El hilo de las relaciones rotas

30 de Noviembre de 2017

[Por: Sofía Chipana Quispe]




El sábado 25 de noviembre, en muchos territorios nos vinculamos con la indignación de la violencia contra las mujeres; varones, jóvenes, niños/as y mujeres, manifestaron de formas creativas su desacuerdo con la violencia hacia la otra mitad de la comunidad humana

 

Y las que llegamos al cosmos con el cuerpo considerado como femenino, asumido en pocos años de nuestra larga historia en los diversos territorios como cuerpos peligrosos a los que se debía “dominar”, nos conectamos con diversas violencias verbales, físicas, sexuales, psicológicas y religiosas. Nada más pensar en la frase tan repetida en nuestras familias, cuando les decían a nuestros hermanos, “no llores pareces mujer”, o cuando éramos adolescentes recibimos un sin fin de frases obscenas disfrazadas de supuestos “elogios”, o el roce de los cuerpos masculinos que ostentaban poder hacía nuestros cuerpos que recién empezaban a reconocerse como “femeninos”. 

 

Sin duda que la violencia hacia las mujeres tiene diversos matices en los diversos pueblos que habitamos el cosmos, pues son el reflejo de uno de los hilos rotos en nuestras relaciones y que se sigue alimentando por todo un sistema denominado patriarcal, que busca mantener las relaciones de poder de dominio, en el que la “mujer” es asumido como objeto de adquisición, como bien lo refleja la frase usada por algunos varones para referirse a sus compañeras de camino, novias o enamoradas como “mi mujer”, realmente es la expresión de un machismo que se recrea a través de lenguajes revestidos de cantos cubiertos de lenguajes e imágenes sexistas que denigran la dignidad de la mujer, lo que sin duda es parte de una violencia simbólica que circula por todos los medios de entretenimiento, que mercantilizan el cuerpo femenino como objeto de deseo, consumo y posesión. 

 

Las relaciones rotas en la ‘gran red de la vida’, genera serios desequilibrios y desarmonías, pues no se puede vivir en dignidad cuando una parte de la comunidad humana es violentada y la otra mitad de la humanidad es la que genera violencia, pues el daño es mutuo. No sólo por las atrocidades de las violencias hacia a las mujeres, que nos convierte en víctimas, frágiles, débiles; más bien porque limita nuestras múltiples capacidades; como si la sentencia del relato hebreo de Génesis 3,16 “multiplicaré los dolores de tu embarazo, darás a luz a tus hijos con dolor; desearás a tu marido, y él te dominará”, se nos fuera impuesta como una carga pesada, muy difícil de soltarla por la presión social, cultural y religiosa, que se afana en recordar nuestro rol reproductor, por lo que el despliegue de nuestras otras capacidades son vistas como sospecha y amenaza, en vez de que fueran acogidas como parte de las otras sabidurías que puedan ampliar la hegemonía de la sabiduría androcéntrica que ayuden a ver la vida de manera integral.

 

Pero más que preguntarnos sobre nuestras situación de víctimas, tendríamos que preguntarnos sobre la violencia que anida en la comunidad denominada “masculina” que mantiene el círculo de la violencia como un mandato masculino o patriarcal que se sostiene a través de relatos sustentados en el mundo simbólico cultural y religioso que valida el poder masculino, anulando el poder de las relaciones que la humanidad vivió en la sobrevivencia y consolidación de la comunidad humana, donde los lazos de vínculo con el cosmos, les permitía el “descubrimiento” de los procesos del cuidado mutuo, donde se tuvo que aprender a establecer relaciones con las otras comunidades de vida con quienes se tuvo que convivir y de los que se aprendió a sobrevivir, en la que el poder la tenían tanto mujeres como varones en relación de funciones y tareas que fueron asumiendo para sostener la vida de sus descendientes y las suyas. 

 

Definitivamente, con la ruptura de las relaciones predominó la fuerza del “dominio”, no sólo con los animales, sino también con la tierra y por su puesto con las mujeres, cuyo proceso se puede evidenciar en los relatos religiosos de dominación de las fuerzas cósmicas, por un ser superior de características masculinas. Por lo tanto, se empezó a consolidar el predominio masculino del misterio de vida que alcanzará sus máximas expresiones en las civilización guerreras, expansivas y colonizadoras, donde las divinidades adquieren características violentas, como reflejo del anhelo viril masculino. 

 

La violencia a la mujer es parte del cultivo de la violencia que anida en el ser humano, y sin duda tiene que ver con el poder de dominio heredado, pues si miramos las historias de nuestros pueblos, unos más que otros, tenemos huellas de historias regadas con mucha sangre. No son las que conocemos como “bestias”, los animales más feroces, sino la humanidad que está llevando a la depredación de las diversas comunidades de vida, y amenaza a su misma especie. 

 

Se trata de un círculo muy difícil de romper y que las legislaciones de nuestros países ya no controlan, más bien fortalecen la violencia, el rencor, el odio, la venganza. Por lo que las situaciones de violencias contra las mujeres, o las diversas situaciones de femenicidios, pasan por una serie de vejámenes por los sistemas de “justicia”, que son parte de una estructura patriarcal que no está dispuesta a abrir otras sendas en sus categorías cerradas de la administración de la justicia, para no perder su poder.

 

En el fondo, las violencias son generadas por el miedo que se esconde detrás de las aparentes valentías, el miedo que deriva en los sinsentidos de la vida, y en el deseo de mayor poder para controlar, someter y dominar. Como diría Eduardo Galeano en relación a la violencia contra las mujeres:

 

Hay criminales que proclaman tan campantes ‘la maté porque era mía’, así no más, como si fuera cosa de sentido común y justo de toda justicia y derecho de propiedad privada, que hace al hombre dueño de la mujer. Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los supermachos tiene la valentía de confesar ‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo.

 

Sin duda que la humanidad cultiva con mucha más facilidad la fuerza de la violencia, y descuida el cultivo de la otra fuerza, que es la capacidad de generar vida, que posibilita el buen convivir, en la que las interrelaciones, las reciprocidades y las múltiples formas de complementariedad fluyen, sin necesidad de usar la fuerza del dominio, sino seguir el corazón habitado por un sentido del cuidado mutuo que supera todos los miedos.

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