15 de Noviembre de 2017
[Por: Paulo Suess | Traducción: Maria Elena Bicera – Amerindia]
El año 2017 nos recuerda, además del inicio de la devoción a Nuestra Señora de Aparecida (1717), del centenario de la Revolución Rusa, dos publicaciones que hicieron historia. Hace 500 años que Lutero clavó 95 tesis en la puerta de la Iglesia del Castillo de Wittenberg (Alemania) y hace 150 años que Marx publicó el primer volumen del “Capital” con el título “Crítica de la economía política”.
Las “Tesis”, de 1517, visaban a la Reforma de la Iglesia Católica, el “Capital”, de 1867, a la Revolución como emancipación de la clase obrera. La Reforma quería construir una Iglesia más próxima al Evangelio de Jesús. La Revolución se proponía, con el protagonismo de la clase obrera, instaurar la transformación moral de una humanidad en la cual habría de coincidir el buen vivir de cada uno, con el bien vivir de todos.
Ambas publicaciones propusieron no solamente interpretaciones diferentes de la palabra de Dios y de los derechos humanos, sino nuevas prácticas del ser cristiano y del ser ciudadano. Ambas propuestas de cambios tuvieron un gran impacto sociopolítico y sus autores, de formas diferentes, fueron perseguidos y se volvieron refugiados: Lutero, en su condición de hereje proscripto, fue protegido por poderes políticos regionales; Marx, expulsado de territorios al alcance del gobierno de Prusia, fue apoyado por sectores revolucionarios vinculados a la clase operaria. De los “redimidos por la gracia” de Lutero y de la “clase redentora” de Marx, de sus esperanzas y promesas de felicidad –así en el Cielo como en la Tierra– nacieron militantes y mártires, santos y demonios.
En este ensayo en ocasión del momento jubilar de las “Tesis” y del “Capital” quiero recordar y comparar, en sus semejanzas y diferencias, la vida sacrificada de las mujeres de sus autores, la vida de Catalina Lutero (1499-1552) y Jenny Marx (1814-1881). Tengo una sospecha previa: la presencia de Catalina y Jenny en la vida de Lutero y Marx no puede ser reducida a adornos secundarios de una causa mayor. La causa mayor, las luchas por tolerancia y diversidad, por justicia e igualdades, por emancipación y participación andan rengueando y son destinadas al fracaso se no tuvieran un rostro femenino y otro masculino.
1. Catalina Lutero
Catalina nació el 29 de enero de 1499, en Zülsdorf, junto a Lippendorf, al Sur de Leipzig (Alemania). A los tres años de edad, perdió a su madre y con cinco años fue dejada en una escuela de religiosas Benedictinas de Brehna. Con 16 años, se volvió religiosa en un convento cisterciense de Nimbschen. Gracias a su paso por la vida conventual, Catalina recibió una buena formación, aprendió a leer y a escribir (un privilegio en aquella época), se apropió del latín litúrgico, de saberes elementares, de la cocina y costura, de la medicina natural y de la agricultura.
En 1517, las “Tesis” de Lutero comenzaron a agitar el país. A pesar del silencio riguroso impuesto a la comunidad cisterciense, Catalina y otras religiosas del convento supieron del movimiento de Wittenberg y simpatizaron con las ideas del reformador. En 1523, Catalina consiguió huir de su clausura para Wittenberg, acompañada por un grupo de aventureras valientes. Algunas de ellas retornaron a sus familias, otras fueron ayudadas por Lutero y sus amigos a reintegrarse en el mundo a través de un trabajo y un casamiento. Catalina permaneció por dos años como doméstica en la casa del pintor Lucas Cranach, que nos dejó un cuadro bonito de ella. El destino de las mujeres de la época era ese: de la tutela del padre, las dotes domésticas y la obediencia a un marido.
El año 1525 fue de gran convulsión social. Los campesinos se rebelaron contra su condición de vasallos de los príncipes y nobles. Después de la gran masacre de los campesinos en Frankenhausen, uno de sus líderes ideológicos, Thomas Müntzer, pastor protestante y ex-alumno de Lutero, en Mühlhausen, el 27 de mayo 1525, fue públicamente decapitado. Ese mismo año el reformador ya se había pronunciado “contra las hordas asaltantes y asesinas de los campesinos”. La liberación de los campesinos del yugo feudal, fracasó, no sin el apoyo de Lutero. En su análisis clásico “Las guerras campesinas en Alemania” (Grijalbo 1977), Friedrich Engels opina: Lutero, el protegido del príncipe de Sajonia y profesor renombrado de Wittenberg dejó caer por tierra los elementos populares de su Reforma y se volvió representante de una Reforma burguesa.
El 13 de junio de 1525, pocas semanas después de la matanza de los campesinos, Lutero y Catalina se casaron -ella con 26 años de edad, por opción, él con 42, empujado por los amigos. Ambos se formaron en conventos y no estaban propiamente preparados para la vida conyugal. Al monje Martín, le gustaba trabajar en silencio y, al mismo tiempo, era detentor cortejado del monopolio de la palabra, en el púlpito y en la mesa. A la monja Catalina, que escapó del silencio obligatorio de los cistercienses, le gustaba la prosa continua. El inicio de la convivencia no fue fácil. Aún así, en la literatura, su matrimonio, por siglos, se transformó en el modelo de una unión de pastores, con división de trabajo: la esposa cuidando la organización del hogar y el marido concentrado en la parte espiritual y en el pastoreo, pero también como padre amoroso. Todo según y, a veces, más allá del modelo de una familia burguesa de la época. De la conquista de México y de la derrota de los Aztecas, en 1521, que el propio Cortez ampliamente describió en sus Cartas que circulaban por Europa, no se encuentra ningún eco en el discurso ni en los escritos del reformador.
El príncipe Johann de Sajonia, hermano de Federico, el Sabio, recién-fallecido, que era el gran protector de Lutero, donó a la pareja el monasterio de los agustinos de Wittenberg y sus dependencias. Por lo tanto, también después del casamiento, Lutero estaba en su casa conventual, aunque sin guardián y ecónomo, como es la costumbre en los conventos. Esa parte fue asumida por Catalina, que transformó el convento en una casa frecuentada por amigos, viajeros y huéspedes y en una pensión para estudiantes, que se transformó en una fuente de renta.
Lutero, en tono de admiración y queja de su “domina Käthe”, que no era una asidua lectora de la Biblia, escribe a Justo Jonás, prepósito de la iglesia del Castillo y su amigo sobre Catalina, que se parecía más a Martha, la del Evangelio, que a María: “Ella lidia con carrozas, prepara la tierra, apacienta y guía el ganado, hace cerveza, etc… Entre una y otra actividad, también comienza a leer la Biblia”. No siempre tiene tiempo para asistir, de noche, a las famosas “Charlas en la mesa”. De los axiomas del marido (ser salvado “solamente por la fe”, “solamente por la gracia”, “solamente por la cruz de Cristo”) comprendió lo esencial. Su religiosidad estaba más próxima a la fe de las mujeres del pueblo que a la compresión de los teólogos. Para comprender la venta de las indulgencias como obra del diablo no precisaba un estudio teológico profundo.
Catalina acompañó las discusiones teológicas de Martín con el sentido común de una ama de casa y con el realismo de alguien que diariamente necesita cuidar de la comida en la mesa y del hospedaje de una casa de tránsito para amigos, estudiantes y admiradores de su marido. La imagen que tenemos de Catalina consta en algunos escritos de Lutero y de gente que pasó por su casa. De ella misma, prácticamente, la historia no preservó ningún escrito.
De la unión de Lutero con Catalina nacieron seis hijos. En 1529, con la muerte de la hermana de Lutero, la pareja acogió a los seis hijos de ella. El antiguo convento de los Agustinianos se transformó también en una casa de tránsito para la hermana muerte. La primera hija del matrimonio, Elizabeth, murió a los ocho meses de edad y Magdalena, la segunda, falleció a los 13 años. Repetidas veces, Lutero llamó a Catalina “estrella de la mañana de Wittenberg”, ya que diariamente ella se levantaba a las cuatro de la madrugada, pero también porque se volvió la luz de sus noches oscuras de depresión y, con el saber da medicina popular de la época, enfermera de un marido con múltiples enfermedades y supersticiones de la época, indisciplinado en el trabajo y en la comida. Al leer el “Catecismo Menor” (1529), los sermones y la correspondencia de aquel tiempo, se percibe cómo la experiencia familiar enriqueció la vida cotidiana del Dr. Lutero.
Después de la muerte del marido (1546), Catalina experimentó el desamparo de las viudas bíblicas. Perdió la seguridad del hogar, garantizada por la autoridad de Lutero y por su salario de la universidad, de 100 florines. Tuvo que enfrentar procesos jurídicos por la herencia, presenció luchas religiosas (“guerra smalkaldiana”) y huyó, con los hijos, de la peste que devastaba Wittenberg. En el camino hacia Torgau, se accidentó gravemente con su carroza. A las heridas del accidente, se agregó una neumonía. El día 20 de diciembre de 1552, falleció.
En una carta a un amigo, Lutero había escrito: “Mi querida Cate me mantiene joven [...]. Sin ella, yo quedaría totalmente perdido. Acepta de buen grado, mis viajes y cuando vuelvo, siempre me está esperando con alegría. Cuida de mí durante mis depresiones y soporta mis accesos de cólera. Me ayuda en mi trabajo, encima de todo, ama a Cristo. Después de Él, ella es el mayor regalo que Dios me dio en esta vida. Si algún día escribieran la historia de todo lo que sucedió (la Reforma), espero que el nombre de ella aparezca junto al mío”.
No logré identificar la fuente de este diálogo. Pero, aún como “fioretti” contiene un núcleo de verdad. Ciertamente, Catalina no fue la propulsora de la Reforma, pero sí su sustento.
2. Jenny Marx (1814-1881)
Jenny von Westphalen Marx nació, al igual que Catalina von Bora Lutero, de una familia cuyos miembros fueron, por un tiempo, servidores de la nobleza. Jenny tenía dos años cuando su padre fue transferido a Trier, donde asumió en el gobierno distrital, el cargo de funcionario superior. El padre Heinrich, de Karl Marx, era un “cristiano nuevo”. Después de la presencia napoleónica en Renania (“Reino Real de Westfalen”, 1807-1813), Prusia se apropió, en 1815, de muchas partes territoriales de Renania y abolió la legislación progresista de Napoleón. Así, la región católica de Trier fue gobernada por la Prusia luterana que no permitió el ejercicio profesional de judíos en la esfera del derecho. ¿Habrá sido un viento tardío del antijudaísmo de Lutero? El joven Heinrich Marx pasó del judaísmo al protestantismo en la ciudad católica de Trier, donde se convirtió en un abogado reconocido. Las familias de Jenny y Karl tuvieron contactos sociales en los círculos esclarecidos de Trier y fue Ludwig von Westphalen quien introdujo a Jenny y Karl a las ideas de la Revolución Francesa. Marx Le dedicó su tesis doctoral al futuro suegro, Ludwig von Westphalen.
Jenny y Karl se conocían desde la época del colegio. Marx conquistó a su Jenny, que tuvo muchos pretendientes, con poemas de amor e invirtió en esa relación con ella por largos años y hasta en un noviazgo clandestino (1836).
Después de los estudios de Karl, en derecho, filosofía e historia en Bonn y Berlín y un doctorado en Jena (1841) y luego de un rápido pasaje por Colonia, como redactor jefe del periódico liberal “Rheinische Zeitung”, Jenny y Karl se casaron por civil y religioso, el 19 de junio de 1843, ella con 29 años, él con 25. Tuvieron siete hijos, que nacieron en 1844 (Caroline), 1845 (Laura), Edgar (1847), Henry Edward Guy (1849), Francisca (1851), Eleanor (1855) y el último, que falleció enseguida de su nacimiento, en 1857. Tres llegaron a la edad adulta. Dos de las tres hijas sobrevivientes, Eleanor (+1889) y Laura (+1911), se suicidaron.
Poco tiempo después de su casamiento, Jenny y Karl se mudaron a París, porque el periódico de Colonia, donde Marx trabajaba, estaba prohibido desde marzo de aquel año. En Paris, donde Karl ejercía un trabajo periodístico, nació Caroline, su primera hija. De París, datan también las relaciones con Engels, Bakunin, Heine y muchos otros. Contra los intereses de su clase social, Friedrich Engels se transformo en un recurso financiero de la familia Marx en períodos en los cuales faltó comida para los hijos y dinero para pagar el alquiler. El brillo intelectual de Marx no resplandeció en su situación económica.
Por intervención del gobierno de Prusia, el 25 de enero de 1845, el matrimonio fue expulsado de Francia y se refugió en Bruselas. Los gobernantes nobles de Prusia eran luteranos y antisocialistas. En el exilio de Bruselas, el 26 de setiembre de 1845, nace su hija Laura y el 3 de febrero de 1847, su hijo Edgar. En Bruselas, en 1848, fue publicado el “Manifiesto del Partido Comunista”, escrito por Marx y Engels. En la única página del original que aún existe, las primeras líneas muestran la letra de Jenny. El 4 de marzo de 1848 el “Manifiesto” fue la razón de la prisión y expulsión de Jenny y Karl de Bruselas.
Jenny no fue un mero apéndice de la fama de su marido. Ella transformó la letra de Karl, a veces casi ilegible, en un manuscrito publicable, tradujo muchos de sus textos al francés, además de dominar el inglés. Varias de sus reseñas del teatro londinense fueron publicadas en Frankfurt. Ese tiempo de “secretaria de Karl”, confiesa Jenny, fue el tiempo “más feliz de mi vida”. Sin la comprensión intelectual de esos textos ella no podría haber hecho ese trabajo de “traductora”. La vida cotidiana en pobreza permanente, la ausencia del marido por causa de viajes y congresos, su embriaguez, enfermedades y la educación de los hijos representaron desafíos en la convivencia familiar de Jenny con su esposo. En Pascua de 1852 falleció Francisca, a causa de una bronquitis. La misma noche, recuerda Jenny, en su autobiografía, “nosotros nos acostamos en el piso, los tres niños vivos con nosotros, llorando por el angelito, que frío y pálido descansó a nuestro lado. [...] Fue el tiempo de nuestra pobreza más amarga”. Para comprar un féretro, Jenny golpeó a muchas puertas y fue, finalmente, atendida por un refugiado francés.
Desde su estadía en Bruselas, Jenny trajo de la casa de su familia, una empleada doméstica, Helena Demuth, nueve años más joven que ella, para ayudar en la casa. Helena, que se transformó en una socialista respetada, acompañó a la familia Marx en todas sus peripecias. El 23 de junio de 1851, ella tuvo un hijo con Marx, que para preservar la reputación del padre, fue oficiosamente asumido por Engels, de quien también llevó el nombre: Frederich Lewis Demuth (1851-1929). Freddy fue entregado a padres adoptivos, en Londres, luego de su nacimiento, y solamente después de 111 años su identidad se volvió pública. Wilhelm Liebknecht, que formaba parte del círculo londinense de Marx, resumió ese acontecimiento con la frase lapidaria: “Se dice, que delante de su camarero nadie es un gran hombre. Delante de Lenchen (Helena), Marx seguramente no lo fue”. La presencia de Helena, después del nacimiento de Freddy, sacudió, pero no debilitó, el compañerismo y el amor entre Karl y Jenny. En su autobiografía, “Contornos de una vida agitada.” de 1865, Jenny caracteriza los años 1851 y 1852 como “los años de las mayores y, al mismo tiempo, de las más mezquinas preocupaciones, tormentos, decepciones y privaciones”. Pero, aún 15 años después del nacimiento de Freddy, Karl escribió a Jenny que estaba de visita en Trier, para ver a su madre en el lecho de muerte: “Cuando tú estás lejos, mi amor para contigo se muestra como realmente es, un gigante [...]. El amor [...] no al proletariado, sino el amor hacia la mujer que se ama, es particularmente para contigo, hace del hombre nuevamente un hombre”.
Después de 1851, la relación de Jenny con Karl continúa respetuosa, amable, no resignada. Sus ideales y su amor recíproco eran mayores que sus tropiezos humanos. Jenny permaneció amante de la vida y de su Karl. Ya con las marcas de la muerte en el rostro, ella escribió al médico Fernando Flecklers, en Carlsbad: “Me gustaría vivir un poco más, mi querido doctor. Es gracioso: cuanto más próximo estamos del fin de nuestra historia, tanto más quedamos amarrados a este `valle de lágrimas.” (29.09.1880). Jenny estuvo al lado de Karl hasta el fin y Karl quedó profundamente destrozado con su muerte, falleció un año y medio después que Jenny (14.03.1883).
3. Semelhanças e diferenças biográficas
La lealtad ideológica con sus maridos, el compañerismo familiar y la lucha valiente por la sobrevivencia económica aproximan a Catalina Lutero y a Jenny Marx. Catalina, 16 años más joven que Lutero, ya en condiciones estables, tuvo seis hijos, Jenny, en condiciones de migrante permanente y cuatro años mayor que Karl, tuvo siete hijos. La muerte prematura estuvo presente en las casas de ambas.
En la Iglesia reformada, el prestigio de Lutero y la nobleza protestante regional garantizaron cierto “confort” material a la vida familiar cotidiana de Catalina y Martín. Esta no fue la situación de Jenny. La nobleza en la mira del “Capital” de Marx persiguió a la pareja desde los primeros artículos publicados por Karl en Colonia. El matrimonio, que optó por la clase obrera, optó también por la pobreza y por la existencia de migrantes en la propia vida. Dos “lumpen” del Capital y de la comunidad revolucionaria, Karl y Jenny no esperaban privilegios.
Jenny y Karl se casaron enamorados, apasionados y sustentaron esa pasión como amor maduro hasta el fin de su vida. El casamiento de Catalina con Martín era, al comienzo, un casamiento arreglado para Lutero, porque la Reforma entendía el casamiento, no como sacramento, sino como algo que forma parte de la creación divina y de la vida humana. Sin embargo, el casamiento por motivo de coherencia, con el propio pensamiento de Lutero, se transformó en estima, reconocimiento y amor incondicional de Martín y Catalina.
Catarina y Jenny vivieron a la sombra y bajo los reflectores de sus maridos. Catalina corrió a los brazos del hombre famoso que años antes había publicado las “Tesis”. Jenny acompañó a su marido antes de escribir el “Capital”, que les trajo austeridad y enemistades. Ambas asumieron y entendieron los axiomas fundamentales de sus maridos y eran leales seguidoras, aún siendo, por las restricciones legales de la época impedidas de frecuentar universidades y estudios superiores. A este respecto, Jenny tenía algunas ventajas, por la casa humanista en que nació y por los amigos que la familia y la causa obrera juntaron a lo largo de sus fugas por el mundo.
De Catalina, prácticamente ningún escrito fue guardado. De Jenny, disponemos de una autobiografía y de una amplia correspondencia. Las amistades de Lutero eran más restringidas al campo religioso. Sus máximas en torno a la fe, la gracia y Jesús sólo interesaban a los campesinos y probablemente, también a la clase obrera en la medida en que prometían emancipación de la miseria y del hambre, además, de alguna forma de protagonismo político. Ese ya no fue el propósito de Lutero, que tuvo una opción interclasista.
Los autores de las “Tesis” y del “Capital” no eran buenos administradores de sus propias economías y casas. Martín y Karl dejaron ese papel a sus esposas, lo que era más fácil en la casa estable de Lutero con un salario de 100 florines garantizados por la Universidad de lo que la itinerancia e imprevisibilidad de remuneraciones por textos publicados o préstamos de amigos.
Jenny y Catalina nos muestran que, para no reproducir los vicios de una sociedad al interior de las grandes causas de la humanidad, es preciso ampliar el territorio de esas causas defendidas, en nuestro caso, por Lutero e Marx. También, las causas nobles pueden volverse aprensiones, cercas y muros. En las reivindicaciones de la fraternidad universal se puede igualmente reproducir jerarquías y una división de clase entre “señores” y “servidores”. ¿Cómo socializar el genio de unos con el no menos genial cuidado de la sobrevivencia del “genio sacrificial” y servicial de los otros? De cierto modo, de ambos se espera que estén dispuestos a dar la vida por la causa de una existencia digna y emancipada que defienden.
La vida emancipada no será el resultado final de una lucha, mas su acompañante en cada uno de sus pasos. En rigor, no está permitido distinguir entre protagonistas de causas y sus servidores o servidoras. Las causas realmente emancipadoras exigen la coincidencia entre protagonista y servidor. Las Jennies y Caties son las alas de esas causas que no levantan vuelo sin ellas.
4. La Reforma continúa, la Revolución comenzó mal
La Reforma de Lutero no rompió con el feudalismo medieval ni con cierto autoritarismo patriarcal y fundamentalismo bíblico. La conciencia del individuo como última instancia de la acción, la reivindicación de derechos subjetivos, la socialización de la Biblia entre letrados y cierto cuidado con la educación de los hijos, sean niños o niñas, ya cargaban elementos de la modernidad y de la sociedad burguesa. Al reconciliarse con la modernidad, la Iglesia Católica hoy, incorporó reivindicaciones esenciales de la Reforma en su universo institucional. En todo caso, la Reforma continúa.
Para el epitafio de un memorial imaginario de Catalina y Jenny alguien propuso la siguiente frase: “Sustentaron con su vida la gratitud de los bienes celestes y el reparto igualitario de los bienes terrestres”. Entre la obra de Lutero y la de Marx existe una afinidad orgánica que se revela en la proximidad de aquellos seguidores que dieron su vida por las víctimas de los poderosos y, al mismo tiempo, atraviesa el pensamiento de ambos, una línea divisoria irreductible, porque unos sitúan el reino del buen vivir exclusivamente en la Tierra, y los otros apenas su inicio, porque consideran que el reino del buen vivir, en su plenitud, no está al alcance de los humanos. Saben que la lucha por el paraíso terrestre de todos no va más lejos que un sueño en una noche de verano o de una aglomeración de fanáticos.
En el epitafio anterior, falta algo esencial. Lutero, el reformador del tratado de la gracia, no previó esa gracia para todos. En sus polémicos pronunciamientos contra judíos y campesinos mostró que no eliminó la penalidad del infierno, de la iglesia, ni del poder punitivo y asesino de los príncipes. El día 1o de febrero de 1546, pocas semanas antes de su muerte, Lutero escribe de Eisleben a Catalina, su esposa, que él iba a cuidar en sus sermones de la expulsión de los 50 judíos que aún sobrevivían en su ciudad natal y en el mes de su casamiento con Catalina von Bora se posicionó al lado de los príncipes contra los campesinos revolucionarios. El antijudaísmo del reformador, ciertamente, fue una herencia de su pasado católico y de su socialización agustiniana.
Quien excluye las categorías “Cielo” e “Infierno” de su discurso sobre la realidad social, como Marx, puede cantar con Heinrich Heine: “Al Cielo lo dejamos para los ángeles y los gorriones”. Pero él descalifica el imaginario y la esperanza como factores actuantes sobre la realidad y no se libra del monopolio del castigo por el Estado, mismo de derecho constitucional, que limita el ejercicio de la libertad y privilegia la clase de los legisladores. La cuestión de la gratuidad de los bienes celestes y del reparto igualitario de los bienes terrestres para con todos, permanece un asunto abierto que ni cárceles, confesionarios o “guerras santas” pueden solucionar. La promesa de justicia y misericordia divinas, sin límites pueden actuar en nuestras realidades históricas conflictivas no como algo mágico, sino como motor y freno.
En el campo religioso, grosso modo, los combatientes de entonces, hoy abandonan sus hostilidades, abrazan a sus adversarios en un ecumenismo de emergencia y asumen con reciprocidad piadosa puntos de vista esenciales del otro. La fuga de los rebaños y la opción por lo pobres, secularización y relativismo, fundamentalismo e integralismo imponen a católicos y evangélicos históricos la sincronización de sus agendas. Las “Tesis” perdieron sus dientes.
En el campo sociopolítico, la aproximación entre clase obrera y burguesia y/o elite empresarial y financiera no sucedió. La Revolución mal comenzó. ¿O comenzó mal? Empujados por intereses comunes, las confesiones religiosas históricas se aproximaron, divididos, internamente, por sectores populares e interclasistas, sin embargo, el distanciamiento entre las clases sociales creció tremendamente. “El Capital” de Marx, a pesar de la pátina de sus 150 años, periódicamente gana actualidad y reaparece como un tuburón en las playas de Acapulco donde interrumpe la “alegre irresponsabilidad” (Laudato Si, 59) de las elites.
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Ensaio em memória de Catarina Lutero e Jenny Marx por ocasião do jubileu das “Teses” (1517) e do “Capital” (1867)
[Por: Paulo Suess]
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