El Espíritu cierra y abre puertas

31 de Octubre de 2017

[Por: Víctor Codina, SJ]




Hay un texto de los Hechos de los Apóstoles un tanto desconcertante. El Espíritu Santo no consiente que Pablo predique la Palabra ni en Asia ni en Bitinia. Pero aquella noche Pablo tiene la visión de un macedonio que le suplica que vaya a Macedonia a ayudarles. Pablo lo cuenta a sus compañeros y deciden embarcarse hacia Macedonia, Filipos, Atenas y finalmente a Roma (Hch 16,6-10).

 

El Espíritu les cerró las puertas para una predicación a comunidades de origen judío y les abrió puertas hacia los gentiles. Seguramente Pablo no entendió plenamente su vocación a los gentiles hasta el final de su vida, cuando estando en Roma les dice a los judíos que la salvación de Dios ha sido proclamada a los paganos (Hch 28,28). Y aquí se acaban los Hechos de los apóstoles.   

 

Intentando actualizar este texto podemos constatar que el Espíritu Santo hoy está cerrando puertas a algunos sectores de la Iglesia occidental: seminarios casi vacíos, noviciados muy vacíos, envejecimiento del clero y de la vida religiosa masculina y femenina, falta de vocaciones, sensación de fracaso, incertidumbre sobre el futuro, caos y confusión. El Espíritu parece que nos cierra puertas. 

 

Pero seguramente el Espíritu, aunque nos cueste aceptarlo, nos está abriendo otras puertas: un ministerio ordenado no solo abierto a varones célibes sino a hombres casados y a mujeres; una vida religiosa más pequeña y pobre, más profética y mística, menos davídica y más nazarena, en colaboración con otras congregaciones y el clero, sobre todo en colaboración con laicos.

 

El Espíritu cierra la puerta de una Iglesia clerical y machista, de una vida religiosa poderosa y autosuficiente y nos abre la puerta hacia a Iglesia toda ella Pueblo de Dios, sinodal, pobre y abierta, en la que los laicos, durante siglos marginados y pasivos, asuman su responsabilidad eclesial y social, una Iglesia nacida en el bautismo y la confirmación, toda ella ministerial, con diversos dones jerárquicos y no jerárquicos del Espíritu, una Iglesia en la que todos vivamos la unción del Espíritu que nos hace vivir la fe y participar activamente de la eucaristía, que es fuente de comunión eclesial y de solidaridad con los pobres y descartados de la sociedad.

 

 

¿Seremos capaces de discernir hoy este nuevo signo de los tiempos, esta siempre nueva y sorpresiva acción del Espíritu del Señor?

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