24 de Octubre de 2017
[Por: Pedro Trigo, SJ]
Del 12 al 14 de octubre tuvimos en la Universidad Iberoamericana de Puebla un encuentro intergeneracional de Teología de la Liberación, auspiciado por Amerindia. El método fue muy interactivo: Sólo dos ponencias, una de un joven y otra de un viejo, con el mismo tema, y el resto, mesas redondas y conversatorios. El encuentro fue muy intenso y a la vez cordial, con gran sintonía de fondo. Quisiera recalcar tres puntos:
1. Lo que me ha quedado es que tenemos que seguir profundizando en lo esencial, que no está de ningún modo agotado, y a la vez, abrirnos a aspectos nuevos o desatendidos.
Nadie posee la teología. Por eso todos tenemos que abrirnos a los demás. Esta actitud no se puede presuponer y por eso tenemos que cultivarla con la escucha atenta, que presupone que no estamos absorbidos por lo nuestro, no sólo como personas sino como tareas.
Ahora bien, la teología de los distintos teólogos y, en nuestro caso, de los teólogos que compartimos la perspectiva de la liberación, siendo siempre inacabada y complementaria, tiene que ser componible. Porque la teología teoriza la correlación del seguimiento, que expresa que nosotros, en nuestra época y situación, tenemos que hacer lo equivalente de lo que Jesús de Nazaret hizo en las suyas. Así pues, quedan excluidas, tanto la uniformidad como la dispersión incomponible. Por eso, junto con el respeto y la libertad son sanas las preguntas, la colaboración y la interpelación. Todo, dentro del respeto y de la presunción de la buena voluntad de cada uno y de su sentido teologal.
2. En concreto, yo me voy con la convicción de que la trascendencia de la teología se juega en la capacidad de sintonizar con los que viven cuando no hay condiciones para vivir, que viven del empeño agónico por la vida digna, en el que reluce la obediencia habitual al impulso del Espíritu, Señor y dador de vida, y capaces no menos de expresarlo fehacientemente, y de fundamentarlo.
Hoy parecería que campea el totalitarismo de mercado y más precisamente en los últimos lustros, el de los grandes financistas. Ellos tienen secuestrado tanto el imaginario, como la política y hasta la esperanza. Parecería que hemos llegado al infierno de Dante: “dejen toda esperanza, ustedes que entran” (“Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate”). La tentación que acecha a quienes no acepten estas reglas de juego ni se resignen a ellas es vivir presos de la hipnosis del fetiche: blasfemando todo el tiempo de él.
Estas personas que viven la polifonía de la vida en una cotidianidad sin normalidad, aunque lo que hacen los de arriba los afecte muchísimo, tanto que casi les quitan todas las posibilidades de vida, no los influye nada, ya que viven con libertad liberada: de las relaciones filiales con Papadios y fraternas con los demás, sin excluir a nadie, ni a los que los oprimen y excluyen.
Los teólogos tenemos que poder empatar con estas personas, muchas de ellas mujeres, recibir esa buena nueva que es su vida, a la vez ayudarlas a alimentar su fe, sobre todo, en la lectura discipular comunitaria de los evangelios; recibir, pues, la revelación que Dios hace del misterio del reino a los pobres, como lugar teológico fundamental, desde donde leer los lugares hermenéuticos que son la Escritura, sobre todo los evangelios que son su corazón, y la Tradición.
3. Sólo desde ese grado cero de la vida en plenitud surgen las auténticas comunidades cristianas de base, las comunidades de solidaridad y los grupos y organizaciones solidarios. Y sólo desde ellos cabe arbitrar una alternativa política, realmente democrática.
Hay que llegar a ella, porque lo que convencionalmente se llaman las izquierdas, es decir, los que no se conforman con el orden establecido injusto y buscan una alternativa superadora, han fracasado, y, sin embargo, son necesarias, es decir, son necesarios quienes no estén presos del desorden establecido y pugnen por construir una alternativa superadora, con métodos también superadores, que contengan en ciernes lo que se busca, que lo vayan construyendo.
Son tres convicciones de base, que a la vez son tareas de fondo e inaplazables.
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