Imágenes y contraimágenes de Dios

26 de Abril de 2018

[Por: Juan José Tamayo]




El artículo anterior termanaba con la referencia a las tres incoherencias  apuntadas por el Concilio Vaticano II como posible justificación de la crisis de Dios en la mdoernidad: el descuido de la educación religiosa, la exposición inadecuada de la doctrina y la falta de testimonio. A ellas hay que sumar una cuarta, más grave si cabe: la dificultad —por no decir imposibilidad— de compaginar las imágenes tan dispares y contrapuestas que en el cristianismo se transmiten de Dios. Veamos algunos ejemplos.

 

Mientras el dios del “dictador cristiano” Pinochet legitimaba la represión contra el pueblo, a través de un cruento golpe de Estado, alegando que quería salvar a la civilización cristiana del comunismo (Teoría de la Seguridad Nacional), los mártires Ruitilio Grande, Monseñor Romero, Ellacuría, sus compañeros jesuitas y dos mujeres colaboradoras, Angelelli, Girardi, Gaspar Laviana, Alsina y otras muchas personas activistas de derechos humanos fueron asesinados por ponerse del lado de los pueblos crucificados, corriendo su misma suerte, y el Dios de los mártires fue también “crucificado” por ser solidario con las víctimas.

 

Mientras el Dios de Martin Luther King defendía la igual dignidad de todos los seres humanos, como hijos suyos que son, y no permitía discriminación alguna por el color de la piel, el dios del dictador sudafricano Pieter Botha  legitimaba la segregación racial, identificando el cristianismo con la cultura de los blancos. 

 

Mientras creyentes de distintas religiones rezaban a Dios en actos ecuménicos en favor de la paz, hubo dirigentes políticos que lo invocaron como señor de la guerra y apelaron a él para justificar la nueva “guerra de religiones” basada en el teísmo político violento.

 

Mientras Ernesto Cardenal, Ministro de Cultura del Gobierno Sandinista,  hacía posible -con el evangelio en la mano— la síntesis entre su experiencia mística, el sentido poético de la fe y el compromiso por la liberación del pueblo nicaragüense de la dictadura de Somoza, Juan Pablo II apelaba al Dios apolítico para echar en cara al ministro cristiano de Cultura de Nicaragua su apuesta por la revolución y para suspenderle a divinis a él, a su hermano jesuita Fernando Cardenal, ministro de Educación, y al miembro de la Congregación de Marknoll Miguel d’ Escoto, ministro de Asuntos Exteriores.  

 

Mientras Leonardo Boff presentaba al Dios trinitario como liberador de los pobres y oprimidos y a la Trinidad como modelo de organización social, el cardenal Ratzinger –hoy Papa emérito- ponía una mordaza en los labios del teólogo brasileño, como en los mejores tiempos de la Inquisición, y le prohibía escribir y hablar del Dios liberador porque causaba escándalo.

 

Mientras el teólogo moralista Bernhard Haring presentaba a Dios como fuente de una ética de la responsabilidad y a Jesús como principio del seguimiento en libertad, y se negaba a confundir a Dios y a la Iglesia con la Congregación para la Doctrina de la Fe; los autoconsiderados funcionarios de Dios de dicha Congregación, apoyándose en un Dios represor de la sexualidad y enemigo del cuerpo, le sometieron a un severísimo juicio y le acusaron de desviarse de la doctrina moral del Vaticano. Fue tan degradante el trato recibido por Häring durante el largo proceso eclesiástico al que fue sometido, que llegó a hacer esta afirmación verdaderamente escalofriante: "Preferiría encontrarme nuevamente ante un tribunal de Hitler"; para añadir a continuación: “sin embargo, mi fe no vacila". Häring supo distinguir entre Dios y sus representantes, desconfiando de estos y fiándose de Dios.   

 

Mientras el Dios de Pedro Casaldáliga y de los posseiros salía en defensa de los derechos de los campesinos, afrodescendientes e indígenas, apostaba por una “Tierra sin males”, por la utopía de los Quilombos y afirmaba que “El Verbo se hizo indio”, los fazendeiros, apelando a su dios latifundista, alquilaban a matones para eliminar a los campesinos e indígenas que clamaban por el derecho a su territorio y amenzaban a Casaldáliga de muerte.

 

Mientras el dios nazi legitimaba a Hitler como defensor de la pureza de la raza aria y justificaba el Holocausto como medio de purificación del pueblo judío maldito, las víctimas se preguntaban, entre la perplejidad y el desconcierto, dónde estaba Dios cuando eran eliminadas en los crematorios de los campos de concentración para responder que también él era víctima y era crucificado con ellas. 

 

Mientras el Dios de las místicas y los místicos defiende la igual dignidad entre hombres y mujeres como imagen suya que son y es contrario a la violencia de género, el dios patriarcal al que apelan algunos jerarcas legitima la desigualdad de género, justifica la inferioridad de las mujeres, les exige subordinación a los hombres y se muestra insensible hacia los feminicidios.

 

Mientras el Dios ecológico de las comunidades indígenas está en comunión con la Tierra, defiende los derechos de la Pacha Mama (Madre Tierra) como Casa de la Humanidad y apuesta por el Sumak Kawsay (Bien Vivir), el dios de los extractivistas justifica la depredación y explotación de la naturaleza para beneficio del capitalismo y destruye impunemente la Casa Común. 

 

¿Cómo compaginar tantas y tan contrapuestas imágenes de Dios? Es muy difícil, por no decir imposible. Y esto provoca desconcierto y escándalo entre propios y extraños. Dios entra en competencia consigo mismo y termina por auto?negarse. Aun cuando la imagen que mejor responde al Dios de los profetas, de Jesús y de los principales fundadores religiosos es la de las místicas y místicos, en el imaginario colectivo ha quedado introyectada, cual foto fija, la del dios déspota, represivo, segregacionista. Y en ese dios no se puede creer, y menos aún confiar.

 

 

Imagen: http://www.adolfoperezesquivel.org/?page_id=80 

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