“Dios ha perecido en la locuacidad de sus testigos”

19 de Abril de 2018

[Por: Juan José Tamayo]




En el artículo anterior “¿Ha muerto Dios?” hablé de las diferentes metamorfosis que está sufriendo la imagen de Dios hoy, tras el anuncio de su muerte que hiciera Federico Nietzsche. Analicé tres: el dios del mercado, el del del patriarcado y el de los fundamentalismos religiosos. En este artículo voy a referirme a la muerte de Dios por el exceso de locuacidad de quienes dicen ser sus testigos. Como afirma Gottfried Bachtl, “en un mundo que encuentra un gran placer en la palabra sin fin y todo lo reduce a eso, Dios ha perecido en la locuacidad de sus testigos”1. Los rezos se convierten, con frecuencia, en un espacio donde Dios viene a morir o a congelarse en los labios de sus más piadosos adoradores.

 

Ya lo advirtió 24 siglos ha el libro bíblico del Eclesiastés: “Cuando presentes un asunto a Dios, no te precipites a hablar, ni tu corazón se apresure a pronunciar una palabra ante Dios. Dios está en el cielo, pero tú en la tierra: sean, por tanto, pocas tus palabras” (Eclesiástés 5,1). Jesús de Nazaret, correligionario del Qohélet, vino a ratificarlo cuando amonestara de esta guisa al grupo de personas que lo acompañaban: “Cuando oréis, no hagáis como los hipócritas, que gustan de rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para exhibirse ante la gente... Cuando oréis, no seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso” (Mateo 6, 5?8).

 

Los argumentos de algunos defensores de Dios poseen una aparente factura lógica muy sólida, pero se quedan en pura formalidad y no logran mover el corazón humano hacia la solidaridad. Es posible que lleguen a demostrar la existencia de Dios con una serie de razonamientos perfectamente encadenados, pero a costa de sacrificar al prójimo o de mostrar insensibilidad hacia sus sufrimientos. Sucede con frecuencia que quienes con más celo dicen defender a Dios, pasan de largo ante la persona malherida, que había caído en manos de unos saletadores, como hacen el levita y el sacerdote de la parábola del buen samaritano. 

 

Por el contrario, el buen samaritano, considerado por los judíos extranjero y hereje, de quien pareciere esperarse solo odio y resentimiento, se detuvo en su camino ante la persona despojada y medio muerta, “llegó junto a él, y al verle tuvo compasión,   y acercándose, vendó sus heridas echando en ellas aceite y vino, y le montó luego sobre su propia cabalgadura, le llevó a la posada y cuidó de él” (Lucas 10, 33-34). Es a la buena persona samaritana a quien Jesús pone como ejemplo de haber practicado la misericordia e invita a imitarlo.  

 

Actitud similar a la del levita y el sacerdote es la de los amigos de Job, descrita en el libro del mismo nombre –Job-, que estrujaban su mente buscando razones en defensa de la justicia y del recto actuar de Dios cuando castigó a  Job desponjándolo de todo sus bienes, pero eran incapaces de comprender el sufrimiento de su amigo y de com?padecer con él. Su obsesión por salvar a Dios los llevó a declarar culpable a Job de acusaciones que no fueron capaces de probar. Con tal de preservar al Omnipotente de cualquier crítica, cargaron sobre su amigo pecados que no había cometido. 

 

Como los amigos de Job, no pocos apologetas actuales de Dios terminan por ser charlatanes de feria, que repiten la misma retahíla con fines comerciales. Además de insolidarios con el sufrimiento ajeno, son necios, y sus razonamientos en favor de un dios construido a su imagen y semaenajza Dios no hay quien se los crea. Mejor así, porque el “dios” que se fabrican es lo más parecido a los tiranos de la historia, que disponen de vida y haciendas de sus súbditos, o a la proyección de “dios” que ya desenmascarara Ludwig Feuerbach en La esencia del cristianismo

 

Con razón afirmaba Albert Camus a este respecto que nunca conoció a nadie que diera su vida por defender el argumento ontológico de San Anselmo. Yo tampoco. Coincido por ello con la teóloga alemana Dorothee Sölle en que la teodicea, en su intento de defender la omnipotencia, la justicia y la bondad de Dios, es una construcción patriarcal. 

 

Las personas creyentes de las diferentes religiones no pueden responsabilizar de la crisis o muerte de Dios a sus críticos. Es, más bien, en los propios creyentes en quienes recae la responsabilidad principal de dicha crisis, como ya advirtiera el Concilio Vaticano II en un texto antológico de lúcida autocrítica sobre la génesis del ateísmo moderno: “Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios” (GS, 19)2.

 

Citas

 

 Tomo la cita de Waldenfelds, H.,  Dios, futuro de la vida,  Sígueme, Salamanca 1996, p. 71. Subrayado mío.

2 Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, BAC, Madrid, 1965, n. 19.

 

Juan José Tamayo es Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuráia”, de la Universidad Carlos III de Madrid. Sus últimos libros son: Teologías del Sur. El giro descolonizador, Trotta, 2017 y ¿Ha muerto la utopía? ¿Triunfan las distopías?(Biblioteca Nueva, 2018) 

 

 

Imagen: https://www.kunstkopie.de/a/modersohn-becker-paula/pmodersohn-beckerbarmherz.html 

 

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