07 de Noviembre de 2017
[Por: Alirio Cáceres Aguirre]
Para los grandes medios de comunicación, ya dejó de ser noticia. Sin embargo, el duelo continúa en primera plana para las familias golpeadas por los terremotos en México y Guatemala, y los huracanes y tormentas tropicales en las islas del Caribe. Aún se mantiene el puño en alto pidiendo silencio para detectar la vida más allá de la muerte. Aun caen gotas de llanto por los heridos que el mundo ha olvidado. Aun se conmueven las entrañas del subsuelo del alma por aquellas propiedades que se han perdido o se demolerán. Ni tierra. Ni techo. Ni trabajo. Ni solidaridad.
Hace una década, con la dirección de maestro Jesús Andrés Vela S.J., (de feliz recordación a 11 meses de su pascua), avanzaba en la monografía “Presupuestos epistemológicos y criterios metodológicos para un pastoral ecológica pertinente”. Hoy en día es un trabajo académico que dialoga con la Encíclica Laudato Si’ desde las cuatro preguntas del método ecoteológico: a) ¿Qué está pasando? b) ¿Por qué pasa lo que pasa? c) ¿Dónde está “dios” mientras pasa lo que pasa? d) ¿Cuál es nuestra misión frente a lo que pasa?
En medio del desastre, indagamos por el paso de Dios. Ya el relato bíblico sobre el profeta Elías (1Re 11 – 13) nos advierte sobre las sorpresas del “Dios inesperado”, que no irrumpe en viento huracanado, ni en el sismo, ni en el fuego, sino en la brisa suave. Y por redes sociales, Angel Luis Rivera-Agosto, desde Puerto Rico, nos regala esta reflexión:
¿DÓNDE ESTABA DIOS EN MEDIO DEL HURACÁN?
1. En el muro que se derribó y los vecinos que antes no se veían ahora se pueden ver.
2. En el grupo de jóvenes que rescató al anciano que estaba atrapado en el automóvil en medio de los vientos y el agua.
3. En la señora que recibió al perro que merodeaba su hogar y no tenía en dónde resguardarse.
4. En el amor de familia y de amigos/as que procuró a través de llamadas telefónicas, correos electrónicos, mensajes de texto y gestos que se acortaran millas de distancia.
5. En las neveras descongeladas y las fiestas de asados y barbacoas improvisadas que hacen del humo y los carbones encendidos la mejor comunión de banquetes.
6. En el tiempo que se detuvo para que pensáramos más, asumiéramos más profundamente el misterio de la vida, la naturaleza y nuestra propia vulnerabilidad.
7. En quiénes llegan afectados/as, heridos/as y solos/as a los hospitales de Puerto Rico, desde Antigua y Barbuda, esperando por nuestra presencia solidaria.
8. En los trabajadores y trabajadoras que se hacen amigos/as de los pájaros en las alturas, arriesgando sus vidas sin alas, para que tengamos luz eléctrica para nuestros blowers, celulares, instagrams y lavaplatos.
9. En la denuncia que la propia naturaleza hace de nuestros excesos consumeristas e irrespetos en contra de sus balances y sabiduría.
10. Lejos de quienes piensan que "somos la isla del cordero", "que dios nos ama como a nadie" y que "somos escogidos y lavados por su sangre" entre otras privatizaciones de la fe y del espíritu.
...y también estará en nuestras islas hermanas y en el continente norteamericano, en la mirada del otro y de la otra, y en la nuestra... todo dependerá de la calidez del abrazo y el destierro de la indiferencia.
La mirada de la realidad desde la ecología integral invita a discernir la presencia del Dios que saca vida de la muerte y convoca a descubrir lo positivo en medio de lo negativo. “No hay mal que por bien no venga” repite el saber popular.
Esta fe que no se dobla, está en los cimientos existenciales de aquel joven mexicano que escribió “De rodillas ante Dios pero de pie ante la adversidad”. También de quienes como Elizabeth Judd, han dicho que el derrumbe de algunos templos ha revelado que la iglesia es la comunidad y no la edificación, pues la gente se congrega en los parques, en las casas y como “piedras vivas” contribuirán a la reconstrucción de las obras, muchas de ellas patrimonios arquitectónicos. Pero ya San Lorenzo, Diácono y Mártir, había señalado cuáles son los verdaderos tesoros de la Iglesia. Es algo que, en medio del desastre se debe recordar.
Así como Anne Elvey, poetisa y teóloga australiana, se preguntaba por el lugar de Dios en medio de un voraz incendio forestal (Revista Concilium N° 331) y Job discute acaloradamente con el Creador, me pregunto por el sentido ecoteológico de tanta tragedia y descubro varias invitaciones:
a) A la vulnerabilidad, tal como dijo el papa Francisco en Colombia. Reconocernos vulnerables, dependientes, interrelacionados con la naturaleza de la cual hacemos parte.
b) A la humildad, en reconocimiento del vínculo sagrado con Dios y el sentido de la muerte que es a la vez, la pregunta por el sentido de la vida
c) A la justicia socio-ambiental, que es hoy en día, justicia climática, pues nuevamente mueren los más débiles, pese a que grandes avances tecnológicos estarían disponibles para proteger vidas de TODOS los seres humanos ante los riesgos
d) A la solidaridad, pues en catástrofes como estas, la preocupación por el bienestar de los otros vence el egoísmo de la autorreferencialidad y afloran los mejores sentimientos, actitudes heroicas y acciones humanitarias admirables
e) Al cuidado integral del planeta, pues es evidente que el aumento de masa de los océanos por el calentamiento global tiene sus efectos en el clima y este calentamiento es fruto de la actividad humana, especialmente de países y empresas con gran huella de carbono. Y el principio de precaución no se asume frente a pruebas nucleares, el fracking o urbanización en zonas de riesgo. Es decir, hay que revisar nuestro estilo de vida y modelo económico para prevenir, adaptar y mitigar el impacto de las fuerzas de la naturaleza.
En fin, es solo una reflexión que desde mi perspectiva comparto pues considero que puede servir para tomar conciencia de una conversión ecológica que nos permita acrecentar la sabiduría de convivir como familia humana en nuestra casa común.
Y en ese sentido, cuestionarnos por el modelo tecnoeconómico que pone al centro la rentabilidad del dinero y no el buen vivir de la Creación (de la cual somos arte y parte), a tal punto que el terremoto de la corrupción hace más daño que un movimiento telúrico de la Madre Tierra. ¿Cuántos edificios cayeron en México? ¿Cuántos deberán ser demolidos? ¿Cuántos de ellos construidos mezquinamente con materiales de baja resistencia para optimizar la ganancia de los urbanizadores? “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los constructores…” (Sal 127,1) y ya sabemos que “construir la casa” según Dios no es sólo cuestión de techo y paredes, sino de relaciones de amor misericordioso, gratuito y solidario en el hogar común.
Finalmente, este texto que nos traen las redes sociales como si fuera un mensaje dentro de una botella en altamar, ayuda a discernir ese paso de Dios en la brisa suave de la gratitud y la esperanza viva después del naufragio.
“Querida Irma:
Gracias por bajarle la temperatura al Océano Atlántico, de seguro los corales están de fiesta. Gracias por renovar los bosques, por limpiar los ríos, por unir al pueblo.
¡Gracias por recordarnos que el planeta sigue vivo! Por recordarnos que se está calentando y que tenemos que seguir trabajando y educando para que los que aquí vivimos hagamos cambios definitivos al respecto.
¡Gracias por recordarnos que solo somos humanos! Que no somos superiores al poder de la Naturaleza.
Gracias por las familias que se quedarán en su casa y compartirán como hace tiempo no lo hacían. Por los juegos de briscas y de Uno. Gracias por el vecino que ayuda al vecino, por los pensamientos y las oraciones que nos dedican los amigos y familia en el extranjero.
¡Gracias por los que se dan la mano!
Gracias por lo que nos das y por lo que nos quitarás. Quizás lo que nos quites nos ayude a tener una vida más simple, sin apegos vanos y más reenfocada en las cosas que son realmente importantes.
La memoria del desastre minero de Mariana (Brasil), el clamor de las Islas Fiji en Bonn para que la COP23 incentive un pronto y efectivo cumplimiento del Acuerdo de Paris sobre cambio climático, la resiliencia de los damnificados por los terremotos y huracanes, sean nuevos lugares teológicos para discernir el llamado de Dios a entonar juntos “Laudato Si’” desde la cotidianidad de nuestras vidas y la coherencia de las acciones.
*Alirio Cáceres Aguirre es Diácono Permanente, casado, padre de familia. Ingeniero Químico, especialista en Educación, Magister en Teología. Fundó el equipo Ecoteología de la Pontificia Universidad Javeriana y la Mesa Ecoteológica Interreligiosa de Bogotá (MESETI). Actualmente es el referente del programa de Ecología Integral del CELAM y CARITAS para América Latina y el Caribe. Miembro directivo de la Red Iglesias y Minería, y el Movimiento Católico Mundial por el Clima (MCMC). Correo-e: alirio.caceres@diaconadobogota.com WhatsApp: +57 3176362463 @Diaconooikos
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