Laicos con espíritu… agnósticos y ateos también (2)

30 de Octubre de 2017

[Por: Rosa Ramos]




 

“Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura;
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.”

San Juan de la Cruz

 

En la entrada anterior les compartí el aleteo libre pero reconocible del Espíritu en un texto poético escrito, musicalizado, y recitado con esa voz grave tan entrañable de Alfredo Zitarrosa, hijo dilecto del Uruguay laico. Hoy quisiera continuar en la misma línea de leer la Presencia de Dios, los vestigios de su paso que nos deja esa identificable alegría, el gozo de la hermosura, y, simultáneamente, la añoranza, el deseo de más, de abrazo y eternidad.

 

Empiezo por José Carbajal, el ‘Sabalero’, un cantautor uruguayo (1943-2010). Luego para ser más fiel al vuelo del Espíritu iré más allá de Uruguay, para hacer una lectura de fe de un texto de Silvio Rodríguez, cubano, nacido en 1946.

 

“Es lindísimo que el tiempo no se nos pase, que se quede en nosotros para siempre y se nos ponga a vivir en la ternura, y entonces rescatar esas cosas. Esas pelusitas dulces y chiquitas con las que hacemos el montoncito de amor que tenemos para darnos.

No quiero rincones vacíos en mi alma….

¿Quiénes sabe que no sé defenderme del amor, que vivo hasta el mango, y sonríen porque saben que no están solos? Los amigos, ese permanente asalto a la belleza, a nosotros, a ti. Los amigos, mis compinches, mi costado, mi memoria, mi cariño, mi fuerza, mi niño” (fragmentos de Los amigos)

 

Esta alabanza a los afectos, a la ternura, al amor, a los amigos, es un canto lleno de nostalgia (tan nuestra) y asimismo un canto a la esquiva eternidad. Me impresiona la reminiscencia del relato de la creación del Génesis, al pintar a los amigos entre otros modos como su “costado”.

 

El ‘Sabalero’ como muchos uruguayos tuvo una formación cristiana inicial y luego se alejó de la fe. Esta recurrencia del alejamiento en nuestro pueblo me interpela (Gaudium et Spes 19), me duele… Pero el teólogo Juan Luis Segundo sj, otro uruguayo, me alivia el pesar al distinguir la fe religiosa de la fe antropológica, por esta última entiende una estructura de valores significativos que vertebran y orientan a la persona en torno a un eje central, a la vez que dan consistencia, valor, sentido, a una vida concreta. Dice Segundo: 

 

“[La fe antropológica] constituye una dimensión inseparable del ser humano lo que podríamos llamar la búsqueda de sentido para vivir su existencia” (El dogma que libera: fe, revelación y magisterio dogmático. San Terrae 1989, pág. 369).

 

En mi búsqueda del paso de Dios, no puedo menos que maravillarme al escuchar los versos anteriores y este otro que atesoro como perla preciosa: 

 

“El hombre no cree en la muerte, cree en la vida, busca belleza” (José Carbajal, canción La flota).

 

No he encontrado mejor definición de ser humano en grandes filósofos. Pero el Espíritu en su libertad revela el corazón de Dios a los pequeños. (Mt. 11, 25/ Lc. 10, 21). Sin duda aquí hay una notable fe antropológica, ¿qué le falta para ser fe religiosa? O ¿qué nos faltó a los cristianos decirle a este hombre? 

 

Me consuela un poco pensar que quizá no fue necesario decirle nada, pues en su querer apresar el tiempo en esas pelusitas dulces y chiquitas, y en su descubrimiento de quién es el hombre –buscador de vida y belleza–, ya estaba Dios revelándosele. Y él revelándonoslo a nosotros, si entendemos por evangelizar descubrir el mensaje de salvación oculto en los entresijos de la historia, preñada de vida nueva y buena para todos. 

 

Por otra parte si bien tenemos entre los cristianos hermosos cantos y oraciones al Espíritu Santo, creo haber encontrado en un ateo –con espíritu– un canto muy fiel a lo que la comunidad joánica pone en boca de Jesús como acciones propias del Espíritu:

 

“Siempre/ llega el enanito/ con sus herramientas/ de aflojar los odios/ y apretar amores.

Siempre,/ llega el enanito,/ siempre oreja adentro/ con afán risueño/ de enmendar lo roto.

Siempre,/ apartando piedras de aquí,/ basura de allá,/ haciendo labor.
Siempre va/ esta personita feliz/ trocando lo sucio en oro.
Siempre,/ llega hasta el salón principal,/donde está el motor/ que mueve la luz.

Y siempre allí/ hace su tarea mejor,/ el reparador de sueños.
Siempre,/ llega el enanito/ hasta la persona,/ hasta todo el pueblo,/ hasta el universo.

Siempre,/ llega el enanito/ y desde esa hora/ se acaba el silencio/ y aparece el trino (Silvio Rodríguez, El reparador de sueños. 1983).

 

Hagamos la lectura cambiando la figura del “enanito” por Espíritu Santo –sin escandalizarnos pues nosotros representamos a la tercera Persona de la Trinidad con una paloma– y gozaremos de esa libertad, y hasta picardía de Dios, que es Presencia y se revela también en los que no son de los nuestros (la tentación de separar los nuestros de los otros, ya estaba en el siglo I).

 

El Espíritu enseña, aconseja, consuela, es paráclito que nos defiende, nos recrea, vivifica. En la “traducción” de Silvio Rodríguez estas funciones se expresan poéticamente: enmienda lo roto; nos libera del odio y enseña a amar; limpia de egoísmos y temores haciendo brillar lo mejor de nosotros. 

 

El Espíritu hace labor, trabajando en el corazón –en el salón principal, va directo al motor que mueve la luz y repara los sueños–, abriendo futuro y esperanza. 

 

El Espíritu llega a cada uno, pero sin dejarse poseer, atraviesa puertas y ventanas cerradas, rompe silencios de miedo, y regala trinos, paz, comunión, buenas noticias, para llevar generosamente por el mundo –historia, pueblos, culturas–.

 

Espero, amigos, con estas primeras entregas, contagiarles mi pasión y gozo de leer la realidad en clave de fe. Intento hacerlo porque creo lo que dice Benjamín González Buelta: 

 

“Los cristianos tenemos que aprender a leer lo secular, lo profano, para descubrir en el mundo la presencia del Espíritu… Una cosa es creer que Dios actúa en el mundo, y otra muy distinta tener una sensibilidad contemplativa que nos permita percibirlo a través de nuestros sentidos porque las personas, la materia y la cultura se nos hacen transparentes” (Tiempo de crear polaridades evangélicas. Sal Terrae Santander. 2010, pág. 160).

 

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