Tener o no tener conciencia de la presencia

20 de Noviembre de 2017

[Por: Rosa Ramos]




“Caí Señor golpeado.

Por mi misma

ignorancia de ti

golpeado”1.

Líber Falco

 

Como cristiana laica e hija de un país laico, he afirmado en las entradas anteriores la Presencia y aliento del Espíritu generando fuertes espiritualidades también en los agnósticos y los ateos. Lo ilustré con ejemplos en la creación poética. Todos conocemos muchos hombres y muchas mujeres que viven toda su vida vertebrados por valores profundamente humanos –fe antropológica– que dan sentido a su vida y a su acción generosa. 

 

Pero hoy quiero invitarlos a pensar en la diferencia entre tener o no tener esa otra fe, no ya la antropológica compartida, sino la que nos religa a lo Trascedente, la que llamamos fe religiosa.

 

Muchos parecen no necesitar esa fe, no la buscan, no la esperan, o, quizá no hemos sido capaces de crear las condiciones para una experiencia de encuentro con la Fuente, con el Misterio de Dios revelado en Jesús… y su reconocimiento.

 

¿Qué ocurre cuando las personas crecen en un ambiente de total ignorancia o abstención religiosa? Las alternativas son varias.

 

En el mejor de los casos –que valoro y admiro–, pueden vivir bien sin Dios, siempre y cuando haya alguna otra narración que proporcione sentido a sus vidas. Son personas sensibles, profundas, y entregadas a los demás. Construyen existencias sólidas,  ordenadas a un fin. Anima una fuerte espiritualidad a estas personas, tanto que la irradian a los demás.

 

Otros pueden permanecer en un estado de prescindencia, llegando a descartar de antemano las preguntas por las ultimidades. De lo que no se puede saber con certeza, mejor ni pensar. “Se vive como se puede”. “Es lo que hay”. Serían en ese mar de fueguitos que describe Eduardo Galeano en El mundo los “fuegos bobos, [que] no alumbran ni queman”2.

 

Algunos otros pueden dejarse embaucar por dioses de pies de barro, o ídolos de turno. Su vida queda atrapada en miradas cortas, en muchos casos ocupan y hasta agitan sus vidas en intereses mezquinos –chiquitos– e individualistas tomados como absolutos... “Pan y circo”.

 

Pero también puede ocurrir que muchas personas queden terriblemente huérfanas, a la intemperie, en un estado de extrema fragilidad para asumir la condición humana sufriente en un mundo en construcción. Entonces sufren la ausencia de un sentido para vivir y para morir.

 

Voy a ilustrarlo con algunos versos del poeta Líber Falco, otros suyos abrieron ya este artículo:

 

Oh! sabio Sócrates 

 

Si como tú esperar pudiera 

la muerte que me espera

Si como tú tuviera yo 

un inmortal mensaje; 

una luz con que alumbrarnos todos, 

quizá no me muriera así como me muero 

entre sombras, silencios, entre penas y miedos…

 

Y en otro poema titulado Final dice

 

Nadie te esperaba, 

nadie. 

Tampoco ahora 

nadie te esperará.

Detrás de ti la última puerta 

tú solo, y nada 

y nadie.

 

La ausencia de la fe religiosa en este caso se percibe y se sufre. Se sufre esa orfandad que taladra la vida, y esa soledad ante la muerte carente de sentido. En el caso de este poeta y de tantos otros, su sensibilidad los lleva a plantearse preguntas últimas, no se quedan en la superficie, pero chocan ante el silencio como respuesta. 

 

Quizá los cristianos no supimos caminar un trecho con estos auténticos buscadores, como lo hizo Jesús con los discípulos que, decepcionados ante el fracaso y la muerte, huían a Emaús.

 

Comparemos ese dolor de la ausencia de Trascendencia del poeta referido, con la confiada entrega nacida de la fe religiosa en Mauricio Silva3 en el siguiente poema Morir en soledad:

 

Señor, yo sé que Tú estás en la fe luminosa de una noche de estrellas,

De un día radiante de azul y de sol.

Yo sé que Tú estás, en la espera gozosa de un niño que viene, 

de una carta que llega, de un amigo que vuelve.

Tú estás, yo sé que Tú estás en el amor inmenso de unas manos que abrazan y en el puro cariño del beso que me dan.

Mas también sé que estás en la fe desprovista y desnuda cuando un día y otro día le cuenta su rutina de trabajo y pobreza y mi alma se hunde en tiniebla total.

Yo sé que Tú estás cuando la esperanza es cuesta empinada, 

la cumbre es incierta y las fuerzas muy pocas.

Tú estás.

Yo sé que Tú estás cuando amar es un surco humilde y oscuro, 

que reclama al grano para ser fecundo y morir en soledad.

Yo sé que Tú estás, Señor que te creo,

Señor que te espero, Señor que me amas, 

Yo sé que Tú estás.

 

La fe atraviesa la vida entera e ilumina todas las experiencias humanas, dotándolas de sentido trascendente y por tanto de esperanza, también las situaciones límites. Los mismos interrogantes y/o confrontaciones humanas con el dolor, el fracaso y la muerte, son leídos desde otra clave hermenéutica: la fe. 

 

En virtud de esa fe todo es igual y todo es a la vez es distinto: el dolor duele, la muerte en soledad aguarda y duele; pero se tiene conciencia de que Alguien, un Tú, espera, ama y está. Y, sin embargo, cabe decir, que “la fe no es morfina” y que también los creyentes cargamos la cruz de la empecinada duda… Será el tema de otra entrega.

 

Invito a leer en esta misma línea de asumir las interrogantes últimas desde la fe religiosa el poema ¿Quién soy yo? escrito por Dietrich Bonhoeffer en un campo de concentración nazi.  

 

 

Citas

 

1 Falco, Líber. Tiempo y Tiempo. Ediciones de la Banda Oriental. Poema “Solo tu amor Señor”. Del mismo libro son tomados los otros poemas del autor que serán citados más adelante.

 

2 Claro que esas existencias a veces llegan a una claridad álgida, demasiado tarde, invito a escuchar en You Tube la canción “Sin pena ni gloria”, del grupo musical No te va a gustar.

 

 

3 Mauricio Silva, sacerdote uruguayo, Hermanito de Jesús, desaparecido en Buenos Aires, Argentina, en 1977, una mañana cuando trabajaba como barrendero.

Procesar Pago
Compartir

debugger
0
0

CONTACTO

©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.