07 de Diciembre de 2017
[Por: Eduardo Hoornaert]
1. El Papa sabe lo que está diciendo
El papa Francisco sabe lo que está diciendo y es exactamente eso lo que le hace encontrar oposición en determinados sectores de la iglesia. Al principio no se le daba mucha atención a lo que él decía porque tiene un modo manso y calmo de hablar sin levantar tempestades. Así, por ejemplo, no se prestó mucha atención a los discursos del entonces cardenal Bergoglio frente a sus colegas cardenales, el 9 de marzo de 2013, pocos días antes del inicio del Cónclave que lo elegiría Papa:
“La Iglesia debe salir de sí misma, rumbo a las periferia existenciales. Una Iglesia auto-referencial amarra a Jesús Cristo dentro de sí y no lo deja salir. Es una Iglesia mundana que vive para sí misma”.
El texto se encuentra en el libro ‘Grandes Metas del papa Francisco’ escrito por el cardenal Hummes (Paulus, Sao Pablo, 2017). Allí ya se preanuncia la expresión ‘Iglesia en salida’, que, imagino, mucha gente no entiende bien. Acá procuro colocar ese modo de hablar delante de un amplio panorama histórico, pensando que ayudará a comprender su importancia.
2. ¿Cómo se comporta la Iglesia Católica, desde la Edad Media en adelante?
Las palabras del Papa alcanzan su verdadera dimensión cuando se las coloca delante del amplio panel de la historia de la Iglesia. Hay que remontarse a los siglos XII y XIII, ir hasta los tres grandes Papas de la Edad Media: Gregorio VII (1073-1085), Inocencio III (1198-1216) y Bonifacio VIII (1294-1303). Entonces entenderemos de qué se trata.
Esos tres Papas eran grandes organizadores y consiguieron que la Iglesia lograse ser una gran empresa, que ejercía control sobre la vida de las personas y las Instituciones públicas. Quien no seguía las reglas era excomulgado (condenado al Infierno). Esos Papas, y toda la Corte que los rodeaba, se imaginaban que el crecimiento de la Institución cristiana implicaba automáticamente una mayor divulgación del Evangelio. Eso era lo postulado.
Las autoridades se complacían en verificar que la empresa de la Iglesia sobre las sociedades se consolidaba cada vez más. De ese modo, la Iglesia se tornaba siempre más auto-referencial (para hablar como el papa Francisco), auto-centrada, triunfalista y narcisista (otro término del papa Francisco).
Los líderes eclesiásticos eran valorados en la medida en que se mostraran buenos empresarios, como comprueba la historia de los tres pontificados antes mencionados. Cada vez se valorizaba más la eficiencia administrativa. La Iglesia estaba en un círculo vicioso y no se daba cuenta. Se miraba a sí misma y solo observaba el mundo desde sí misma.
El clericalismo crecía exponencialmente, su control sobre la población aumentaba siempre más. Cuando las Autoridades eclesiásticas hablaban de ‘reforma de la Iglesia’ (y lo hablaban mucho), era siempre en el sentido de perfeccionamiento de los instrumentos de control sobre la sociedad.
Todo era direccionado hacia esa finalidad: los sacramentos, las parroquias, las indulgencias, las devociones, las peregrinaciones.
Orgullosa de sus grandes éxitos de ingeniería administrativa, la Iglesia alimentaba, en sus colaboradores, tendencias al carrerismo. Clérigos eficientes podían contar con un futuro esplendoroso, inclusive con la aceptación garantizada por parte del ‘pueblo fiel’.
Todas estas cosas acabaron creando una neurosis que se expresó de manera aguda en la tan mentada Inquisición. Esa trayectoria de voluntad extrema de controlarlo todo, hasta los últimos meandros de la conciencia y de la imaginación. Durante siglos, una mentalidad inquisitorial se instaló en la Iglesia y se apoderó de la Jerarquía. La mentalidad inquisitorial se transformó en un monstruo que lo devoraba todo sin escatimarse a los propios inquisidores.
Porque no fue nada raro que los inquisidores murieran de miedo los unos de los otros, ya que todos eran potencialmente sospechosos de herejía (los padres, los abuelos, ¿anduvieron con un hereje u oyeron alguna palabra herética?). Era un infierno. Todos tenían miedo de todos, nadie confiaba en nadie. La historia de la Iglesia de convirtió en una maraña inextricable de tramoyas, intrigas, conspiraciones y corruptelas.
3. Movimientos históricos contrarios a esa situación
Gracias a Dios, en los mismos siglos XII y XIII surgieron movimientos contrarios a la Iglesia auto-referencial, que amarra a Jesús Cristo dentro de sí, que ‘secuestra’ a Jesús Cristo.
Acá sobresale el movimiento franciscano, que tomó el cuidado de no indisponerse con la Jerarquía, bajo pena de ser sospechado de herejía y de esa manera quedar expuesta a los procesos de represión. Los hermanos que acompañan a Francisco se presentan como auxiliares del clero y así consiguen la bendición del papa Inocencio III en 1215.
Pero no todos los movimientos tuvieron esa suerte.
Los valdenses, por ejemplo, se niegan a colaborar con el clero y enseguida quedaron expuestos a la crueldad de la Inquisición. Eran seguidores de Pedro Valdés, un rico comerciante de Lyon que renunció a su fortuna y se convirtió en predicador de la pobreza evangélica. Los valdenses fueron excomulgados en 1182 y dos años más tarde formalmente declarados herejes.
Hasta hoy, el franciscanismo permanece como un buen ejemplo de un movimiento que reacciona contra una Iglesia “ensimismada”. No es casual que el actual Papa eligiera el nombre de Francisco. Pero claro, es necesario adaptar el espíritu franciscano a los días de hoy, pues no se puede olvidar que la ‘vida religiosa’, en general, hasta bien recientemente, se organizaba en torno al paradigma monástico (los ‘votos evangélicos’ de celibato, pobreza y obediencia, la vida en casas separadas, como monasterios, prioratos, conventos y casas religiosas).
Ese paradigma orientó prácticamente todos los movimientos evangélicos por muchos siglos. Será necesario repensar estas cosas, porque es evidente para quien observa el mundo de hoy, que el paradigma monástico no funciona más.
Oriundo de experiencias fuertes, entre los siglos VII y XII (los Padres del Desierto), ese paradigma está asentado sobre algunos principios: el aislamiento, el ‘desprecio al mundo’ (contemptus mundi, como dicen los libros espirituales), el distanciamiento frente a la vida de los casados.
Queda claro, para quien observa las cosas hoy, que ese paradigma no funciona más. El principio monástico está en caída libre, aunque permanezca muy respetado. La ‘vida religiosa’ puede contar con la simpatía de la población, pero no tiene la fuerza que tenía antes. Parece algo del pasado, un tipo de vida que hasta puede suscitar añoranzas, pero carece de significado para los días de hoy.
Lo mismo pasa, hasta cierto punto, con la Iglesia en general. Fuera de los limitados círculos eclesiásticos no se presta más atención a lo que el Papa o el Obispo diga. No que exista un clima hostil o de rechazo por parte de la sociedad, pero no se puede escapar de la impresión que los modos eclesiásticos, a la vista de muchos, simplemente están ‘fuera del tiempo’.
4. Un hecho inesperado
Aunque hubiera, desde la Edad Media, esos movimientos a favor de la vida evangélica que acabé de evocar, el papado no hizo eco. Durante todos esos siglos, no se hablaba de la pobreza en los altos escalones de la iglesia. Era tabú. El papa no tomaba posición.
Es dentro de esa historia ‘de larga duración’ que, inesperadamente, dos semanas antes de la apertura del Concilio Vaticano II (septiembre 1962), en una emisión radiofónica, fue pronunciada, por Papa Juan XXIII, la siguiente frase: La iglesia es de todos, pero es antes de todo una iglesia de pobres. Dicha sin alarde y sin elevar la voz, como si fuese la cosa más normal del mundo, esa frase, en realidad, rompe un silencio de siglos.
Era la primera vez que la más alta Autoridad eclesiástica declaraba que la pobreza evangélica era un desafío para la Iglesia. De repente, el discurso de Jesús en la sinagoga de Nazaret resonaba en el Vaticano:
“El Soplo del Señor está sobre mí:
Fui elegido por él para anunciar una buena noticia a los pobres.
Enviado por él, declaro a los prisioneros su liberación,
A los ciegos la recuperación de la vista,
A los oprimidos la libertad” (Lc 4, 18-19).
5. La reacción en el Concilio Vaticano II
Ocurrió que las palabras papales de setiembre de 1962 pasaron ampliamente desapercibidas. No se comentan en las diócesis y parroquias, no son divulgadas por la gran prensa ni por la televisión, no alcanzan al gran público católico. También los mismos Padres Conciliares, reunidos en Roma a lo largo de tres años, entre 1962 y 1965, muestran poco interés.
Hay, es cierto, un pronunciamiento del Cardenal Lercaro que, en un discurso en la Asamblea, declara que el tema de la pobreza merecería ser el ‘único tema del Concilio’. El Cardenal fue profusamente aplaudido. Pero enseguida descendió un manto de silencio. No se habló más de la pobreza en el Aula Conciliar. Los Obispos continúan con los temas que les interesan: reforma litúrgica, ecumenismo, modelo de Iglesia, dogma, lucha contra el Comunismo, seminarios y casas de formación, moral, peligro de secularización, del protestantismo y del espiritismo. La pobreza no es un tema del Concilio Vaticano II.
De este modo podemos decir que el posicionamiento del papa Juan XXIII pertenece a la ‘historia flaca’ del cristianismo, a la historia de la fragilidad evangélica que, mismo en un Concilio que reúne a los obispos del mundo entero, apenas forma una corriente subterránea.
6. La opción por el pobre
Es en América Latina que esa corriente subterránea aflora a la superficie. Si el Concilio en Roma atribuyó poca atención a la cuestión de la pobreza de amplios sectores de la humanidad, no se puede decir lo mismo de la Conferencia General de Obispos de América Latina que se realiza en Medellín en Colombia) en el año de 1968.
Los Obispos latino-americanos no se dejaron más teleguiar por el ‘Primer Mundo’ (principalmente Europa y Estados Unidos), sino que asumen con coraje una postura de ‘Tercer Mundo’. Enfrentan la realidad social, económica y política del continente sud-americano. Hacen una ‘opción por el pobre’.
Ese slogan no es pura palabrería, sino que representa acciones concretas: algunos de los obispos más activos en Medellín pasan a hacer efectivamente una vida en consonancia con el modo de vivir común de los pobres de sus tierras.
En América Latina, la opción por los pobres continúa siendo asumida por las más altas autoridades eclesiásticas a lo largo de las últimas décadas, como se verifica en los textos emanados en las sucesivas Conferencias Episcopales: Puebla 1979, Santo Domingo 1992 y Aparecida 2007.
7. El vocabulario del papa Francisco
¿Será que los Cardenales reunidos en Roma para elegir un nuevo Papa, en el 2013, entendieron las palabras que el Cardenal Bergoglio había dicho pocos días antes?
¿Será que ellos se acordaban que él había sido un actor importante en la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, en el año 2007, cuando era Arzobispo de Buenos Aires? En aquella oportunidad, él ya se manifestó adepto a la línea de Medellín 1968.
Sea como fuere, esos cardenales eligieron a Bergoglio como el nuevo Papa.
Enseguida de elegido, el Papa Francisco asumió la posición del Papa Juan XXIII en 1962. Exclamó, tres días después de elegido: “Ah! Cómo quisiera yo una Iglesia pobre y para os pobres”.
Las mismas palabras repite en el Documento Evangelii Gaudium (EG), uno de los primeros firmados por él: una Iglesia pobre y para los pobres, una Iglesia que haga opción por el pobre (EG 198).
A lo largo de sucesivas alocuciones, en diversas ocasiones, el Papa va creando todo un vocabulario propio:
* Iglesia que se mueve,
* que hace opción por los últimos,
* que va a la periferia,
* que sale de sí misma (Audiencia del 23/3/2013),
* que anda por la calle (a los ‘sacerdotes callejeros’),
* Iglesia inclusiva,
* no excluyente,
* no auto-centrada,
* no narcisista,
* que no vive para sí misma,
* no es una notaría,
* Iglesia enteramente misionera (EG 34),
* discípula misionera (EG 40),
* hospital de campaña,
* campo de refugiados.
También se puede citar EG 195, 197, 198 o 199.
La expresión de mayor realce dentro de ese nuevo vocabulario es ‘Iglesia en salida’:
Sueño con una opción misionera
Capaz de transformarlo todo:
Los estilos, los horarios, el lenguaje,
Una constante actitud de salida (EG 26.27).
‘Iglesia en salida’, he aquí la expresión que resume la posición del Papa Francisco frente a la ideología ‘auto-centrada’ que predominó en la Iglesia católica durante siglos y las prácticas originadas por esa ideología.
8. Un nuevo tipo de sacerdote
Todo esto es todavía muy frágil y corre el riesgo de ser esfumado por la polvareda de los tiempos, si no apareciera un nuevo tipo de Padre.
¿Será que, en nuestros días, ese tipo se está gestando? Depende ampliamente del futuro de las Comunidades de Base, porque, como decía Carlos Mesters, ‘no hay Comunidad de Base sin Padre’.
Entonces lo importante consiste en sustituir la imagen del sacerdote que aparece en la comunidad para celebrar la Misa, administrar sacramentos, bendecir casamientos, realizar ritos y liturgias, por la imagen de un sacerdote que se mantenga en el grupo, al lado de los laicos y laicas, escuchando e interviniendo de vez en cuando, como orientador y también como simple compañero. Un paso difícil, que exige lucidez y determinación, pues siempre es más fácil volverse ‘a los panes de Egipto’.
Para un sacerdote, se entiende, no es fácil vivir esa experiencia, porque incluso los sacerdotes de hoy también fueron formados, en seminarios, para actuar en una Iglesia ‘auto-referencial’. Muchos no llegan a cambiar la visión, aunque la situación del mundo, de las sociedades y de las iglesias haya cambiado en los últimos 50 años. Inclusive sabiendo que la Iglesia católica pierde una posición dominante en la sociedad, los sacerdotes experimentan dificultades para engranar con una ‘Iglesia en salida’. Este es el primer punto.
9. Un nuevo tipo de laico/laica
¿Será que está apareciendo, en la Iglesia católica, un nuevo tipo de laico/laica que corresponda a los dictámenes de una ‘Iglesia en salida’?
En los últimos años hubo diversas iniciativas con miras a activar la colaboración de los laicos y laicas en calidad de Catequistas, Profesoras, Animadores y Animadoras, Cantoras y Cantores, Secretarios y Secretarias parroquiales, Ministros de la Eucaristía, Diáconos, Ministros del diesmo, Legionarios, etc.
Son iniciativas valederas, pero, para quien está atento a una ‘Iglesia en salida’, le queda claro que todas ellas revisten un carácter pasajero. Constituyen un paso entre el laicado totalmente pasivo y el laicado que la Iglesia misionera del Papa Francisco necesita.
Tarde o temprano, el (la) laico (a) tendrá que salir de su posición de inferioridad y dependencia en relación al clero. Por lo tanto él (ella) tendrá que cuestionar el carácter corporativo de la actual organización eclesiástica.
Acá, de nuevo, una inmersión en las profundidades de la memoria cristiana puede ayudar. Trabajé este tema ampliamente en mi libro ‘Origens do Cristianismo’ (Paulus, São Paulo, 2016).
Ya antes de surgir el movimiento de Jesús existía, en el seno del judaísmo, una tensión entre la estructura laical de las Sinagogas y la estructura sacerdotal del Templo. El Movimiento de Jesús no adoptó el sistema sacerdotal, sino que optó decididamente por un modelo laico de organización.
Los primeros Líderes (Obispo, Presbítero, Diácono) eran laicos, así como el mismo Jesús era un laico. En los primeros documentos cristianos encontramos casas, hombres y mujeres que trabajan solidariamente y se reúnen en casas familiares. Para Pablo, un ‘Presbítero’ es un Padre de familia que tiene la confianza de la comunidad porque gobierna bien su casa (Tit 1, 6-8).
Hoy no se dan, dentro de la Iglesia católica, sino pocas formaciones laicas independientes y autónomas, capaces de actuar en la sociedad como asociaciones de derecho civil y de defender, dentro de esa sociedad, los valores cristianos.
En eso, igualmente, la colaboración de aquellos sacerdotes que se muestran dispuestos a reasumir la muy antigua imagen de ‘maestro’ (‘mestre’), de profeta o de ‘presbítero’, de los primeros tiempos del cristianismo, es de mucho valor.
Pero lo que es más importante consiste en formar grupos fuertes y mancomunados, alimentados por lecturas bíblicas y otras lecturas espirituales (como las Cartas de Don Helder Cámara o de Mons. Romero, por ejemplo), porque no es nada fácil enfrentar sociedades empapadas de valores capitalistas.
En el mundo en que vivimos, se hace difícil vivir el Evangelio sin el apoyo de una comunidad fuerte.
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