23 de Noviembre de 2017
[Por: Juan José Tamayo]
Este año se ha declarado por primera vez en Alemania fiesta nacional el 31 de octubre en conmemoración de la fecha en la que, presumiblemente, Martín Lutero clavó sus 95 tesis sobre las indulgencias y las reliquias (Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum) en las puertas de la iglesia de Wittenberg. Es considerado el punto de partida de la Reforma Protestante.
Ciertamente, el 31 de octubre de 1517 es una fecha para no olvidar, ya que se trata de una de las efemérides más significativas de la historia europea y quizá también de la historia universal. “No puedo describir la emoción, la verdadera y dramática sensación que provocan”, fue el comentario de Erasmo de Rotérdam, a quien no le extrañó el ruido creado por su publicación, ya que Lutero había cometido “dos faltas imperdonables: haber atacado la tiara del papa y el vientre de los frailes”.
Las 95 tesis marcan el inicio de la Reforma Protestante, un acontecimiento que supuso una transformación profunda de la sociedad, la cultura, la política, la economía y el cristianismo europeos y dio lugar a un cambio de paradigma eclesial y civilizatorio.
Lo que empezó siendo una experiencia religiosa atribulada de un joven profesor de filosofía y de teología en la Universidad de Wittenberg, atormentado por una acusada conciencia de pecado, preocupado por la salvación de su alma e insatisfecho con la rígida disciplina de la orden agustiniana a la que pertenecía, terminó convirtiéndose, a principios del siglo XVI, en una Reforma radical de la Iglesia cristiana.
La Reforma era un clamor generalizado dentro y fuera de la Iglesia. Venía reclamándose cada vez con más fuerza desde finales del siglo XIV ante la falta de respuestas del cristianismo institucional a los desafíos de la nueva era que estaba naciendo. Pero también ante la corrupción generalizada que se daba entre los dirigentes de la Iglesia, según reconocía Maquiavelo como explicación de la corrupción y de la irreligiosidad de los italianos: “Nosotros los italianos somos los más irreligiosos y corruptos porque la Iglesia y sus representantes nos han dado el peor ejemplo”.
El papa Francisco coincide con Maquiavelo en la corrupción de la Iglesia de entonces hasta considerarla la causa de la protesta de Lutero: “En ese tiempo... había corrupción en la Iglesia, mundanidad, apego al dinero, al poder, y por eso él [Lutero] protestó”.
La Reforma protestante fue un movimiento plural que se movió en dos direcciones. Una, la magisterial, representada por los maestros de Wittenberg, entre los que destacan Lutero y Melanchton, y por Calvino, perteneciente a la segunda generación.
Otra es la radical, representada, entre otros, por Tomas Müntzer, destacado líder en la Guerra de los Campesinos, a quien en Ernst Bloch llama “teólogo de la liberación” en una obra del mismo título publicada en 1921 (Thomas Müntzer, teólogo de la revolución, editorial Antonio Machado, Madrid, 2002), y Karlstadt, que se mostraba “afligido por el desprecio de Lutero hacia [la carta de] Santiago” y llamaba la atención sobre su descuido de los aspectos morales de la Reforma. Sin embargo, la tendencia, tanto dentro como fuera del protestantismo, es a supervalorar la reforma magisterial y a devaluar la radical.
El teólogo protestante mexicano Dan González habla de dos Luteros: “el original”, que al principio fue un crítico severo de los príncipes, y el que, a raíz de la Guerra de los Campesinos, contradice sus propias ideas y se pone del lado de los príncipes, a quienes en su escrito Contra las bandas despojadoras y asesinas de campesinos –calificado por el teólogo Zahrnt de “horrible y desprovisto de humanidad”– pide aplasten violentamente el levantamiento campesino a cambio de los favores recibidos. En él califica a los campesinos sublevados de “súbditos del diablo”, que tienen que ser liquidados “como perro rabioso”. En realidad, la reforma radical no fue una desviación de la reforma de Lutero ni una exageración de las doctrinas de la primera hora, sino su aplicación más auténtica.
Frente a la tendencia al silenciamiento y olvido de las mujeres en la Reforma, es necesario reconocer su papel fundamental y darles voz y visibilidad. Entre las más significativas cabe citar tres: Argula von Stauff, Úrsula Weida y Katharina Schütz.
La primera destacó por ser siempre fiel a su conciencia, criticar a los teólogos por su olvido de la justicia y defender que las mujeres y los laicos podían ser teólogos. Ursula Weydan polemizó con el abad de Pegau sobre la naturaleza de la Palabra de Dios y de la iglesia y se opuso a la literalidad de la Primera Carta a los Corintios, que formula lo que ella llama el “código de silencio de la mujer”. Katharina Schütz Zell, autodeclarada “madre de la iglesia”, osó llamar a Dios “Madre amorosa”. ¡Toda una revolución hecha por las mujeres en la teología patriarcal de los reformadores varones!
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