más de 2500 años en alguna región de Judea nacía un tal Isaías. Hombre de Dios, llamado a denunciar los atropellos de su tiempo: la idolatría, la confianza en el “dios” de la guerra, el comprometido de Yahveh a pesar de la infidelidad de sus líderes y pueblo. Su palabra alumbró un tiempo de guerras y de alianzas políticas oscuras. Pero su palabra no murió: casi 200 años después durante el exilio, discípulos del profeta se atrevieron a gritar en el espíritu del profeta. Es como si el eco de las palabras nacidas de Dios, no moría con el profeta, sino que quedaban en su pueblo y tomaban carne cuando la historia lo exigía. Y también 150 años después, en la vuelta a la tierra, la tradición del profeta siguió teniendo fuerza, y algunos se atrevieron a gritar en su nombre, en el nombre de Dios.

 

Por eso, tenemos un solo libro de Isaías, que recoge una tradición de gritos, de ecos de Dios que interpelan en cada momento histórico, desde el espíritu siempre presente del profeta.

 

Y 400 años después del último eco de esa tradición, llego un loco a Galilea que resumió todos los gritos del pueblo, que terminó clavado en una cruz por mucho amar. Pero amando, denunció, molestó y fue asesinado. Su grito en la cruz, retumba hasta el grito que casi 2000 años después hacía un pastor bueno en la catedral de San Salvador un 23 de Marzo de 1980 mientras América Latina se hundía en la larga noche que el imperio le tenía preparada: ¡Cese la represión!

 

35 años después, la iglesia institucionalizía este grito, el pueblo salvadoreño sigue viviendo situaciones de extremo dolor, y me preguntó si el eco del profeta estará haciendo su bulla en algún sitio. Mas allá del silencio, de la colonización, del miedo: las pueblos gritan, las madres gritas.

 

Pisoteados los Acuerdos de Paz de 1992, los militares golpean las puertas de los abriros pobres. Los niños graban a fuego en algún rincón de su ADN el miedo (ya dijo mi vecinita Ale que “esta madrugada llegaron momias a casa, yo me tapé y escondí mi peluche conmigo”). Sin intentar hacer una caricatura de paralelos históricos, el contexto de Romero y el actual, presenta situaciones de violencia, de persecución a las comunidades pobres, la creación de batallones de limpieza (el spot del gobierno es un buen ejemplo de lo que “la gente” pide: https://www.youtube.com/watch?v=z8psdIOBpZo), “enfrentamientos” donde se “elimina” pandilleros (no seres humanos). Chicos menores de edad mueren con un tiro en la cabeza, y sea quien sea ese adolescente de 14 años, es nacido, crecido, quebrado, golpeado, enviciado, “perdido” en nuestras comunidades, en nuestras escuelas, en nuestras iglesias, en nuestro país, en la tierra del Santo que se sembró un 24 de marzo de 1980.

 

Frente al miedo impuesto y mas allá del “ser voz de los sin voz”, hay que agrietar juntos y desde abajo el pacto de impunidad del ver-oír-callar. Serán las madres, sus gritos, las que marquen el rumbo: como María, como las Abuelas, como las Comadres:

 

VER

 

El invierno quiere comenzar con las esperadas aguas de mayo, la madrugada del 11 de mayo nos permite cobijarnos dentro de las casitas que pueblan Las Palmas. El silencio de la noche, comúnmente roto por gatos traviesos en los techos de lámina, es quebrado por gritos de hombres fuertemente armados, que quieren tirar la puerta de mi champita abajo. 

 

Escucho la voz de un vecino que me grita: “Fran abrí”, los hombres entran, encapuchados, revisan todo, preguntan, buscan a saber qué, me miran, me piden documentos, y se van a repetir el procedimiento. Son las fuerzas especiales de la Policía Nacional, construyendo el inentendible plan “casa segura”.

 

OIR

 

Dos horas después, camino hacia una reunión de trabajo, y el centro de la comunidad está tomado: cientos de policías, militares, fuerzas de seguridad encapuchadas, de las que ni las siglas recuerdo. Me paran por “tener apariencia de talibán” (aunque suene gracioso, así me dijo el hombre), me revisan si estoy “manchado”, revisan la mochila y me repiten muchas veces la misma pregunta: ¿Qué haces viviendo en esta comunidad de pandilleros? Mi respuesta, que parecen no escuchar, es siempre la misma: aquí viven 8 mil personas, el 99% somos trabajadores, buenos vecinos y luchamos por la vida, somos pobres como vos.

 

Nos separaba un fusil de guerra, un uniforme y un pasamontañas, pero el ser humano que ahí estaba jugando a ser policía malo, sacó el monstruo que tenia dentro: “y entonces, vos viviendo solito acá pisas bastante seguido cipotillas, ¿no?” Le pude ver los ojos, me aseguró con su mirada que él sí lo haría, mientras hacia un gesto fálico con su fusil.

 

GRITAR

 

Sigo caminando entre cientos de policías, y visualizo la puesta en escena: un grupo de 9 cipotes eran llevados detenidos frente a las cámaras de televisión de los medios de paga, es decir los medios de desinformación que solo entran a la comunidad cuando hay un muerto o un operativo policial, los medios que comunican según sea el gusto de sus jefes. Y mientras se los llevan, me topo con la misma escena de Jesús y María camino al Gólgota, la misma imagen de Las Madres de Plaza de mayo frente a los militares: una madre (sí, mujer y madre tenía que ser), le grita al policía que lleva a su hijo “¿Por qué se lo llevan, por qué?”.

 

Vencer el miedo, por rabia, por coraje, es siempre vencerlo por fe. Al miedo se le gana con esperanza, esa cualidad tan humanidad, tan pisoteada, pero nunca desterrada. Allí esta, la débil fuerza mesiánica de cada generación, de la que habló el bueno de Bénjamin.

 

Un resumen de muchos nombres

 

Romero es asesinado por la extrema derecha de El Salvador, como sacrificio al ídolo del dinero. La derecha enferma que todavía existe en el país acusó a Romero de odio de clase, y en realidad ellos fueron los primeros promotores de ese odio a los pobres, a las mayorías, a los que según ellos “no mereces vivir”. Mataron al santo para arrasar al pueblo. Monse es un nombre que contiene 75 mil nombres: Rutilio, Polín, Ita Ford, Octavio Ortiz, Mercedes Ruiz. Miles de nombres que no entran ni en los muros que os recuerdan en el parque Cuscatlán.

 

Y hoy, mientras “Saquito” Flores descansa en su casa en la San Benito después de haber robado más de 10 millones de dólares, hay cientos de jóvenes pobres que están presos, como daño colateral de la casería de brujas. Y desde mi colonia, Las Palmas, el nombre de Alvin Alexander Carreño Méndez resume en sus 10 meses preso sin condena, las injusticias de los que duermen en bartolinas o en cualquier cárcel del país, aguantando hambre o mueren asfixiados por estos calores, mientras los medios de desinformación alimentan el odio, porque ellos realmente tiene odio de clase: están cocinando una ideología para que todos celebremos la muerte de algunos pobres, con ciertas características, como victoria de un país mejor.

 

¿Cómo denunciaría hoy Romero este odio que mata a los pobres?

 

El 13 de enero de 1980, Monse tuvo esta picardía amorosa para denunciar con amor, con la profunda espada del amar que grita frente al odio que mata:

 

Un llamamiento a la oligarquía. Les repito lo que dije la otra vez: no me consideren juez ni enemigo. Soy simplemente el Pastor, el hermano, el amigo de este pueblo que sabe de sus sufrimientos, de sus hambres, de sus angustias; y en nombre de esas voces yo levanto mi voz para decir: no idolatren sus riquezas, no las salven de manera que dejen morir de hambre a los demás. Hay que compartir, para ser felices. El Cardenal Lorscheider me dijo una comparación muy pintoresca: “hay que saber quitarse los anillos para que no le quiten los dedos". Creo que es una expresión bien inteligente. El que no quiere soltar los anillos se expone a que le corten la mano; y al que no quiere dar por amor y por justicia social, se impone a que se lo arrebaten por la violencia.

 

Que agudeza, que profundidad, que abrazo más amorosamente violento que nos llega hasta hoy, en tiempos donde los pobres siguen poniendo los muertos, y un pequeño y mezquino grupo dosifica y especula con los ríos de sangre, como crítica al gobierno, como si fuera el único responsable .

 

Me vuelvo a preguntar: ¿Qué dirían entonces, los romerianos de a pie, sobre tanta muerte? ¿Con qué dureza exigirían la desaparición de una derecha mezquina, vende patria y negociadora del hambre?¿Denunciarían con nombre las masacres ocurridas en Jucuarán por un grupo de “limpieza”? ¿Defenderían la vida de los que han violentado, violado, extorsionado y matado a sus hermanos?

 

¿Se robaron el cuerpo? Dos cantos y dos vigilias

 

El cuerpo de Monseñor Romero fue escondido entre balas en catedral un 30 de marzo en su entierro, que fue una nueva masacre que selló el mensaje de los poderosos de esa época: iban a borrar una generación a punta de balas. Pero hoy el cuerpo del santo, descansa en la cripta de catedral, el Santo de América no está en la nave central de la catedral donde daba sus valientes homilías. La gestión Mons. Sáenz Lacalle (cualquier parecido con lacayo, es pura coincidencia), decidió bajar el cuerpo y en su lugar colocar el cuadro de Escribá de Balaguer (sepan disculpar pero no me animo a poner “san”). Desde ese día, un grupo de mujeres valientes cuida el cuerpo del santo, celebran la eucaristía en día domingo, al mismo tiempo que se celebra arriba. 

 

Este quiebre se construyó desde el poder, y aunque alguien se sienta incomodo tiene en su raíz una opción de clase: Monseñor Romero creyó que un pobre con vida daba gloria a Dios, mientras que Sanz Lacalle trabajó por una iglesia amiga de los ricos. Esto no ha cambiado radicalmente por la llegada de la buena nueva de la beatificación, el episcopado salvadoreño actual está lejos de “echar su suerte con los pobres del país”.

 

La celebración del aniversario número 35 del martirio de Romero, fue un evento especial en tiempos donde ya se sabía sobre la beatificación, es decir de la decisión política de domesticar (meter dentro de la casa y sobre el altar) al cuestionado Romero. La procesión de los farolitos y la misa transcurrieron en un clima de fiesta: se sentía la alegría, la gente estaba feliz. Al final de la misa, y antes de la bendición final sucedió algo revelador: un grupo de jóvenes coreó en primer lugar el histórico “Queremos obispos al lado de los pobres”, la gente hizo eco del grito y los celebrantes tuvieron que esperar que la plaza se callara para poder terminar la misa. Pero al final de la misa, el mismo grupo disparó un segundo canto que decía, “Romero ya era Santo, por qué tardaron tanto”, pero en esta ocasión las voces se apagaron porque no hubo eco. Quizás detrás del eco, algo tengamos que aprender.

 

Este 22 de mayo viviremos las vísperas del Santo en las calles, lo cual es muy significativo para un pueblo que ha sabido y sabe tomarse las calles, las iglesias y la palabra. Más significativo en tiempos de violencia y toques de queda implícitos. Y es interesante, que ese día y noche, habrá dos vigilias: una organizada por el arzobispado con las grandes órdenes religiosas con protagonistas, y otra organizada por las Comunidades de base y organizaciones de defensa de derechos humanos, que han caminado a la luz del profeta hace años.

 

El conflicto es real, los dos ecos también, la palabra del Santo ahí está. Y en días donde hasta el nefasto Diario de Hoy tiene un link en internet para leer las palabras del santo, es necesario pensar juntos, en comunidad, en los pasajes, de la mano y de cara a la violencia, ¿cuál es el eco de la voz del profeta hoy? Así como existió un Segundo Isaías, ¿Cuáles serían los gestos y palabras de un la tradición de un segundo Romero?

 

Esperanza en tiempos de noches largas

 

Romero sostuvo la esperanza en tiempos de oscuridad y contra las falsas esperanzas de gobiernos. El profeta Jeremías compró un campo en plena crisis del pueblo de Israel. En medio de la guerra entre pandillas y gobierno, que es también hija de la descomposición social de décadas, ¿cuál es la tierra que podemos comprar, la palabra que podemos intuir, el mal asesino que debemos señalar?

 

Porque en medio de tanta muerte, los vecinos siguen amando, caminando, vendiendo, chambeando, sosteniendo el mundo, agrietando los muros con sus gritos. Los murmullos de la gente, tejen el nuevo relato: frente a una supuesta reconciliación que propone el poder oficializador del santo, resulta interesante ver como tienden los puentes los que ponen y cargan los muertos. Las comunidades golpeadas por las pandillas, humus de familias rotas y ausencia de posibilidades, sean quizás el lugar privilegiado para sanar. Tomando valor, recuperando la mirada, quizás sea posible construir el sueño de la nueva sociedad que el Santo nos sembró.

 

Hablando de sanación comunitaria, no les conté quien es esa comunidad que se lava los pies a escondidas los jueves santos y se compromete a amar más: es la Comunidad Monseñor Romero de Usulután, que acompaña familias pobres con niños con discapacidad en Usulután, y donde he visto milagros de lo que generan los abrazos comunitarios, tantos milagros que no alcanzarían los libros sobre esta tierra para contarlos. Y no exagero…

 

Las Palmas, Abril de 2015

 

 

Pie de imagen: la foto que acompaña esta entrada del blog es un mural comunitario de la Comunidad Monseñor Romero de Usulután. 

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