25 de Abril de 2019
[Por: Pablo Richard]
Presentamos una síntesis y una evaluación del texto de Benedicto XVI
“Del 21 al 24 de febrero, tras la invitación del Papa Francisco, los presidentes de las conferencias episcopales del mundo se reunieron en el Vaticano para discutir la crisis de fe y de la Iglesia, una crisis palpable en todo el mundo tras las chocantes revelaciones del abuso clerical perpetrado contra menores. La extensión y la gravedad de los incidentes reportados han desconcertado a sacerdotes y laicos, y ha hecho que muchos cuestionen la misma fe de la Iglesia. Fue necesario enviar un mensaje fuerte y buscar un nuevo comienzo para hacer que la Iglesia sea nuevamente creíble como luz entre los pueblos y como una fuerza que sirve contra los poderes de la destrucción”.
Mi trabajo se divide en tres partes.
En la primera busco presentar brevemente el amplio contexto del asunto, sin el cual el problema no se puede entender. Intento mostrar que en la década de 1960 ocurrió un gran evento, en una escala sin precedentes en la historia. Se puede decir que en los 20 años entre 1960 y 1980, los estándares vinculantes hasta entonces respecto a la sexualidad colapsaron completamente.
En la segunda parte, busco precisar los efectos de esta situación en la formación de los sacerdotes y en sus vidas.
Finalmente, en la tercera parte, me gustaría desarrollar algunas perspectivas para una adecuada respuesta por parte de la Iglesia.”
“El asunto comienza con la introducción de los niños y jóvenes en la naturaleza de la sexualidad, algo prescrito y apoyado por el Estado. En Alemania, la entonces ministra de salud, tenía una cinta en la que todo lo que antes no se permitía enseñar públicamente, incluidas las relaciones sexuales, se mostraba ahora con el propósito de educar. Esta disolución de la autoridad moral de la enseñanza de la Iglesia necesariamente debió tener un efecto en los distintos miembros de la Iglesia. Ya que tiene que ver con el problema de la preparación en los seminarios para el ministerio sacerdotal, hay de hecho una descomposición de amplio alcance en cuanto a la forma previa de preparación. Un obispo, que había sido antes rector de un seminario, había hecho que los seminaristas vieran películas pornográficas con la intención de que estas los hicieran resistentes ante las conductas contrarias a la fe. El asunto de la pedofilia, según recuerdo, no fue agudo sino hasta la segunda mitad de la década de 1980. Mientras tanto, ya se había convertido en un asunto público en Estados Unidos, tanto así que los obispos fueron a Roma a buscar ayuda ya que la ley canónica, como se escribió en el nuevo Código (1983), no parecía suficiente para tomar las medidas necesarias. Al principio Roma y los canonistas romanos tuvieron dificultades con estas preocupaciones ya que, en su opinión, la suspensión temporal del ministerio sacerdotal tenía que ser suficiente para generar purificación y clarificación. Esto no podía ser aceptado por los obispos estadounidenses, porque de ese modo los sacerdotes permanecían al servicio del obispo y así eran asociados directamente con él. Lentamente fue tomando forma una renovación y profundización de la ley penal del nuevo Código, que había sido construida adrede de manera holgada. Además y sin embargo, había un problema fundamental en la percepción de la ley penal. Solo el llamado garantismo (una especie de proteccionismo procesal) significaba que se tenía que garantizar, por encima de todo, los derechos del acusado hasta el punto en que se excluyera del todo cualquier tipo de condena. Como contrapeso ante las opciones de defensa, disponibles para los teólogos acusados y con frecuencia inadecuadas, su derecho a la defensa se extendió a tal punto que las condenas eran casi imposibles”.
“¿Qué se debe hacer? ¿Tal vez deberíamos crear otra Iglesia para que las cosas funcionen?. Solo la obediencia y el amor por nuestro Señor Jesucristo pueden indicarnos el camino, así que primero tratemos de entender nuevamente y desde adentro (de nosotros mismos) lo que el Señor quiere y ha querido con nosotros. Un mundo sin Dios solo puede ser un mundo sin significado. Solo si hay un Dios Creador que es bueno y que quiere el bien, la vida del hombre puede entonces tener sentido. Dios mismo se convierte en criatura, habla como hombre con nosotros los seres humanos. Una sociedad sin Dios, una sociedad que no lo conoce y que lo trata como que no existe es una sociedad que pierde su medida. En nuestros días fue que se acuñó la frase de la muerte de Dios. Cuando Dios muere en una sociedad se nos dijo que esta se hace libre. En realidad, la muerte de Dios en una sociedad también significa el fin de la libertad porque lo que muere es el propósito que proporciona orientación, dado que desaparece la brújula que nos dirige en la dirección correcta que nos enseña a distinguir el bien del mal. La sociedad occidental es una sociedad en la que Dios está ausente en la esfera pública y no tiene nada que ofrecerle. Y esa es la razón por la que es una sociedad en la que la medida de la humanidad se pierde cada vez más. En puntos individuales, de pronto parece que lo que es malo y destruye al hombre se ha convertido en una cuestión de rutina. Ese es el caso con la pedofilia. Y ahora nos damos cuenta con sorpresa de que las cosas que les están pasando a nuestros niños y jóvenes amenazan con destruirlos. El hecho de que esto también pueda extenderse en la Iglesia y entre los sacerdotes es algo que nos debe molestar de modo particular. ¿Por qué la pedofilia llegó a tales proporciones? Al final de cuentas, la razón es la ausencia de Dios. Nosotros, cristianos y sacerdotes, también preferimos no hablar de Dios porque este discurso no parece ser práctico.”
“Muchos casos de abusos de clérigos, nos hace mirar a la Iglesia como algo casi inaceptable que tenemos que tomar en nuestras manos y rediseñar. La idea de una Iglesia mejor, hecha por nosotros mismos, es de hecho una propuesta del demonio, con la que nos quiere alejar del Dios viviente usando una lógica mentirosa en la que fácilmente podemos caer. La Iglesia de Dios también existe hoy, y hoy es ese mismo instrumento a través del cual Dios nos salva. Es muy importante oponerse con toda la verdad a las mentiras y las medias verdades del demonio: sí, hay pecado y mal en la Iglesia, pero incluso hoy existe la Santa Iglesia, que es indestructible. Al final de mis reflexiones me gustaría agradecer al Papa Francisco por todo lo que hace para mostrarnos siempre la luz de Dios que no ha desaparecido, incluso hoy. ¡Gracias Santo Padre! Benedicto XVI”
Crítica al documento
El documento tiene como referencia central la Iglesia y no las víctimas del abuso sexual por la Iglesia. El documento se sitúa sólo en Europa, especialmente de Alemania y Austria, con algunas referencias a Estados Unidos.
El documento afirma que la sociedad occidental es una sociedad en la que Dios está ausente. Esta ausencia también pueda extenderse en la Iglesia y entre los sacerdotes. ¿Por qué la pedofilia llegó a tales proporciones? Al final de cuentas, la razón es la ausencia de Dios.
Hay en el documento una interpretación de la historia reciente muy reducida a la realidad de la sexualidad. El contexto se reduce a la introducción de los niños y jóvenes en la sexualidad, incluidas las relaciones sexuales con el propósito de educar. En la valoración de la década de 20 años entre 1960 y 1980, se afirma que los referentes vinculantes hasta entonces respecto a la sexualidad colapsaron completamente. No se valoriza la educación sexual como legítima. También la valorización de la década 1960 -1980 es muy negativa y condenatoria. En realidad fue una década en gran medida creativa y positiva. Mayo 1968 es recordado positivamente como un año donde explotó lo más valioso de la “modernidad”. Recordemos que el Concilio Vaticano II fue entre 1962 y 1965 y que la Conferencia de Medellín fue justamente en 1968.
En síntesis el documento de Benedicto XVI es centroeuropeo, fundamentalista, espiritualista, reduccionista, pesimista, que ignora la realidad teológica y espiritual de América Latina y del Tercer Mundo. Tenemos la impresión que todavía el documente de Benedicto XVI no ha ido más allá del Concilio de Trento y del Concilio Vaticano Primero.
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