17 de Octubre de 2017
[Por: Juan Manuel Hurtado López]
En el Evangelio de San Marcos se nos narra que al final de la así llamada “multiplicación de los panes” –aunque el texto nunca habla de esto sino de un compartir cinco panes y dos peces después de haber recibido la bendición de Jesús–, los discípulos recogieron doce canastos llenos con lo que sobró de aquella comida multitudinaria.
Esta imagen de los “doce canastos” –por demás simbólica– que en palabras de Gustavo Gutiérrez significa la nueva dinámica que Jesús pedía a sus discípulos: seguir compartiendo el pan, la vida y no sólo quedarse con lo grandioso del milagro, nos abre una posibilidad de interpretación de un hecho que vivimos un grupo de teólogos y teólogas de la liberación. Narro el hecho.
Del 12 al 14 de octubre de 2017 tuvimos en la ciudad de Puebla, México, el Encuentro Intergeneracional de teólogos y teólogas de la liberación. Se llamó: “La fuerza de los pequeños. Hacer Teología de la Liberación desde las nuevas resistencias y esperanzas”. Participamos 46 teólogos y teólogas de las tres generaciones: los iniciadores de la Teología de la Liberación, la generación intermedia y los teólogos y teólogas jóvenes, venidos desde los diferentes países de América Latina y del Caribe.
En nuestra tradición latinoamericana hemos asumido que la teología, definida clásicamente como intellectus fidei, la intelección de la fe, es acto segundo. El primero es la práctica social y la contemplación en ella de la acción del Espíritu de Dios. La teología va a reflexionar esa práctica y esos signos de la presencia de Dios a la luz de la Palabra de Dios.
Desde esta premisa vamos a acercarnos al evento.
¿Qué fue lo novedoso de este Encuentro? Podemos decir que el planteamiento metodológico. ¿Por qué así? Normalmente en los congresos, encuentros teológicos de la liberación, simposios, tenemos grandes conferencias de reconocidos teólogos o teólogas, luego tenemos talleres, grupos de trabajo, paneles, etc.
Esta vez fue diferente. Se buscó tejer un pensamiento desde la perspectiva de los pobres, desde las resistencias y esperanzas de los pobres y en clave teológica y de liberación. Un pensamiento venido de muchas voces: afros, mestizos e indígenas, del norte, sur y centro de América Latina y del Caribe, europeos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos.
Esta perspectiva de horizontalidad y transversalidad la expresa bien el objetivo del Encuentro: “contribuir a los procesos de transformación y liberación de nuestros pueblos, leyendo en clave creyente y crítica el momento histórico que vivimos y redescubriendo los resortes místico-proféticos y metodológicos de la teología de la liberación, que pueden impulsar un cambio sistémico y una renovación eclesial desde una sinergia intergeneracional”. Y ésta fue justamente la novedad. Más que escuchar a grandes teólogos –que sí los hubo como Leonardo Boff, Víctor Codina, Pablo Richard, Marcelo Barros, Pedro Trigo y tantos otros– se trataba de escucharnos, conocer las diferentes voces, pensares y sentires de quienes estábamos ahí presentes. Se trataba de pasar del “yo hablo, tú escuchas”, al “nosotros nos escuchamos porque todos hablamos”, y luego tejer esa palabra, ese pensamiento.
Y para lograr este objetivo compartimos la palabra en pequeños ‘tequios’ o ‘mingas’ a partir de un impulso dado por los teólogos y las teólogas ahí presentes. Profundizamos las resistencias y las esperanzas de nuestros pueblos en “conversatorios”: diálogos abiertos en la asamblea, impulsados éstos de nuevo por voces de arranque desde los diferentes países y desde los teólogos ahí presentes.
Esto fue, según mi modesto parecer, lo que ocurrió. El fruto del Encuentro no es lo que dijo Leonardo Boff –por demás muy reconocido teólogo, filósofo, ecologista, profesor– sino la “cosecha” de las mingas, de los tequios, de los “conversatorios”. Fue ir a la era como el campesino a recoger del suelo las semillas y los frutos, fue visitar la milpa para recoger las mazorcas. Fue un poco la multiplicación de los panes. Llegamos a Puebla con cinco panes y dos peces, los compartimos entre nosotros, nos alimentamos y fortalecimos y luego llenamos doce canastos de frutos para abastecer a muchas bocas hambrientas de nuestros hermanos y hermanas que esperan en los caseríos.
La dinámica de Jesús no terminó con la multiplicación de los panes. Terminó con el seguir compartiendo los panes y los pedazos de peces de los doce canastos. En las resistencias de nuestros pueblos ante un sistema capitalista neoliberal que está arrancando sus riquezas y destruyendo el medio ambiente y ante las esperanzas que los lleva a luchar por su dignidad y por el bien común, por el ‘Buen Vivir’, descubrimos la tarea de los cristianos a lo largo y ancho de América Latina y El Caribe, de seguir compartiendo, de seguir tejiendo nuestro pensamiento y juntando nuestra palabra. Somos invitados/as a seguir haciendo tequio y minga para producir fruto.
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