06 de Noviembre de 2017
[Por: Rosa Ramos]
“Qué lejos está mi tierra, y sin embargo que cerca…
Yo quiero romper mi mapa, formar el mapa de todos,
mestizos, negros y blancos, trazarlo codo con codo…
Ayúdeme compañero, ayúdeme, no demore,
que una gota con ser poco, con otras se hace aguacero”
Daniel Viglietti
En la nochecita del lunes 30 de octubre nos sacudió la noticia de la muerte del guitarrista y cantautor uruguayo Daniel Viglietti. La sorpresa fue grande porque sabíamos que estaba trabajando en un disco nuevo, también preparando gran recital, e incluso el fin de semana había estado cantando en un escenario, entregando un premio a otro músico.
¡Murió de vida!, diría Edgar Morin.
Salgo al toro, aunque tenía ya otro texto escrito, pero… ¿cómo no dedicarle espacio precisamente en esta columna de reflexión sobre la espiritualidad como patrimonio universal de la humanidad a quien fuera un grande de la espiritualidad latinoamericana?
Nos quedan para siempre las modulaciones de su voz, la delicadeza de algunos tonos y la fuerza de otros, la poesía de sus canciones, las imágenes que pintaba con palabras escogidas, el eximio manejo de la guitarra (estudió guitarra clásica con grandes maestros antes de dedicarse a la música popular)… y nos queda su espiritualidad tan uruguaya, tan latinoamericana, y tan universal, porque siendo tan nuestro era tan de todas las causas de los pueblos que ayer, hoy -ojalá que de no siempre- sufren, aman, construyen y esperan .
Esa espiritualidad la podemos seguir bebiendo para alimentar la nuestra en sus canciones, muchas son ya himnos, letras suyas y de otros poetas, que las popularizó y eternizó. Ahí están.
Fue difícil elegir con cuáles versos de sus muchas canciones encabezar este artículo.
Elegí esos de Milonga de andar lejos -vaya título para un hombre tan cercano como Daniel-. Son versos que reconocen la diversidad étnica de nuestros pueblos pero que nos recuerdan el común sueño de libertad, dignidad e integración, estamos llamados a construir una nueva realidad codo con codo. Nos recuerdan asimismo estos versos la pequeñez de un hombre o una mujer separados, apenas una gota, pero juntos son aguacero que empapa la tierra y la hace parir sus semillas sepultadas -cuánta Palabra de Dios nos evocan a los cristianos-.
Esta convicción tan evangélica del valor de la comunidad, esa vocación de unidad, de comunión, está siempre presente en las canciones de Viglietti, cito el final de Mi pueblo: “Estoy solo sin mi pueblo, aunque no estoy sin mi pueblo”. O en Por ellos canto: “los amores que contengo, son tantos, tantos y tantos, por ellos canto”. También en los versos que él canta y pocos saben que son de Circe Maia: “detrás de tu voz, otra voz canta… cantan conmigo, conmigo cantan”.
La utopía del hombre nuevo que tanto nos convocó en un pasado no lejano, que luego vimos caer o perderse en nuevos modelos, tuvo en Daniel un promotor incansable. En un recital dice “Cantándole al hombre nuevo todo es fe y alegría”, y en la misma actuación antes de cantar un cielito, aclara que es necesario “cantar cielos para iluminar la noche”. Y cuando la noche se hizo más noche y más larga, no dejó de cantar cielitos en espera de la madrugada.
Como muchos, Daniel creyó en la década del 60 y del 70 que el cambio radical era inminente y hasta que había que acelerarlo, así apoyó los movimientos revolucionarios de entonces, no obstante el odio nunca está en sus canciones, siempre es el amor el motor o espíritu. Luego, como muchos, aprendió con sangre y dolor de tantos compañeros y compañeras que el camino era más largo, más lento, más humilde, un camino como el de Las hormiguitas, que “si les preguntan donde trabajan/ contestan siempre en la construcción/, la construcción”.
“Las hormiguitas carpintereando,
albañileando, pintarrajeando,
imaginando, desolvidando,
enamorando y hasta cantando
van caminando y acumulando
verde energía, mucha esperanza,
mucha esperanza”.
Ese trabajo constante, de pequeñas hormigas, de porfiada esperanza, es una buena metáfora de nuestro trabajo de co-construcción del Reino de Dios, desaprendiendo y aprendiendo caminos de mayor fidelidad y humanidad.
Pero Daniel no sólo escribió “canciones de protesta”, canciones a las revoluciones y a los revolucionarios (a Camilo Torres, a Pedro Rojas, a Soledad Barret, a Ana Clara…), también escribió y cantó canciones al amor, a la cotidianidad, a la Naturaleza, lugares, arroyos, remansos, y compuso famosas canciones de cuna, claro que en ellas también hay una clara “opción por los pobres”, como Negrita Martina o la emblemática Gurisito.
Es hermoso y asombroso ver lo universal en lo particular y concreto, el todo en lo mínimo, descubrir la maravilla de la vida siempre nueva en el nacimiento de cada niño. Esa canción tan universal como Gurisito, la escribió la exquisita sensibilidad y solidaridad de Daniel al saber que un alumno suyo de guitarra y canto iba a ser padre.
Esa canción es desde hace décadas es un himno a la vida, a la maternidad, a la paternidad, y un himno de porfiada esperanza también: “Se precisan niños para amanecer”. No hace mucho, para universalizar más la canción incluyó nuevos versos, atento al problema de discriminación y violencia de género. Siempre se entendió que ese “niño, mi niño” que llegaría en primavera podía ser varón o niña, pero empezó a cantarla agregandoando versos a una “gurisita mía”.
En un programa periodístico –para quienes no lo saben conducía programas de radio: “El tímpano”, y en TV: “El párpado”, seguramente accesibles en Internet– dijo hace poco “La canción no nos nace del ombligo, aunque nos conmueva las entrañas, nace de la realidad de los pueblos, de los problemas de la gente, de la historia”. Inmediatamente me sonreí pensando: está explicando para los legos el método ver-juzgar-actuar de nuestra Teología.
Más allá de las canciones que revelan su espiritualidad abierta y en construcción con esa fidelidad creativa al hombre nuevo, a nivel humano era un ser luminoso que destacaba por su humanidad, humildad y cercanía –presente y cálido, en todos los recitales de sus compañeros, en tercera o cuarta fila–.
En los últimos años un poco encorvado, más sonriente y pausado en el hablar, irradiaba y regalaba paz desde su rostro, así como desde el movimiento más lento y amplio de sus manos grandes de artista. Contemplarlo así, me dice que con los años Daniel Viglietti fue perdiendo timidez, o esa “corteza” como dijo de sí mismo en una canción: “Mi corteza es aparente/ es un modo de cuidar/ mi ternura por la gente”.
Ya sin ninguna corteza ni rigidez, Daniel vive, y es todo ternura purificada, para todos y todas.
[Acceda al video de la canción “Gurisito” de Daniel Viglietti].
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