Adviento

11 de Diciembre de 2017

[Por: Víctor Codina, SJ]




Hace unos años, al pasar la migración para salir del Brasil, el policía federal me pidió que le explicara qué era la Parusía. Le dije muy brevemente que era la segunda venida del Señor al final de los tiempos. El policía me lo agradeció y sonriendo me selló el pasaporte con toda naturalidad.

 

Yo quedé sorprendido de este interés por la Parusía en un policía federal que no me conocía. Y sentí que no hubiera habido más tiempo para completar la explicación. Le hubiera querido decir que hubo ya una primera venida del Señor en la pobreza del portal de Belén, como celebramos en Navidad

 

Y hubiera tenido que decirle que además de la venida histórica del pasado y la venida gloriosa del futuro, está la venida cotidiana de cada día, que nos prepara para la venida definitiva del último día. Y si hubiera tenido a mano las poesías de Tagore le hubiera citado aquellos versos: 

 

Él viene, viene, viene siempre,

en cada instante y en cada edad,

todos los días y todas las noches. 

Él viene, viene, viene siempre, 

en los días fragantes del soleado abril,

en la oscura angustia lluviosa de las noches de julio

Él viene, viene, viene siempre.

 

Esto es lo que los cristianos celebramos en el tiempo litúrgico de Adviento, aunque muchas veces el síndrome del consumismo navideño desvíe nuestra atención y nos olvidemos de que la primera venida del Señor fue en un establo y que la venida de cada día es inseparable de los descartados de hoy: migrantes, refugiados, mujeres abandonadas, indígenas, gente sin trabajo, niños de la calle, enfermos y ancianos, prisioneros... En la segunda venida nos examinará del amor.

 

Pero lo importante es que vivamos este tiempo de Adviento con esperanza, una esperanza muchas veces contra toda esperanza. Por esto la liturgia de Adviento nos presenta lo que los profetas de Israel anunciaban a un pueblo exilado y sin esperanza: el desierto florecerá, del páramo brotarán manantiales, las armas se convertirán en arados, el lobo pacerá con el cordero y los niños jugarán con la serpiente. 

 

Y que se podría actualizar poéticamente con una breve sentencia de Pere Casaldáliga, que parece que tomó prestada de Ernesto Cardenal: “Combatientes derrotados, de una causa invencible”.

 

Todo esto es lo que me hubiera gustado decirle al policía brasileño. Pero si le llego a decir todo esto, seguramente hubiera perdido el avión…

Imagen: https://longreadsblog.files.wordpress.com/2017/06/30.jpg?w=1200

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