22 de Noviembre de 2017
[Por: Víctor Codina, SJ]
Cada domingo, al acabar la eucaristía en un barrio popular de Cochabamba, toda la gente se acerca para recibir el agua bendita: niños, jóvenes estudiantes y universitarios, hombres adultos con manos curtidas por el trabajo, mujeres con sus niños en brazos, personas mayores de la tercera edad. Algunas personas reciben el agua bendita en sus manos, otras inclinan su cabeza.
A la sorpresa inicial ante este gesto, típico de religiosidad popular, siguen los interrogantes: ¿superstición? ¿magia? ¿alienación? ¿ignorancia? Es muy posible que en muchos casos haya una mezcla de motivaciones difíciles de deslindar, pero en otros casos ¿no habrá también una fe profunda, una confianza en el Señor? ¿no será una expresión de la fe de los pobres y sencillos, de personas que a lo mejor no se atreven a comulgar, pero se acercan a recibir la bendición y gracia de Dios a través del agua? Como un hombre me dijo un día, la fórmula del agua bendita no es “H 2 0” sino “H Dios O”...
El agua bendita es un típico sacramental y los sacramentales son los sacramentos de los pobres, unos ritos más sensibles, más cercanos e inteligibles que los sacramentos. Quizás es también una forma de protesta y de resistencia frente a una Iglesia muy clerical, lejana, fría y excesivamente racional, muy poco popular.
Ciertamente hay que iluminar el agua bendita a la luz de la muerte y resurrección de Jesús, a la luz del bautismo cuyas promesas se renuevan cada año en la vigilia pascual. Pero ¿no dice Francisco que la piedad popular tiene mucho que enseñarnos y constituye para quien sabe leerla, un verdadero lugar teológico (EG 126)? ¿Qué lecciones sacamos de esta afición del pueblo sencillo al agua bendita?
Foto tomada de: https://aleteiaspanish.files.wordpress.com/2016/02/papa-francisco-agua-bendita.jpg?quality=100&strip=all&w=640
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